Una pareja de lesbianas me usó a su capricho (1ª parte)
Por El Manso Embravecido
Enviado el 14/01/2025, clasificado en Adultos / eróticos
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Hace cinco años más o menos, en una conferencia-charla que dio un sindicato, me senté al lado de dos chicas treintañeras con una estética rapera. Una, que luego supe que se llamaba Emma, llevaba una visera que cubría su melena rubia, una camiseta, mono vaquero con tirantes y tenis. La otra chica, que descubrí que se llamaba Rosa, llevaba una gorra que cubría una cabellera pelirroja corta, blusa, pantalón corto vaquero y sandalias. De cara eran muy atractivas y hermosas las dos, con algunas pecas en las mejillas de Rosa.
La conferencia trataba sobre los libros Doce pruebas de la inexistencia de Dios de Sebastian Faure y La Peste de Dios, La Bestia de la Propiedad y el Monstruo Social de Johann Most.
Después de una hora de charla, los conferenciantes abrieron una tanda de preguntas. Varias personas levantaron el brazo para dar su punto de vista o para que les aclararan algunas dudas.
Para mi sorpresa, Emma levantó la mano para pedir la palabra y cuando le concedieron la vez, dijo:
–La creencia en Dios es perjudicial hasta para experimentar un orgasmo intenso, verdaderamente placentero. Quien cree que un Ser Supremo lo vigila las 24 horas del día, tanto en sus actos como en sus pensamientos, se inhibe, por su ingenuidad, y, o se convierte en un ser frígido, u obtiene orgasmos muy pobres al no disfrutar de la sexualidad con naturalidad. Solo siendo atea, una llega a desinhibirse completamente y a disfrutar de una buena follada, sin remordimientos.
Después de esta intervención, todos los presentes aplaudimos. En aquella reunión a nadie se le había ocurrido el unir la causa de la creencia en Dios con el efecto de obtener malos orgasmos. Fue una idea original.
Decidí romper el hielo con mis audaces vecinas de butaca y me presenté.
Cuando me dijeron sus nombres, Rosa apostilló:
–Para recordarlos, asocia el nombre de mi compañera con el de Emma Goldman y el mío con el de Rosa Luxemburgo.
–Muy interesante. Buenas referencias ideológicas y culturales –le contesté.
Me comentaron que trabajan en una gasolinera.
–Y tú, ¿a qué te dedicas? –me preguntó Emma.
–Yo soy artista freelance. No me gusta tener amos. Soy punk aunque también me gusta el Rap Metal.
–Pues esta noche hay un concierto tributo a Red Hot Chili Peppers organizado por diferentes grupos, ¿te apuntas? –me informó Rosa.
–¡Cómo no! Buena música y excelente compañía. ¡Qué más puedo pedir!
Decidimos hacer tiempo yendo de terraceo para refrescarnos e intimar más.
Yo no sabía a cuál de las dos chicas le gustaba. A mi radar le costaba dar algún indicio sobre el tema. Las dos eran muy simpáticas y agradables conmigo.
Después de dar varias vueltas por el centro de la ciudad y de hablar de todo un poco (música, tatuajes, filosofía, etc.), en otra de las terrazas en la que aterrizamos me decidí a preguntarles de forma directa y clara:
–Bueno, y a todo esto, ¿quién de las dos está interesada en mí? Porque no acabo de captar los mensajes subliminales.
Soltaron una carcajada las dos, a las que me uní yo también, después, al verlas reír con ganas. Al cabo, Emma me contestó:
–¿Por qué tiene que ser solo una la interesada en ti?
En ese momento mi verga comenzó a activarse. La conversación empezó a subir de tono y en momentos, me fui dando algunos piquitos con ellas de forma alterna.
Ya en la sala de conciertos, después de pedir unas consumiciones, nos fuimos acercando al escenario.
Yo le pasé una mano por la cintura a Emma, y acercando mi cara a la suya, le pegué un buen morreo. Ella me dijo al oído:
–No te olvides de Rosa, que también quiere su ración.
Por supuesto que no me olvidaba de su cachonda amiga. Le paso por su cintura el otro brazo, me acerco, y le doy su filete rebozado, también.
Para mi sorpresa, luego, observo que ellas dos se abrazan y se morrean con tal intensidad, que me doy cuenta que son algo más que compañeras de trabajo y de piso.
El concierto duró dos horas y media y en todo ese tiempo los magreos y besuqueos entre los tres fueron constantes, intercalados con bailes sensuales al ritmo de la música.
–Somos una pareja lesbi que de vez en cuando mete en la cama a un hombre para que nos haga el trabajo sucio, ¿no te importa, verdad? –me confesó Rosa.
–¡Qué me va a importar! Yo también debo confesaros que estoy casado. Somos una pareja abierta –le contesto–. Y el trabajo sucio, ¿en qué consiste? –le inquiero.
–Es que a mí no me ilusiona en exceso el hacer cunnilingus. Emma me los hace muy bien, me corro como una golfa. Pero cuando me toca a mí, no puedo con ello.
–Pues yo soy vuestro muñeco hinchable. A partir de ahora no busquéis más machos. Ponedme en plantilla como juguete sexual de recambio u apoyo a la pareja. Además, si os apetece, con el tiempo os puedo presentar a mi esposa. Ella es bisex y le apasiona el sushi.
Rosa se echó a reír y me dijo:
–Pues a mí el sushi no me va, y lo intento. ¡Vaya si lo intento!
Después, Rosa se acercó al oído de Emma para informarla de lo que hablamos.
Mi mujer me hace favores presentándome a algunas de sus amantes para que la distancia entre sus empotramientos extramatrimoniales mensuales y los míos no sea enorme. Yo, presentándole a estas dos pichoncitas, sé que la pondré muy contenta y me lo agradecerá.
Emma después de escuchar a Rosa, se me acerca y me dice:
–Si te portas bien y das la talla de amante discreto (de actor de reparto), te meteremos en nuestro grupo de WhatsApp. Lo de presentarnos a tu mujer, gracias pero no. Preferimos que la tercera persona sea hombre, por temas de celos.
Comprendí su postura y asentí con la cabeza.
Salimos de la sala de conciertos, cogimos mi coche y nos dirigimos hacia su piso.
Ellas iban sentadas en el asiento de atrás y se daban el lote con desenfreno.
Mi polla estaba a reventar con aquel espectáculo que a través del espejo retrovisor yo contemplaba.
Cerca de su vecindario no había dónde aparcar. Entonces, Emma me dijo que lo metiera en el garaje de su edificio y que aparcara en la plaza de unos vecinos que el finde suelen ir a la sierra. Así lo hice.
Al salir del coche no pude reprimir darles unos buenos lengüetazos por el cuello y la nuca a las dos. Había cámaras de seguridad pero no nos importaba. Emma y Rosa me palpaban el paquete por fuera del pantalón y me decían “Si te portas bien dejaremos que nos la metas”.
Yo no dejaba de lamerles y succionarles las orejas mientras les comentaba que eso era solo un aperitivo de lo que les haría en sus mejillones y ojetes anales.
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