El poder de Isabel (Final)
Por Jerónimo
Enviado el 30/12/2024, clasificado en Adultos / eróticos
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A los pocos segundos, sentí que el aparato empezaba a vibrar dentro de mí. Imaginé que sería una especie de consolador, pero diminuto. Era algo así, pero más potente y con efectos diferentes, pero placenteros. Empezó con una intensidad baja, pero poco a poco la iba aumentando y disfrutando al ver sus efectos sobre mí. Cuando la intensidad empezaba a ser bastante alta, empecé a excitarme de lo lindo. No podía moverme y eso aumentaba la excitación y el placer. Isabel disfrutaba viéndome agitarme, mover el cuerpo, tensar las cuerdas con los movimientos involuntarios de mis pies y manos. Comencé a gritar de placer y ella tuvo que ponerme un pañuelo en la boca por miedo a que pudieran escucharme.
Al poco tiempo, me corrí, chillando y retorciéndome en la cama como si me hubieran electrocutado. Pero Isabel no detuvo el aparato, sino que aumentó la potencia. Me sentí incómoda, necesitaba un respiro, me ardía la vagina. Pero mi dueña quería más, deseaba llevarme al límite de mis fuerzas. Después de unos segundos, la calentura comenzó de nuevo e Isabel, dándose cuenta de ello, desabrochó su vestido, mostrándome sus senos y su coño. Eso me excitó más y aún no había llegado al límite, pues cuando Isabel empezó a masturbarse, creí que iba a reventar. El aparato al máximo, Isabel extasiada de placer al verme y por la magia de sus dedos.... Estallé en el orgasmo más violento de mi vida y segundos después era mi amante la que se corría con violencia.
Apagó entonces el vibrador, pero no me desató. Yo estaba empapada de sudor, jadeando y eso debía excitarla muchísimo porque se puso encima de mí y comenzó a lamerme, atrapando cada gota de sudor con la lengua. Me lamió la frente, el cuello, las tetas, el vientre, los muslos y finalmente mi coño. La calentura había comenzado de nuevo. Así que siguió comiéndome el coño hasta que estallé en el tercer orgasmo.
Cuando me liberó, tenía que agarrarme a los muebles para poder avanzar hasta el cuarto de baño. Me metí en la ducha y dejé que el agua me fuera tranquilizando y despertando del letargo. Estuve bajo el agua caliente media hora. Al volver a la sala le dije a Isabel:
- Casi me matas.
Nuestra relación siguió inmutable a pesar de la presencia de mi esposo. Siempre le decía que iba a tomar el té con Isabel y a él le parecía normal, es más, me animaba a hacerlo porque entendía lo sola que debía sentirme en un país extranjero sin nada que hacer en todo el día.
Una tarde, cuando llegué a casa de Isabel, me encontré con que había invitado también a otra mujer. Se llamaba Irene y debía tener más o menos la misma edad que Isabel. Y como ella, era una mujer muy hermosa, elegante y con un cuerpo aún muy apetecible. Me sentí algo decepcionada al verla en la salita. Eso impedía nuestra rutina diaria y, la verdad, tenía muy pocas ganas de renunciar a mi ración se sexo.
Sin embargo, no estaba contando con la imaginación de mi amante. Isabel había invitado a Irene para que se acostara conmigo. Quería verme en los brazos de otra mujer. Lo empecé a intuir cuando me pidió que me sentara a su lado, me sirvió una taza de té y comprobé que Irene estaba tomando café.
Habría preferido, de poder elegir, pasar la velada a solas con Isabel, pero no podía hacerlo. Mi relación con Isabel se asentaba en mi absoluta sumisión, no por imposición, sino porque yo no podía hacer otra cosa. Isabel me había sometido con sus infusiones y un extraño poder que ejercía sobre mí y que no sabría explicar ni razonar. Sencillamente, ante ella, yo estaba indefensa y era incapaz de hacer nada que ella no desease.
Por lo tanto, bebí el té, asumiendo que con ello me estaba entregando a Irene. Cuando mi dueña me sirvió la segunda taza, la bebí también y una tercera. Parece que era a lo que estaba aguardando Irene, pues nada más dejar mi taza en la mesa, empezó a acariciarme la rodilla. Me recosté en el sofá. Mis ojos me pesaban y mis brazos reposaban sin fuerza a mis costados. Irene se acercó un poco más y siguió acariciándome el muslo, subiendo por mi falda muy despacio, recreándose en cada caricia, disfrutando de mi piel. Al mismo tiempo, había comenzado a desabotonarme la blusa. Con el primer botón, empezaba a verse la unión de mis pechos. Con el segundo, la vista alcanzaba ya la parte de mis tetas que no cubría el sujetador. Al tercer botón, mis pechos y el sujetador quedaban claramente visibles. Y ahí se detuvo Irene, contemplando la rotundidad de mi pecho, acariciando la piel suave de los mismos subiendo después hasta el cuello y mis labios.
Su otra mano seguía su exploración pausada, pero ya había penetrado bajo mi falda. Mi excitación era ya evidente y vi cómo Isabel se había subido la falta y había comenzado a masturbarse.
Irene metió sus dedos en mi boca para que los chupara. Los metía y los sacaba rítmicamente y no sé por qué, eso me excitaba muchísimo, y ella también, pues notaba cómo se alteraba su respiración y se mordía el labio. Todo eso hizo que su mano bajo mi falda diera el paso final, entrando bajo mis bragas para recrearse en mi coño húmedo y caliente. Me arqueé aún más, agarrándome al sofá. Isabel había incrementado la velocidad con la que sus dedos entraban y salían de su sexo e Irene había bajado mi sujetador, dejando mis pezones al descubierto para besarlos apasionadamente.
La habilidad de Irene para darme placer casi superaba a la de Isabel. Me había puesto muy cachonda y sus dedos parecían saber cómo seguir aumentando el nivel de excitación. Empecé a respirar a golpes, como si me estuviera ahogando. Mi cuerpo temblaba de pura excitación y cuando vi cómo Isabel se corría frente a mí, estallé al fin en una explosión liberadora.
Irene me miraba con verdadera lujuria, disfrutando de su trabajo y deleitándose con mi corrida. Isabel se levantó entonces, se acercó a Irene y le dio un sobre con dinero. Abrí los ojos sorprendida y fue Irene la que satisfizo mi curiosidad.
- Sí, querida, soy una prostituta.
- Y de las mejores, rubricó Isabel.
Había sido pues mi primera experiencia con una prostituta y sinceramente, creo que se había ganado el dinero que le habían pagado. Isabel no dejaba de sorprenderme. Su apetito y su fantasía no tenían límites.
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