Un intercambio de parejas peculiar (1ª parte)
Por El Manso Embravecido
Enviado el 30/12/2024, clasificado en Adultos / eróticos
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Carla y Alberto son un matrimonio cuarentón con 15 años de convivencia a sus espaldas. Su vida sexual se está resintiendo por la rutina y la falta de ideas nuevas.
Decidieron un día practicar un intercambio sexual con otra pareja para darle algo de chispa a la vida y sobre todo a su alcoba.
El problema es que siempre que contactan con alguien, y ya van tres, o a ella no le gusta el chico o a él no le pone la chica. Es difícil llegar a un acuerdo.
Pero un día contactaron con un matrimonio que, este sí, les convenció a los dos. Se llamaban Lucía y Alex y parecían una encarnación de la Barbie y el Ken de lo elegantes y atractivos que eran.
Carla y Alberto, sin llegar al nivel de top model de sus convidados, tampoco se quedaban atrás. Carla es pelirroja, con pelo largo y unos ojos verdes maravillosos. Es de altura media. Alberto se machaca el cuerpo en el gimnasio para no abandonarse y acabar con un aspecto como el de la mayoría de compañeros de trabajo, que parecen sus padres.
Se sentaron los cuatro en una terraza y comenzaron a charlar e indagar en sus gustos e inquietudes. Cuando Alberto elogió los encantos y la belleza de Lucía, ella enseguida le atajó diciéndole:
–Pero hay un peaje antes, para poder catar mi cuerpo. Y es que el hombre que quiera disfrutar de mí, primero debe romperle el culo a mi marido. Y lo mismo pasa al revés. La mujer que quiera probar a mi marido, primero debe comerme la almeja, como entrante. Somos bisex.
Carla y Alberto no sabían qué contestar. Ellos son heteros, pero estaban tan ilusionados con esta pareja que de entrada no rechazaron la propuesta de forma rotunda. Prefirieron pedirles unos días para reflexionar.
Al llegar a casa, Carla y Alberto tuvieron una charla extensa e intensa. Estuvieron hasta bien entrada la madrugada sopesando los pros y los contras de ese intercambio de parejas tan peculiar que les habían propuesto. No lo esperaban y ni siquiera se les había pasado por la cabeza abrirse a la bisexualidad.
Alberto era el más reacio a aceptar el pacto. Pero ante la actitud de Carla, a la que veía muy entusiasmada y con gran determinación a que en esta ocasión sí cuajara la cita, él prefirió resignarse y plegarse a la decisión de su chica. Carla se puso muy contenta con la respuesta de su marido y al día siguiente a primera hora llamó a Lucía y la informó de lo acordado.
En la conversación telefónica, le comentó a Lucía que su marido aceptaba con la condición de que con Alex adoptaría el papel de activo y nunca el de pasivo. Lucía aceptó esa cláusula comentándole que justamente Alex, cuando está con ella o con otra mujer adopta un rol masculino muy marcado, pero cuando está con un hombre prefiere el rol de hembra y que su macho no le haga felaciones ni se deje sodomizar. “Alex para esas funciones nos tiene a nosotras”, le comentó.
Quedaron entonces para el sábado próximo. Irían a cenar, al teatro y después al piso de Lucía y Alex, que es más amplio y tiene jacuzzi.
Llegó el día y se encontraron en una calle céntrica y de importantes marcas comerciales.
Ellos iban con chaqueta americana, camisa sin corbata y pantalón de tergal, muy de formal. Carla y Lucía llevaban unos vestidos de noche muy sofisticados que les llegaban a los tobillos.
Al verse se saludaron y besaron. Al principio, a medida que paseaban por las calles, al no tener aún mucha confianza, cada chico abrazaba y besaba a su chica. Pero según iban entrando en calor, se fueron soltando y de repente, Alex abraza y besa a Carla mientras pasean, como si fuera su pareja. Alberto hace otro tanto con Lucía.
Alberto miraba de soslayo a su mujer, se estaba dando el lote con Alex, unos morreos salvajes y provocadores. Alberto comienza a sentir que su miembro viril está reaccionando con rapidez al espectáculo que le están ofreciendo. Él hacía otro tanto con Lucía, le lamía las orejas y el cuello con tanta efusividad que Alex y Carla sonrieron entre ellos al observarlos, con una mirada cómplice. Luego Carla se acercó a Lucía y cogiéndola de la mano caminaron un buen trecho y de vez en cuando se besaban, dándose mucha lengua.
Cenaron de maravilla en el restaurante escogido por Lucía, mientras charlaban de temas de actualidad y de sus vidas y gustos.
Ya en la butaca del teatro, mientras disfrutaban de la obra, se pusieron las botas los cuatro, magreándose mutuamente. Alex se atrevió, con el anonimato que proporcionaba la oscuridad, a masajearle por fuera del pantalón el paquete a Alberto. A este nunca un hombre le había magreado la entrepierna y experimentó una sensación extraña. Al principio sintió cierta incomodidad, pero para su sorpresa, a medida que iban pasando los minutos se fue excitando y la polla se le puso morcillona.
Se iban acariciando y besando los cuatros, barajándose entre ellos aleatoriamente. En ocasiones Carla besaba a Alex mientras le sobaba el paquete y en otras hacía lo mismo con su mujer. Lucía también intercalaba sus caricias y besos con Alberto y con Carla. Incluso en algún momento de gran excitación, Alberto se atrevió a pegarle algún piquito a Alex, seguido de un tímido lengüetazo.
Salieron del teatro con un calentón espectacular.
Al llegar al apartamento de Lucía y Alex, se prepararon unos gin tonics y se fueron directos al jacuzzi. Se despelotaron en un santiamén.
Carla y Alberto tenían bien trabajados sus cuerpos, pero Lucía y Alex eran como dos dioses del Olimpo. Parecían esculturas talladas por el mismísimo Miguel Ángel.
Se metieron en el jacuzzi y la salsa estaba servida. La bacanal de lengüetazos por aquí y por allá; las caricias y besos por todas partes y en todas direcciones; y las frases y expresiones subidas de tono, los pusieron como motos.
Hasta que, por fin, Lucía aconsejó a Alberto a que se tumbara sobre una tarima. Ella se sentó sobre él, se enchufó su aparato y comenzó a cabalgarlo. Alex, por detrás, se le acercó y se la endiñó por el culo a su mujer.
¡Y ya estaba el sándwich formado!
Carla estuvo discurriendo de qué manera podía acoplarse a aquel trío. Y comenzó a lamerle la espalda a Alex y a Lucía alternándose cada poco.
Entonces Lucía le dice:
–Carla, en ese armario hay diferentes consoladores con sus respectivos correajes. Coge el que más te guste y aprovechando que mi marido tiene el culo en pompa fóllatelo.
No perdió el tiempo Carla y se fue a por su juguete. Como no podía ser de otra manera, escogió el más largo y gordo. Se lo colocó y allá fue a por su presa.
Se acercó por la espalda a Alex (que se estaba trajinando a su esposa por el culo mientras Alberto le daba lo suyo por el coño), y lentamente se la fue introduciendo en el culazo macizo y bien trabajado a base de sentadillas de su amante de turno.
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