Perdiendo el control (1ª parte)

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Hola mi nombre es Sonia tengo cuarenta años. Mido 1 m 72 y soy bastante delgada, aunque lo más bonito de mi cuerpo es mi pecho generoso. Cuando quiero llamar la atención, sé que solo tengo que resaltar esa parte de mi cuerpo y todo el trabajo está hecho. Mi pelo es largo, liso, muy negro y contrasta con mis ojos de color verde claro. En líneas generales, creo que soy una persona bastante atractiva y nunca he tenido problemas en mis relaciones con los hombres. Aunque ahora estoy casada, por lo que ya he dejado atrás cierta parte de mi vida de soltera.

Trabajo en una importante empresa de ámbito internacional. En la sede donde trabajo somos más de 200 empleados, la mayoría mujeres, y he conseguido tener un pequeño grupo de amigas que solemos salir juntas a menudo, de fiesta, a cenar, al cine...

Una noche, justo unos días antes de Navidad, celebramos la tradicional cena de empresa. Éramos unas cuarenta personas y cuando terminó la cena, mis amigas y yo decidimos continuar la fiesta por nuestra cuenta. Ese día estábamos Natalia, Luisa, Olga, Victoria y yo, todas más o menos de la misma edad, todas casadas, aunque solo Victoria y yo no teníamos hijos.

Nos fuimos a un local de moda, una especie de discoteca bastante grande de dos plantas, con una pista de baile en el centro de la planta inferior mientras que la superior era una zona más íntima, donde solían reunirse las parejas para ocultarse de miradas indiscretas.

Las cinco amigas nos habíamos vestido para la cena con nuestras mejores galas, por lo que juntas llamábamos la atención por nuestros vestidos, maquillaje y peinados, como si fuéramos a una fiesta de gala o una boda. Por eso nada más entrar en el local fuimos el centro de atención de todas las miradas.

Nos sentamos en una mesa cerca de la pista de baile y no prestábamos atención a nada más que a nuestras conversaciones, que siempre acababan con el mismo tema: nuestras parejas, los niños...

En un momento dado, mientras mis amigas hablaban de sus respectivas parejas, yo dejé de prestarles atención y empecé a mirar a la gente que bailaba y tomaba copas en la barra del bar. Enseguida me llamó la atención un joven que no apartaba la vista de nosotras. Debía tener unos veinticinco años, como mucho, y me sonrió levantado su copa para saludarme cuando vio que lo estaba mirando. Aparté con rapidez la vista de él, algo avergonzada y le comenté a mis amigas que un mozalbete parecía querer ligar conmigo.

Todas me preguntaron dónde estaba y miraban en todas direcciones buscando a alguien joven. Les pedí que pararan. Si ese chico se daba cuenta de que había hablado de él a mis amigas, ¡vaya vergüenza!

Pero ya era tarde. Él lo había visto todo desde la barra y pensó que el paso siguiente era venir a hablar conmigo.

Se presentó muy educadamente. Se llamaba Julián y querría preguntarme si me apetecía bailar. Yo negué con la cabeza, pero las idiotas de mis amigas insistían en que no le rompiera el corazón a ese crío. Para evitar que Julián tuviera que escuchar sus comentarios, acepté al fin la invitación y nos fuimos a la pista.

Hacía mucho que no bailaba, pero eso es algo que no se olvida. Al ritmo de unas canciones que me recordaban a mi juventud, empecé a moverme en la pista con soltura. Julián me observa asombrado y fascinado de ver mi cuerpo enfundado en un vestido corto que resaltaba mis curvas. Mis movimientos tampoco ayudaban a tranquilizarlo. Bailábamos separados, pero el chico fue arrimándose a mí hasta que notaba su cuerpo frotándose contra el mío en idas y venidas constantes. Yo estaba concentrada en la música y no prestaba demasiada atención.

Victoria se unió a mí al poco tiempo y empezó a contonearse pegada a mí. Me susurró al oído que tuviera cuidado, que mi pareja, Julián, parecía muy acalorado. Nos reímos, pero ese comentario hizo que me fijara en el muchacho, algo que no había hecho hasta entonces y comprobé que era cierto: Julián me devoraba con la mirada, estaba completamente absorto contemplándome. Me sentí alagada al ver que todavía podía excitar a un jovencito.

Y creo que excitamos a muchos más hombres esa noche. Victoria es muy alta, delgada y tiene un pelo rubio espectacular. Al bailar pegada a mí, nuestros cuerpos se rozaban constantemente y ella, además, fingía excitarse al contacto de nuestros cuerpos. Estaba jugando a un juego que siempre funcionaba con los tíos, que no podían resistir ver a dos mujeres insinuándose y fingiendo ser lesbianas.

Al poco rato, Victoria y yo nos dimos cuenta de que teníamos que descansar. Me excusé con Julián y volvimos a la mesa mientras él se quedaba en la barra.

Nada más sentarnos, Victoria comentó:

Chicas, Sonia ha ligado, y soltó una risa nerviosa. Tiene al chiquillo completamente excitado.

Negué con la cabeza, algo azorada. Y fue Luisa la que terminó de rematarlo.

¿Solo está excitado él?

Todas se rieron despreocupadas y yo hice lo mismo para que no notaran mi nerviosismo al escuchar a Luisa.

Debía admitirlo, estaba un poco excitada también. Tras más de diez años de matrimonio, la chispa se había consumido por completo. Seguíamos manteniendo relaciones sexuales, pero eran esporádicas y sin mucha pasión, casi como una rutina más. Y el hecho de ver que un joven de veinte años, muy guapo, por cierto, se interesaba por mí, había despertado recuerdos de cuando era adolescente y sentía un hormigueo en el estómago cuando estaba con algún chico. Me parecía que lo que me sucedía era algo lógico, pero no dejaba de darme vergüenza admitirlo delante de mis amigas que, tras varias copas, podían soltar cualquier barbaridad por la boca.

Después de un buen rato charlando y bebiendo, Luisa, Olga y Natalia nos avisaron de que se iban.


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