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En la penumbra de la noche, sus dedos rozaron su mano. Ella vibró, y sin mediar palabra, lo miró con los ojos llenos de fuego. Él, entendió sin hablar, la pasión que sentían el uno por el otro casi sin rozarse.
La pasión no tiene lengua, y sí silencio. El fuego comenzó en sus miradas, creció en sus cuerpos y se desbordó en un suspiro.
No hubo palabras, solo el ardor de un encuentro que se llevo consigo los miedos, dejando solo cenizas. La pasión no preguntó si era posible; simplemente fue.
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