Y todos vamos como uno... parte 2

Estoy en el ordenador, estoy trabajando y tengo una sonrisa tremenda.

Oigo los ruidos.

Oigo las carcajadas.

Oigo a los míos despertarse riéndose, y sonrío.

Y oigo las risas por los cascos también. Tengo el micrófono abierto y la alegría en forma de algarabía les ha llegado a los que están al otro lado. Y ellos también sonríen.

Los gemelos entran en el despacho, se están despertando y con risas acercan a donde yo estoy, gritando y con risas y reclamando atención y contándome el sueño tan divertido que han tenido, sobre dinosaurios que jugaban con aliens y entraban en una batalla en el cielo.

Todavía me impresiona la gran conexión que tienen ellos dos. Aun a pesar de ser gemelos mellizos, la conexión es increíble. Ellos mismos no siempre son conscientes de que son dos. Y en casa siempre les hemos dejado que fluyan en su conexión, entre ellos y con el todo.

En medio de todo este ruido, entra Viviana también. Mi duendecilla mágica, mi niña, mi señorita, mi regalo del universo.

Adoro a mis hijos, y con ella tengo una conexión especial.

Solo con mirarnos, ya establecemos la conexión y me noto más ligera, alguna cosa que no estaba sirviendo se ha caído.

Si que me siento afortunada.

Y, por detrás aparece mi hombre de fuera.

Respiro. Respiro otra vez. Han pasado 10 años desde que nos conocemos y como el primer día, le veo y me maravillo del regalo del universo que es él.

Vuelvo a mí, recordándome que primero yo, luego el resto.

El sonríe, y asiente, le pasa lo mismo. Me ve y se olvida de él mismo.

Menudos dos de una misma moneda.

Somos afortunados. Estamos teniendo la mejor etapa de nuestra vida y toda mejora. Y lo sabemos.

Por un momento me he transportado a otro tiempo, a otra tierra. A la India, él es un príncipe Indú y yo otra. Pero en un parpadeo esa imagen desaparece. Tengo claro que lo nuestro tenía que ser. Y, como tenía que ser, ha sido.