YA SIEMPRE SERÁ NOVIEMBRE

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        YA SIEMPRE SERÁ NOVIEMBRE

   Keith la observa detenidamente. Evelyn le explica los planes empresariales de su hermano, Rex, para el año que viene. Expansión de los mercados, inversiones asombrosas, nuevos centros de almacenaje, contrataciones y algunos ceses. Le encanta mirarla y escucharla cuando conduce.
El semáforo pasa a verde y Evelyn acelera. La ciudad de noche. Luces fugaces, las sombras de interludio. Las sombras son peatones, seres humanos sin nombre, sin pasado y sin destino; todo se reduce a Evelyn. Siempre le gustó como conduce, con esa suavidad, su rostro sereno, inasequible al nerviosismo y neurosis del tráfico. Se siente seguro a su lado, del mismo modo en que es seguro todo junto a ella, desde que la conoció.
Keith sigue fascinado por su figura robusta, pero grácil, la sonrisa que la convierte en una adolescente pícara, la voracidad de su mirada sobre aquello que los demás no ven, que las otras mujeres no captan.
Los rasgos de su cara se desdibujan en la penumbra y se reconstruyen bajo las potentes farolas de la gran avenida, sus carteles de reclamo publicitario, los neones de los teatros y restaurantes. Keith la adora, está enamorado. Goloso, mira ahora su busto empinado, del tamaño exacto, ni excesivamente grande ni pequeño. En los momentos íntimos sus ojos la repasan de arriba abajo; cuando estalla en pasión física, el arrebol de sus mejillas, esa incandescencia y sofoco, con los ojos prietos y los puños cerrados, le provoca una reacción masculina inmediata; desearía fundirse con ella y sentir lo que ella siente en su clímax... y ya no salir de su interior, de sus venas ardientes, de su ser líquido, permanecer como parte inseparable de ella.
Cuando les presentaron conectaron inmediatamente. Era un noviembre de calles alfombradas de hojas encendidas y un viento castigador. Keith no era un seductor, ni siquiera buscaba llamar la atención con las rituales frases masculinas, burdamente insinuantes. Como ni fumaba ni bebía alcohol, Evelyn empezó a sentirse cómoda con él. Dos semanas después se citaron para cenar e ir al teatro. Al regreso Evelyn supo que ya no podría estar sin la compañía de Keith. Acabaron la velada en un café 24 horas, en el cual Evelyn le reveló su forma de entender el amor y las relaciones sexuales; sus deseos profundos, sus fantasías, sus experiencias y su decisión de mantenerlas sin inhibiciones. Keith la amó más en esa hora y ambos habían llegado al punto de la necesidad física de uno hacia el otro.
Evelyn lo invitó a pasar la noche en su apartamento. Hicieron el amor toda la noche, repetidamente. Evelyn se dejó amar como Keith lo hacía, no con las maneras corrientes en un hombre; amaba como una mujer, con delicadeza, desde los labios a los pies, con caricias lentas que deleitaban hasta que llegaba el momento del clímax amoroso, cuando los pantanos se desbordan y las mareas salpican
A partir de ese momento, fueron inseparables. Evelyn se fue a vivir a la casa de Keith e iniciaron su vida amorosa como ambos habían imaginado. Regularmente, Evelyn establecía contacto con una mujer que la atrajese y tuviera sus mismas inclinaciones, compartiéndola con Keith. Los tres participaban en un mundo erótico y romántico en el cual lo físico era lo central. Pero el amor..., eso era algo exclusivo de ellos dos.
Cuando Evelyn estaciona el automóvil frente a la casa, comienza a romper el alba. Keith se baja y da la vuelta, la ayuda a bajar. Ella no se su suelta de su mano; con la otra la rodea el cuello; ambos se impregnan del brillo de la mirada del otro y se funden en un beso delicado mientras los primeros cánticos de los verderones interrumpen el silencio de las calles. Keith la lleva cogida por las caderas mientras Evelyn le susurra "me haces falta".


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