El poder de Isabel (3ª parte)
Por Jerónimo
Enviado el 30/12/2024, clasificado en Adultos / eróticos
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No sé el tiempo que estuve dormida en aquel sofá. Pero cuando me desperté, Isabel estaba sentada frente a mí, tranquila, bebiendo una taza de... café. Me había vestido, aunque mis ropas estaban arrugadas y mis bragas húmedas.
- ¿Quieres darte una ducha? Puedes hacerlo aquí mismo.
- Preferiría ir a mí apartamento. Me gustaría cambiarme de ropa.
- No seas tonta, está genial, mientras te duchas, te plancharé la blusa y la falda. Y puedo prestarte unas bragas.
- ¿Qué me sucedió? Me sentía muy rara.
- No le des más vueltas. Te dejaré una toalla, vamos.
No quería sacar el tema de lo que había pasado hacía un rato. Aún me encontraba espesa, torpe y me costaba razonar con claridad.
Isabel, por su parte, actuaba con total normalidad, como si no hubiera sucedido nada realmente importante. Estaba tranquila, irradiaba seguridad.
Viendo mi estado, decidí ducharme en el apartamento de Isabel. Tal vez así me espabilaría. No quería que ninguna otra mujer me viera en mi estado actual, pues seguro que sospecharían algo raro.
Entré en la ducha. El agua estaba a una temperatura perfecta y me sentía revivir bajo ella. Entonces Isabel abrió la puerta de la ducha. Estaba desnuda y tenía un aspecto increíble, con sus grandes pechos aún bastante firmes y sus poderosas caderas. Retrocedí. Isabel entró sin decir nada y me dio la vuelta, dejándome de espaldas a ella. El agua me caía directamente en la cara y bajaba por mi cuerpo formando ríos brillantes.
Estaba paralizada. El recuerdo de esa tarde empezó a golpearme con fuerza, haciéndome desear ser follada de nuevo por mi nueva amiga. No entendía qué me estaba pasando, jamás hubiera pensado que dejaría que me follara otra mujer, pero Isabel había logrado un poder sobre mí que no terminaba de explicarme. No solo eso, había conseguido que la viera hermosa, deseable, cuando jamás me había pasado algo parecido y había conocido a mujeres realmente preciosas en mis años de estudiante, incluso alguna había intentado llevarme a la cama, pero entonces era algo que no me interesaba ni deseaba. Y ahora, en unos minutos, esta mujer me había embrujado y sentía un deseo incontrolable hacia ella.
Isabel comenzó a acariciarme la espalda mientras sus labios besaban mi cuello. Lentamente, empecé a girar mi cabeza para encontrarme con su mirada. Seguía besándome el cuello, pero su boca se estaba acercando a la mía. Me giré aún más para facilitar que me besara. Necesitaba sus labios, deseaba sentir su lengua dentro de mí, suplicaba interiormente para que sus dedos volvieran a masturbarme.
Como si hubiera leído en mi mente, ella me ordenó:
- ¡Pídemelo!
Sin dudarlo, le supliqué:
- ¡Fóllame!
Y entonces Isabel dio comienzo de nuevo a su ritual. Me besó los labios y me introdujo la lengua en la boca. Jugó con la mía en una danza sensual que me proporcionaba escalofríos por todo el cuerpo. Ahora, más despierta, sentía las oleadas de placer mucho más intensas y el goce era infinitamente mayor.
Apresando mis labios en un beso interminable, agarró mis pechos, masajeándolos con intensidad. Estaba disfrutando de mi cuerpo y haciéndome sentir deseada y hermosa como pocas veces en mi vida.
Me dio la vuelta de pronto y se arrodilló frente a mí. Me empujó hacia la pared de la ducha, haciendo que mi espalda quedara apoyada en la misma, pero mis pies seguían en el mismo sitio, de manera que mis caderas estaban adelantadas, exponiendo mi vagina libremente ante Isabel. Metió entonces su cabeza entre mis piernas y empezó a chuparme el coño. Una ola de pasión me sacudió de golpe, sacándome un grito agudo cargado de deseo. Cuando dejó de chupar mi vagina, metió su lengua dentro y comenzó a recorrer mis entrañas sin dejar que ningún rincón se librara de sus caricias. Me agarré a sus cabellos con una mano mientras que intentaba agarrarme a la pared con la otra. Mis rodillas parecían fundirse bajo el agua y tenía miedo de caerme e interrumpir el maravilloso trabajo de la lengua de Isabel. Pero ella seguía infatigable, sintiendo cómo sus habilidades me estaban llevando hacia el éxtasis. Cuando al fin se dio cuenta de que el clímax estaba realmente próximo, me agarró por el culo oprimiendo mi vagina contra su boca. Su lengua estaba totalmente dentro de mí y con una sacudida violenta, consiguió que explotara de placer.
Me corrí con una vehemencia insólita. Había tenido el mejor orgasmo de mi vida y tuve que dejarme caer en la ducha, pues mis piernas ya no podían conmigo.
Cuando salimos de la ducha, Isabel empezó a plancharme la falda y la blusa. Me había dejado también unas bragas suyas, de color rosa. Olían a lavanda. Olían a ella.
Y de nuevo, Isabel evitaba hablar de lo sucedido. Se comportaba como si solamente hubiéramos estado tomando el té y charlando. Eso me desconcertaba. Quería escucharla decir que me quería o que yo le gustaba y que había disfrutado follándome. No sé, que me dijera algo.
En vez de eso, se limitó a planchar mi ropa. Me vestí y me dirigí a la puerta. Me quedé mirándola, esperando que dijera algo por fin. Sonrió y dijo:
- ¿Mañana a la misma hora?
Asentí y me marché. Camino de mi casa me di cuenta de que Isabel se había quedado con mis bragas. Sonreí.
Pasé una noche agitada, con sueños ardientes que me dejaron toda húmeda. Mientras me duchaba, empecé a repasar todo lo que había sucedido el día anterior. Recordé que fue después de haber bebido tres tazas de té que empecé a sentirme cansada, adormecida. Y también recordé que Isabel no había parado de insistir en que tomara su té. Nada más terminar una taza, me servía otra. Incluso entando yo ya sin fuerzas, antes de follarme, volvió a darme más bebida. Además, ella no había bebido nada de té. Su taza estaba intacta y, después de follarme, se había servido café.
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