EL RÍO

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                               EL RÍO



   Ahora creo, Amelia, que, recuerdas aquella tarde lúgubre, gris, neblinosa en que paseábamos por la ribera del río rumoroso. Nos asombrábamos de ver el tamaño de las carpas y no podíamos respondernos a cómo no pasaban frío aquellos peces grisáceos y grandes. Fue cuando tú te estremeciste de frío por la humedad que nos calaba hasta los huesos; fue, digo, cuando abrí mi abrigo y te recogí entre los brazos abiertos para darte el calor de mi cuerpo.
Recuerdo tu sonrisa, tus brillantes dientes blancos, tus labios carnosos, tus mejillas, tus cabellos castaños revueltos por la brisa. Te recogiste, con los brazos cruzados junto a mi pecho y te envolví. Cerré el abrigo y sentí tu cuerpo femenino...  eras algo más que una amiga; un ser íntimo, una parte esencial de mi vida desde la Universidad.
Fueron esos instantes en que todo pudo cambiar. El firmamento era plano, la bandada de patos se posó entre los juncos, asustando a las ranas. Y tú te reíste como si tu voz fuera uno más de los trinos argentinos de los pajarillos.

 


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