La joven del piercing (Final)
Por Jerónimo
Enviado el 03/01/2025, clasificado en Adultos / eróticos
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Temblando y respirando entrecortadamente, vio como Ester iba desabotonando la blusa. Metiendo las manos por la espalda, le quitó el sujetador. Ester se quedó entonces admirando las preciosas tetas de Sara y enseguida comenzó a besarlas. A Sara se le escapó un gemido de placer. Sin dejar de besarla, Ester abrió la cremallera de la falda y se la quitó. Su mano entró dentro de sus bragas y dos dedos empezaron a masajearle el clítoris. Sara se retorció de gusto, cerrando los ojos y dejándose llevar a un mundo desconocido hasta entonces. Ester, a pesar de su aspecto, era una amante muy dulce.
El hecho de estar esposada a la cama, indefensa, añadía un morbo especial a la situación, haciendo que Sara estuviera aún mucho más excitada. Instintivamente intentaba mover las manos, bien para acariciar a Ester o a ella misma, pero al no poder hacer nada de eso, aún sentía arder el fuego dentro de ella con mayor intensidad.
Ester también disfrutaba de esa situación. Tenía a aquella hermosa mujer que le fascinaba a su merced, todo su cuerpo era suyo y lo acariciaba apasionadamente: el cuello delgado y tentador, las tetas deliciosas, el maravilloso vientre liso y suave, los muslos firmes, la vulva húmeda y caliente; todo lo recorría con sus manos y con sus labios, disfrutando de las reacciones de su prisionera que, dominada por el placer, cada vez estaba más guapa, retorciéndose como un pez fuera del agua, apretando los labios, buscando el placer con los movimientos de sus caderas mientras le comían la vagina.
Cuando Sara se corrió, nerviosa, en pequeñas sacudidas que la levantaban ligeramente de la cama, Ester disfrutó del mejor momento de la noche viendo a aquella hermosa mujer explotar con una belleza conmovedora.
Se quitó entonces su camiseta, dejando que Sara disfrutara viendo sus grandes tetas, que empezó a frotar contra su cuerpo cálido. No con la excitación anterior, pero Sara volvía a disfrutar al sentir aquellos pechos duros recorrerla desde el cuello hasta la vulva. Finalmente, Ester se acostó junto a ella y se besaron agradecidas.
Al cabo de unos minutos, Ester liberó a Sara que comenzó a acariciarla con sus manos suaves y delicadas, en especial las tetas, que parecían fascinarla de un modo especial. Tímidamente, empezó a besarlas, lamiendo los pezones. Ester se quitó los pantalones y las bragas para facilitarle el trabajo a su tímida amante.
Aun así, Sara seguía besándole el pecho, sin atreverse a nada más. Ester cogió su mano y humedeció los dedos; después, llevó la mano a la entrada de su vagina y empezó a guiar a Sara para que la masturbara. Tras unos segundos, pudo al fin soltarle la mano que ya exploraba libremente los labios de Ester, que no podía resistirse al encanto de aquella mujer. Se sentía fascinada por su aire inocente, su dulzura, la manera en que la besaba, casi como si tuviera miedo de despertar algo peligroso. Toso eso era nuevo para ella, acostumbrada a lo directo, a lo brusco, y le parecía de lo más maravilloso y excitante que había conocido. Así que Ester estaba realmente caliente en manos de esa preciosidad.
Sara se iba liberando al ver cómo su amiga empezaba a dar muestras evidentes de una excitación que se iba apoderando de su cuerpo, rotundo, fuerte. Sara se atrevió a mordisquear aquellos pezones duros y perfectos y sus dedos exploraban con pasión cada rincón de la vagina. Ester comenzó a agitarse con fuerza y Sara se asustó, retirando algo la mano del interior de la vulva. Ester la volvió a meter con determinación.
Ahora no pares, sigue follándome.
Escuchar esa voz cargada de excitación provocó que Sara renovara sus caricias y sus besos con mayor intensidad, viendo lo cerca que estaba su hermosa amante de correrse. Ester comenzó a sacudirse respirando con dificultad, arqueando su precioso cuerpo. Sara la miraba extasiada, complacida del poder de sus caricias y de sus dedos. Se sentía feliz y excitada y le dio un beso apasionado e intenso que le salió de las entrañas y provocó que Ester se corriera al fin con violencia.
Pasaron la noche abrazadas, sin apenas dormir, sintiendo el calor de sus cuerpos, la suavidad de su piel, acariciándose y besándose despacio. No existía nada más en ese momento que sus cuerpos, su deseo al fin liberado y una sensación única de haber encontrado lo que necesitaban.
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