El libro del placer

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Eran cuatro matrimonios. Se habían convertido en muy buenos amigos y solían reunirse con frecuencia para cenar e incluso habían pasado algunas vacaciones juntos. Rondaban todos los treinta años y ninguno tenía hijos, lo que les daba mucha libertad.

Los más mayores eran Esteban y Silvia, de treinta años; Juan tenía veintinueve y su esposa Marga veintiocho. Romina y Fede veintiocho los dos y los benjamines eran Gemma, con veintiséis, y Paco, con un año más.

En febrero, coincidiendo con el carnaval y unos días libres, decidieron alquilar una casa de turismo rural en las montañas gallegas. Era un lugar apartado, en plena naturaleza, precisamente lo que estaban buscando para alejarse del bullicio diario y descansar.

Llegaron un viernes y se instalaron. Las habitaciones eran confortables, sencillas pero decoradas con buen gusto. El salón tenía una hermosa chimenea y en la concina tenían todo lo necesario para su fin de semana.

Ese mismo viernes, el tiempo empeoró y comenzó a caer una nevada que duró toda la noche. Pero los ocho amigos eran indiferentes al mal tiempo. Se reunieron en el salón a charlar al calor de la chimenea.

Husmeando en una estantería, Marga encontró un libro muy curioso. Eran un volumen bastante grueso, sin título y parecía muy antiguo. Se sentó en un sofá y comenzó a ojearlo. Parecía un libro de cuentos con ilustraciones en blanco y negro y una de ellas le llamó la atención: se veía a una mujer desnuda, atada de pies y manos, y dos hombres que parecía que iban a azotarla. Marga empezó a leer la historia; no habían pasado ni unos segundos cuando Esteban, Fede y Gemma salieron del salón.

A mitad del relato, Marga tuvo que ir al baño y, al escuchar ruidos extraños en una de las habitaciones, abrió la puerta con curiosidad. Lo que vio la dejó perpleja: allí estaban sus tres amigos haciendo lo mismo que en su relato, con Gemma desnuda atada en la cama y Esteban y Fede azotándola.

Marga bajó al salón y cerró el libro. Estaba asustada. No podía ser una coincidencia, pero tampoco tenía sentido. Dejó el libro en la estantería. Seguía intentado buscarle algo de lógica a todo aquello cuando sus tres amigos regresaron al salón. Parecían tranquilos, como si nada hubiera pasado.

Pensó en comentar lo sucedido con Silvia o con su marido, pero estaba tan confusa y sorprendida que prefería primero intentar aclararse las ideas. Además, pensaba que, si sus temores eran ciertos, era mejor que nadie más supiera nada.

De noche, en la cama, no lograba dormir, obsesionada con el libro. Finalmente, no pudo resistir más la tentación y bajó al salón. Ocupó el mismo lugar, abrió el libro y buscó entre sus páginas otra ilustración. Encontró una en que se veía a una hermosa mujer de larga melena rubia a la que un hombre con una máscara estaba follando por detrás. La melena de la mujer del dibujo le recordó a la de Silvia. Entonces, le pareció escuchar ruidos en el pasillo, encima de donde estaba sentada. Subió despacio al piso superior y descubrió que había alguien en uno de los baños. La puerta ni siquiera estaba cerrada y, asomándose con cuidado, vio a Silvia que estaba siendo follada por su marido, que se había cubierto el rostro con una máscara.

Esta vez, Marga no se fue a cerrar el libro. Notó que lo que estaba viendo la excitaba. No importaba que se tratara de Juan tirándose a su amiga, sencillamente la escena la estaba poniendo cachonda.

Juan empujaba con fuerza y Silvia parecía muy frágil en sus brazos y frente a sus embestidas, pero ella disfrutaba, le pedía más y echaba su cabeza hacia atrás buscando la boca de Juan. Marga notó que ambos estaban como idos, ajenos a todo, despreocupados, como si no les importara que pudieran descubrirlos o no fueran conscientes de lo arriesgado de su situación. La calentura de Marga era ya avasalladora y tuvo que meterse un par de dedos en su vagina para intentar saciarse. Cuanto más contemplaba a Juan follando a Silvia, más se excitaba y terminó acompasando el ritmo de sus dedos con las penetraciones de Juan, llegando a correrse al mismo tiempo que su esposo.

Rápidamente se fue de allí, bajó al salón y volvió a dejar el libro en la estantería. Ya no tenía dudas: lo que leía en aquel volumen se reproducía en la casa. Pero, además, se dio cuenta de que hacía tiempo había tenido una fantasía en la que soñaba con que su esposo se tiraba a Silvia. ¿Y si el libro reproducía sus fantasías? Y entonces recordó que, cuando era adolescente, había visto una peli porno en que una mujer era azotada y esa imagen se había quedado gravada en ella durante mucho tiempo, hasta que terminó por olvidarla. Hasta esa noche.

Parecía de locos, pero Marga no podía negar lo que había visto. Tenía que volver a abrir el libro una vez más, comprobar si esa especie de encantamiento volvía a repetirse. Pero cuando iba a abrir el libro, apareció Gemma que bajaba a beber un vaso de agua.

Hola Marga, ¿no puedes dormir?

Parece que no tengo sueño todavía.

¿Qué lees?

Oh, nada. Estaba ojeando este viejo libro.

Pero Gemma notó la turbación de Marga y se quedó intrigada. ¿Por qué se había puesto nerviosa?

Al ver que Gemma no se iba, Marga decidió dejar el libro por esa noche y volver a la cama. En cuanto se fue, Gemma cogió el libro, quería saber qué había provocado el malestar en su amiga.

Iba pasando las páginas al azar hasta que un dibujo llamó su atención: dos mujeres estaban haciendo el amor apasionadamente, completamente desnudas.

Gemma de pronto se sintió impulsada a dejar el libro y subir a las habitaciones. No sabía que buscaba, pero algo la empujaba a mirar dentro de cada habitación. Al fin, en la de Marga y Juan, vio como Romina estaba comiéndole el coño a Marga en un rincón. Juan dormía profundamente. Marga tenía una mano apretada contra su boca y la otra masajeaba sus tetas. Gemma no entendía nada, pero disfrutaba viendo a sus amigas tan excitadas que no les importaba que Juan pudiera despertarse. Al sentir que Marga estaba a punto de correrse, ambas se metieron en el cuarto de baño de la habitación para no despertar a Juan. Gemma ya no podía verlas, pero le llegaron los gemidos amortiguados de Marga cuando se corrió.

Bajó de nuevo al salón y volvió a mirar el dibujo de aquellas mujeres follando. ¡Dios!, se parecía muchísimo a lo que había visto arriba. Pero era imposible. Ilógico. Sin embargo, lo había visto con sus propios ojos.

Siguió pasando páginas, extrañada e intrigada, y encontró un dibujo donde se veía a dos hombres que estaban follando a una mujer, uno por el culo y el otro por la vagina.


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