Perdiendo el control (2ª parte)

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Nos despedimos en la calle, cogieron un taxi y nos quedamos Victoria y yo solas. Estábamos decidiendo qué hacer cuando Julián y un amigo se presentaron a nuestro lado.

¿Os vais?

¡No!, respondió al instante Victoria. Ellas, dijo señalando el taxi, sí, pero Sonia y yo aún tenemos cuerda para un rato.

Julián sonrió al oír mi nombre y nos presentó a Carlos, su amigo. Carlos tampoco estaba nada mal, era alto, el pelo negro ensortijado y se notaba que practicaba deportes, pues era bastante musculoso.

Genial, dijo Julián. Conozco un sitio con una música espectacular y no está lejos.

Caminamos un par de manzanas, charlando desenfadadamente. La tensión que habíamos provocado Victoria y yo en la pista de baila parecía haberse esfumado y Julián y su amigo parecían estar tranquilos.

Llegamos al local y estaba cerrado. Pero nuestros acompañantes no se dejaban desanimar por un detalle así.

Humm, sé de otro sitio que no cierra nunca, dijo Carlos.

¿Y está cerca?, preguntó Victoria. Estos zapatos son preciosos, pero no están pensados para una excursión.

Los dos rieron al mismo tiempo.

Es en este portal, señaló Carlos.

Nos habían llevado hasta su piso. Incluso comprendí que ya sabían que el local estaría cerrado. Nos la habían jugado. Le dije a Victoria que era mejor que nos marcháramos, aquello no me parecía bien. Pero ella necesitaba descansar, me dijo, sus zapatos le estaban machacando los pies.

Mira, cariño, subimos un rato, descansamos, hago un pis, que lo necesito con urgencia, y nos vamos tranquilamente. Somos dos mujeres adultas y estos son unos chiquillos. No va a pasar nada.

De mala gana, acepté su petición y le dijimos a los chicos que de acuerdo, pero solo un rato breve.

Encantados, nos llevaron a su piso, el típico de unos muchachos: ropas tiradas por todas partes, posters de autos y de chicas medio desnudas en las paredes, muy poca comida en el frigorífico y mucha cerveza.

Nos adecentaron un sofá y nos ofrecieron dos cervezas. Tras volver del baño, Victoria se sentó a mi lado y se sacó los zapatos, lanzando un suspiro de alivio.

Veo que no estáis para bailar, dijo Carlos, pero podríamos jugar a algo.

La idea le encantó a Victoria, aún sin saber a qué.

El juego era bastante estúpido y mostraba las intenciones de los dos chicos: consistía en una partida de cartas, en parejas, ellos contra nosotras y, quién perdiera, debía pasar una prueba elegida por los contrincantes.

A Victoria le encantó la idea. Bebió la cerveza de un trago y reclamó una baraja. Yo bebí la mía más despacio, pero hacía calor en el piso y estaba sedienta, así que al terminar las dos cervezas aceptamos otras dos más que pronto acabamos.

Empezábamos a estar algo achispadas y me fijé que ellos aún tenían la primera cerveza casi entera. Eso habría debido servirme de advertencia, pero yo iba dejándome llevar por el ambiente y me decía que seguía teniendo el control de la situación.

El juego no se nos estaba dando nada bien. Habíamos perdido ya las dos primeras partidas y Victoria había tenido que sacarse el sujetador, con lo que sus pechos se movían insinuantes debajo de su blusa. Yo, por mi parte, tuve que besar a Julián en los labios. Le planté un beso con fuerza, pero manteniendo los labios cerrados. Noté que el muchacho estaba muy caliente y eso me excitó un poco. Volví al sofá y terminé mi cerveza de un trago. Carlos me pasó la suya, que apenas había probado, pues parecía también tan excitado que no quería moverse de la sala.

La tercera partida también la perdimos y la prueba que nos pusieron nos afectaba a las dos. Querían que nos besáramos, con lengua y todo, nada de teatro. Yo dudé un momento, pero Victoria, decidida como siempre y totalmente excitada, agarró mi cabeza, acercó sus labios a los míos y comenzó a besarme con tal pasión que no pude evitar devolverle el beso con la misma intensidad. Me había puesto cachonda.

Los dos críos estaban que no cabían de gozo. Noté que Julián estaba empalmado y me di cuenta de que ya no había marcha atrás. Esos tíos iban a follarnos.

El juego siguiente lo perdieron ellos y Victoria, que ya estaba fuera de sí, le pidió a Carlos que nos mostrara su pene. Yo enrojecí hasta las orejas, pero ellos estaban encantados.

Sin pensarlo, Carlos se bajó los pantalones y nos enseñó un pene grueso y largo completamente empalmado. Victoria lo miraba embelesada, dispuesta a metérselo donde fuera. Intenté detenerla, pero ya nadie podía hacerlo. Igual que yo, se había ido calentando con la cercanía y las atenciones de dos muchachos que podían ser hijos nuestros, pero que, en la plenitud de la vida, rebosaban pasión y fuerza. Su innegable atractivo, unido al magnetismo de sus cuerpos jóvenes y musculosos, nos había puesto más cachondas de lo que nos atrevíamos a admitir.


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