El poder de Isabel (5ª parte)
Por Jerónimo
Enviado el 30/12/2024, clasificado en Adultos / eróticos
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Isabel aumentó de pronto la intensidad del aparato, al tiempo que me lo introducía más y más adentro. Las sensaciones eran indescriptibles, ardía como si hubieran plantado una hoguera dentro de mi vientre. Ella no dejaba de aumentar el ritmo, de variar los movimientos del consolador dentro de mí y la presión que sentía estaba al máximo. Me aferré al sofá con desesperación mientras sentía que llegaba al clímax. Me mordí el labio mientras me corría lanzando un grito que temía se hubiera escuchado en todo el cuartel. Caí de espaldas, respirando entrecortadamente, empapada en sudor. Me sentía sucia, pegajosa, pero tremendamente satisfecha. Tenía que reconocerlo, Isabel había logrado darme el place más intenso de toda mi vida y con ello me había convertido en su esclava, en una mujer sin voluntad. En ese momento dejó de importante cómo lo había logrado, ni qué llevaba el maldito té. Sencillamente comprendí que me había vencido, era suya y ya no deseaba resistirme más.
Isabel salió de la sala, dejándome sola. Después de descansar un rato y recuperar el aliento, Isabel me ofreció otra taza de té. Lo bebí sin rechistar. Tuviera lo que tuviera, ya me daba igual.
- Ven al baño, dijo.
Y me cogió de la mano, guiándome hacia el cuarto de baño. Al llegar, vi que, durante su ausencia, había preparado un baño de espuma. La bañera era muy grande, situada en medio de la estancia, con leones dorados en las patas y grifos a juego.
El agua estaba caliente y me produjo una sensación de tranquilidad muy agradable. De hecho, noté que empezaba a debilitarme de nuevo, tal vez el té esta vez estaba haciendo efecto. Puede que no siempre lo drogara, como esta tarde, y que jugara conmigo también con la infusión para someterme a su antojo cuando le diera la gana.
Decidí no pensar más en ello. La sensación de paz me estaba envolviendo y me dejaba llevar a ese estado de semi consciencia que había experimentado el día anterior.
Isabel, que había permanecido junto a la bañera, en cuanto comprobó que la droga me había hecho efecto, se desnudó entrando en la bañera y situándose detrás de mí. Su apetito parecía no tener fin. Comenzó a sobarme las tetas con una habilidad increíble. Sin salir de mi estado, noté que el calor empezaba a apoderarse de mis entrañas. Entonces me dijo:
- Tócate, querida, quiero ver cómo te masturbas.
Su petición no dejó de sorprenderme, pero obedecí al instante, deseosa de complacer a mi dueña y también para aplacar la calentura que se estaba volviendo más y más intensa. Ya me había masturbado antes y bastante a menudo desde que mi marido se había vuelto más distante; así que sabía perfectamente la manera de darme placer.
Metí dos dedos en mi sexo y empecé a moverlos en círculo, rozando siempre el clítoris. La tensión se incrementó, mis pulsaciones estaban desbocadas y mis dedos no paraban de excitarme más y más. En ese momento, me di cuenta de que Isabel también se estaba masturbando, había apartado una mano de mis tetas y sentía como se movían sus caderas detrás de mí. La escuchaba jadear y eso me estaba poniendo a mil. Hasta ese instante, solo había disfrutado yo, pero ahora sentía cómo estaba a punto de estallar ella también.
Casi a la vez, ambas explotamos. Mi orgasmo fue intenso, incrementado por el placer de sentir a mi dueña masturbándose. Ella explotó con un gemido tremendamente sensual, cargado de tensión, sacudiendo su cuerpo con violencia mientras apretaba mi pecho con fuerza.
Estuvimos aún cinco minutos más en la bañera descansando. Isabel me acariciaba el cabello, los hombros y las tetas y yo seguía como adormecida, mi mano acariciando mi vagina sin parar, suavemente, no en busca del placer del orgasmo, sino de otro tipo, más dulce, pero también gratificante.
Al día siguiente, acudí de nuevo a tomar el té. Ya no podía pasar sin Isabel, la necesitaba de un modo extraño, como si me faltara algo estando sola. Además, tras haber visto cómo se masturbaba en la bañera, había tomado la determinación de ser yo, al fin, la que le diera placer a ella. Era lo menos que podía hacer.
Pero, una vez más, mi amiga me sorprendió, como si hubiera leído mis pensamientos.
Al llegar a su casa, me condujo como siempre a la salita, pero me pidió que me sentara en la silla mientras ella lo hacía en el sofá. Llevaba una bata de encaje negro muy bonita y zapatos de aguja, algo que llamó mi atención. Me pidió que le sirviera una taza de té que se bebió de un trago. Entonces me pidió otra y volvió a beberla inmediatamente. Entonces lo comprendí: esa tarde, ella estaba ocupando mi lugar y yo tendría que follarla. Me parecía asombroso. Supongo que había intuido que, tras dos tardes de placer con ella, ya estaba lista para participar de un juego en el que nunca había sido la parte activa.
Isabel desabrochó la bata y la dejó en el suelo. Llevaba un conjunto de braga y sujetador a juego, de encaje negro realmente precioso. Parecía nuevo, estrenándolo para mí. Imagino que el té había ya comenzado a hacerle efecto, pues cerró los ojos y se recostó en el sofá, separando las manos y las piernas de su cuerpo, en una completa entrega.
La excitación que me producía verla así, esperándome, era tan grande que hubiera podido correrme de inmediato a poco que me masturbara. En lugar de eso, me arrodillé frente a ella y comencé a besarla mientras deslizaba mis manos por su espalda y le quitaba el sujetador. Sus pechos eran maravillosos, grandes, redondos, firmes aún. No pude resistirme y comencé a besarlos con desesperación. Isabel respondió a mis besos gimiendo de placer, retorciéndose suavemente para aumentar su placer. Mi mano derecha comenzó a frotar su vagina por encima de las bragas, pero no era suficiente, así que humedecí mis dedos, separé el elástico y deslicé mi mano hasta encontrar la entrada de su coño.
-Sigue así, puta.
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