Una pareja de lesbianas me usó a su capricho (2ª parte)
Por El Manso Embravecido
Enviado el 14/01/2025, clasificado en Adultos / eróticos
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Arrimados a una columna del garaje hicimos una buena exhibición de puterío para ponerle los dientes bien largos al encargado de ver los videos de seguridad.
Una vez ya dentro de su apartamento me enseñan la casa. Observo que en la mesita de noche de su alcoba hay un ejemplar de La filosofía en el tocador del Marqués de Sade.
–Es nuestro libro de cabecera –comenta Rosa, y adoptando una postura regia, continuó–. Franceses un esfuerzo más si queréis ser republicanos.
Y nos reímos recordando uno de los pasajes más sublimes del libro.
Emma puso música de La Mala Rodríguez y comenzó a hacer un striptease. Rosa y yo nos sentamos en un sofá a deleitarnos con el show. De repente, Rosa me desabrocha la cremallera de los vaqueros y me saca la picha toda tiesa ya. Empieza a masturbármela con cierta dejadez, sin poner mucho entusiasmo en el asunto. Curiosamente ese desdén me excitó más y se me puso más dura y palpitante aún si cabe.
Una vez que Emma quedó en pelota viva, le tocó el turno a Rosa. Emma se sentó a mi lado y continuó el pajeo que su novia me estuvo haciendo antes. Emma le puso más interés al ordeño. Yo ya comenzaba a sentir algún cosquilleo de placer por el interior del nabo.
Una vez acabado el striptease Rosa, decidieron colocarse de rodillas con las piernas algo flexionadas, una en frente de la otra. Mientras se sobaban e intercambiaban filetes, yo, acostado en el suelo les iba comiendo las panochas y ojetes, chupeteándoselos bien.
A continuación hice el amago de penetrar con mi rabo el coño de Rosa, y al comprobar que no oponía resistencia, se la fui introduciendo poco a a poco, hasta hacer tope en mi pubis.
Mientras lamía y martilleaba con mi lengua el coño y el esfínter de Emma, con mi falo perforaba con fuerza el chumino de Rosa.
Cuando Emma se corrió, llenándome la boca con sus jugos, cambié de posición. Comencé a hacerle un buen lavado de bajos a Rosa mientras le hincaba mi polla bien adentro en el berberecho a Emma.
Con la punta de mi lengua le martilleé el clítoris a Rosa con tanto ímpetu que no tardó mucho en vaciarse en mi cara.
No pude aguantar mucho más tiempo el ritmo del folleteo y me corrí en el chocho bien dilatado y chorretoso de Emma. Esta dijo:
–Le dejaste bien limpitos los orificios a mi hembra. Ahora déjame relucientes también los míos. Trágate tu propio esperma. Date prisa, está a puntito de salir de mi almeja.
Yo estaba tan encantado con estas dos jacas en celo que no quería disgustarlas. Para que me volvieran a llamar accedí a la petición de Emma.
Me coloco debajo de su cueva y comienzo a darle lengüetazos por la entrada de su vulva. Después le separo con mis dedos sus labios mayores y repito otra serie de lengüetazos, estos ya por el clítoris y la parte interna de la vagina. A los pocos segundos noto que inunda mi boca un chorro de mi semen. Tenía razón una novicia que conocí hace años cuando decía que el esperma tiene sabor a clara de huevo. Pero a mí no me gustan los huevos crudos. Gracias a sus deliciosos jugos vaginales fui camuflando el sabor de mi lechada.
Del interior de su vagina salieron dos o tres chorros más de esperma. Me los tragué casi sin saborearlos mientras le succionaba el mejillón buscando algo más de sus caldos. También le dejé el esfínter bien lamido y relamido.
–¡Así se come un chocho y un culo! La mayoría de los hombres lo hacen de prisa y corriendo, le ponen menos ganas que Rosa. Con qué pasión y dedicación hace el cunnilingus Jonathan. Aprende de este maestro, Rosa, a degustar un sushi –decía Emma con la voz casi ida.
Mientras yo recuperaba fuerzas, las chicas decidieron seguir con la juerga.
Emma se colocó un consolador con arneses. Rosa se puso a cuatro patas y esperó pacientemente a que su macho la penetrara con garra. Emma se la introdujo en dos embestidas. Con las manos en la cintura, adoptando una actitud de chulapa, le iba propinando buenos caderazos.
Ante aquella visión, mi polla comenzó a tomar cuerpo, a ponerse morcillona. Opté por acercarme a Emma, por la espalda, y agarrándola por la cintura le fui besando el cuello, nuca y orejas. Emma me dijo:
–Mientras me zumbo el chocho de Rosa, lámeme el culo. Hazme cosquillitas en el ojete.
Me puse manos a la obra y separando sus nalgas con mis manos, le pegué unos buenos morreos en el ano. Le metí la lengua bien adentro buscando petróleo.
Cuando Rosa llegó al clímax, después de estar cerca de un cuarto de hora jadeando y gimiendo como una perra, intercambiaron los papeles. En la postura de misionero, Rosa, después de colocarse el consolador con arneses, se iba follando el chumino de Emma a buen ritmo, mientras le chupeteaba los pezones. Yo adopté el mismo rol de antes, lamiendo y succionando esta vez, el esfínter de Rosa.
Emma alcanzó el orgasmo acompañado con unos espasmos y gemidos endiablados.
Nos tomamos un descanso y decidimos darnos una ducha, pues los tres estábamos bastante sudorosos. La melena rubia de Emma estaba humedecida y algo rizada por el acaloramiento que la sesión de sexo le estaba proporcionando.
¡La noche era joven y larga!
Me senté en un sofá y le propuse a Emma que se sentara sobre mi polla dándome la espalda. No lo pensó dos veces y se subió a mi cabalgadura. Mientras esta me montaba, le sugerí a Rosa que hiciera de mamporrera y nos lamiera el coño y la polla durante el folleteo. Rosa puso mala cara y no quise insistir.
Emma subía y bajaba a lo largo de mi mástil, su conejo comenzaba a chapotear. Yo, la sujetaba por la cintura. Le lamía la espalda a la altura de los omóplatos y le mordía los hombros.
–¡Qué diferencia el meterse en el chocho una polla de carne en lugar de una de látex! La de carne está calentita y palpitante. Teniendo un amigo de confianza, que no se vaya de la lengua, es preferible esta opción. Jonathan lleva camino de ser ese amigo que necesitamos. ¡Qué aguante tiene! –comentó Emma.
–Gracias Emma. Yo estoy a vuestra entera disposición. Y aguante, el que queráis. Solo me correré cuando vosotras decidáis –aseveré.
Emma, al poco rato se corrió, calcándose mi rabo con fuerza, chocando pubis contra pubis. Después, se desacopló dejándole el sitio a Rosa. Esta, una vez que ensartó mi falo en el interior de su conejo, empezó a hacer círculos con la cadera.
Emma no tuvo tantos escrúpulos a la hora de poner en práctica un buen cunnilingus, e iba lamiendo almeja y chorizo sobre la marcha del folleteo.
A Rosa la ayudé un poco con mis manos, que tenía sujetas a su cintura, a subir y bajar por mi nabo, ya que ella estaba algo cansada y prefería solamente hacer un ligero hula hoop.
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