El perfume de los pixeles
Por Tony D
Enviado el 03/01/2025, clasificado en Adultos / eróticos
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El perfume de los pixeles
Te veo en la pantalla del laptop, tocándote lentamente, despreocupada, jugando con la elasticidad de tus labios, luchando por no enredar tus dedos en el hirsuto bosquecillo que oculta tus placeres. Recuerdo cómo era tu aroma, penetrante cuando estabas dispuesta a la batalla, vaporoso al punto de llenar el espacio con su presencia, amnésico hasta hacerme olvidar quién era, dejándome apenas un hilo de conciencia, suficiente apenas para dedicarme a comerte allí abajo, hasta desgastar mi lengua en deslizamientos aleatorios que te inflamaban un poco más. Podía sentirme palpitar en medio del ardor que me devora, lo resisto apenas. Como un infame egoísta que no quiere concederte ese deseo me alejo, para no estallar en tus manos. Hay tanto por olfatear, como un intruso oso hormiguero, meto mi nariz entre tus piernas, entre tus nalgas contraídas por la tensión, algo capto, y subo un par de grados mi temperatura. Esta nariz es capaz de absorber tu esencia y fundirla con mi deseo, impulsando esos malos pensamientos que no me abandonan.
Tu aroma te traiciona, me dice cosas, me sugiere que es el momento de ir por ti, aunque no me digas nada, lo sé. Cuando se esparce en el aire sé que es tiempo de hacerte la invitación precisa para descuidar tu pudor. Quiero ver si cometes un desliz y logro observar algo más allá de la profundidad de los bordes de tu ropa. Si algo pudiera ver, una sombra apenas, podríamos jugar a que no quieres, y que trato de engañarte como un viejo verde a una jovencita. Me dirás que no. Pero como si no te dieras cuenta, me ofrecerás algo para alimentar mi ilusión. Con eso tengo para comenzar, y volverme un intruso que no sabe dónde pone sus dedos, pero al tacto percibiré esas vibraciones mínimas que me dirán que voy bien encaminado.
Pero, con todo, siempre he preferido la locura de tu perfume, me basta percibirlo en la noche más oscura para saber a dónde voy, como si me guiara con la precisión del faro más brillante emplazado en la última península rocosa de tu cuerpo. Pero, en lugar de alejarme del peligro, me atraerá cual canto de sirena hasta hacerme chocar con esa orilla invisible donde hundiré mi cara en tu arena húmeda, que me recogerá con su calor envolvente, ese que no se equivoca cuando llama a este marinero errante.
Pero hoy el mundo no permite que te toque como antes. La enfermedad que nos ha encerrado a la distancia no cesa en su empeño asocial, y el miedo a una muerte entre ahogos puede más que el arrojo de un amante lejano. Atrás quedó tu aroma, como un recuerdo de ese pasado carente de temores hacia lo invisible. Mi cuerpo yace en un sofá, observándote en la pantalla, creyendo que los pixeles de tu imagen emanan ese olor que no puedo olvidar, y me transporto a tu lado sin más, inventando tu piel entre mis dedos.
Cuando todo termina y se apaga la pantalla, sólo queda un dormitorio a oscuras, un sofá y una mesita, mi yo lánguido, enfriándose al aire. Recogiéndome dentro de mi concha como un caracol asustado. No hay más en este espacio cerrado. Afuera quedan todos los peligros y las prohibiciones, afuera quedas tú en tu propio encierro. Entre nosotros, veo que se pasea la muerte amenazante, burlándose de mi recuerdo, esperando a que la locura me invada e intente lo impensable en una última salida hacia tu destino. Quizá sea mejor ese arrojo postrero que pasar el resto de mi vida asustado por la muerte inevitable, prefiero anticiparla, antes que me consuma con lentitud imaginando el perfume de tus pixeles.
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