Hacia nuevos placeres (1ª parte)
Por Jerónimo
Enviado el 14/01/2025, clasificado en Adultos / eróticos
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Me llamo Nuria, tengo 33 años y llevo casi 10 casada con Mario. No voy a presumir de matrimonio porque, como casi todos, hemos tenido bastantes altibajos. Ahora mismo estamos en un momento de relativa calma, tal vez porque ya hemos dejado de pelearnos intentando cambiar a la otra persona, algo casi inevitable cuando no estás satisfecha con lo que esperabas obtener; me refiero sobre todo al tema del sexo. Al principio, Mario era muy apasionado y hacíamos el amor con bastante frecuencia y mucha pasión. Entiendo que el paso del tiempo, las preocupaciones y el estrés acaben pasando factura, pero no de la manera en que nos pasó a nosotros. Ahora, como decía, nos hemos ido acostumbrando el uno al otro y a tomar lo que viene sin presionarnos, sin exigirnos demasiado. Eso me ha llevado a tener que renunciar a disfrutar más en mis relaciones íntimas con mi marido, pero al final he acabado resignándome; seguimos teniendo relaciones, pero más esporádicas y sin la pasión los primeros años.
Hace poco tiempo conocí a un compañero de trabajo de Mario y a su esposa cuando mi marido los invitó a cenar una noche a nuestra casa. Él se llama Antonio; es un tipo un poco serio de más, incluso se podría pensar que es algo pedante, de esos que parecen creer que están en posesión de la verdad. No me cae mal del todo, pero si no fuera amigo de Mario, creo que no sería amiga suya. En cambio, su esposa Mercedes me parece encantadora, es una mujer alegre y despreocupada y en el fondo no comprendo bien cómo pudo casarse con Antonio.
Tras esa primera cena vinieron bastantes más. Mario y Antonio se llevaban de maravilla y les gustaba reunirse a menudo, por lo que acabaron siendo nuestros mejores amigos a la hora de salir, reunirnos para cenar e incluso hacer algún viaje juntos.
Mercedes y yo también nos hicimos muy buenas amigas y acabó confesándome que su matrimonio con Antonio tampoco era demasiado feliz; al igual que me pasaba a mí, su marido se había vuelto más despreocupado, menos atento, y eso en el fondo la hacía infeliz.
En mayo, coincidiendo con unos festivos, nos fuimos los cuatro de viaje al sur, a un pequeño pueblo en la costa. Cogimos habitaciones contiguas en el hotel, incluso estaban conectadas interiormente, de manera que podíamos reunirnos en cualquiera de las dos habitaciones sin tener que salir al pasillo, lo cual nos daba mucha más intimidad y libertad.
El pueblo era pequeño pero bonito y lo mejor es que teníamos una playa a escasos metros del hotel, aunque también este tenía una piscina bastante grande y salones de masajes con lo cual, con el poco tiempo que íbamos a estar allí, Mercedes y yo estábamos seguras de que no nos iba a faltar en qué matar el tiempo.
Por su parte, Mario y Antonio habían planeado ir de pesca, para lo cual habían alquilado una pequeña embarcación que los llevaría a unas pocas millas de la costa, donde parece ser que la pesca se daba bastante bien. Así pues, todos contentos.
El primer día después de desayunar Mercedes y yo nos fuimos hasta la playa. Yo llevaba un traje de baño bastante provocativo, con un escote muy pronunciado que tapaba a duras penas mis pechos y con la espalda completamente desnuda. Cuando Mercedes me vio con él puesto, me dijo que estaba muy atractiva y que tenía un cuerpo envidiable. Le devolví el cumplido diciendo que ella no tenía nada que envidiarme y la verdad es que lo pensaba en serio, pues Mercedes era una mujer realmente guapa, con unos ojos oscuros profundos, una boca perfecta y un cuerpo que, si bien no era el que podías ver en una revista de moda, en cambio tenía las curvas que suelen gustarle a los hombres.
Nos dimos un buen baño. No había mucha gente en la playa a esas horas de la mañana. De hecho, salvo un par de parejas que estaban justo en el otro lado de arenal, el resto estaba desierta.
Al salir del agua empecé a secarme con la toalla y Mercedes se ofreció a secarme la espalda. Me pareció que no frotaba con suficiente fuerza, más bien parecía que me acariciara, pero tampoco reparé demasiado en ello. Después, decidimos tomar el sol y Mercedes aprovechando, que no había nadie cerca, se quitó la parte de arriba del bikini para poder broncearse el cuerpo entero. Era la primera vez que nos veíamos el cuerpo tan abiertamente y me sorprendió lo bonitas que tenía las tetas.
Mercedes dijo qué era mejor que nos pusiéramos crema para protegernos del sol. Me pidió si podía untarle yo la espalda y cuando empezó ella a ponerme la crema, volví a sentir la misma sensación que con la toalla, pasaba su mano muy despacio, acariciándome.
Tienes una piel muy suave, me dijo dulcemente.
Me puse un poco nerviosa, pero no dije nada porque tal vez eran imaginaciones mías y podría meter la pata si insinuaba otra cosa.
A la media hora volvimos al hotel para darnos una ducha por qué se acercaba ya la hora del almuerzo. Nuestros maridos estaban todavía pescando, según nos dijo el conserje del hotel y que habían avisado que no vendrían a comer, pues no les compensaba interrumpir la pesca para venir a comer y volver luego a salir. Así que volverían a media tarde para reunirse con nosotras antes de la cena.
Subimos a las habitaciones y cada una fue a la suya para ducharse. Acababa de meterme debajo del agua cuando vi que la puerta de la ducha se abría y entraba a Mercedes, desnuda. Me quedé mirándola realmente sorprendida.
Mercedes, ¿qué...
No pude terminar la frase porque en ese momento me dio un beso en la boca.
Shhh, no digas nada.
Y volvió a juntar sus labios con los míos dándome un beso prolongado y cargado de intención. Yo seguía sin saber qué hacer o qué decirle, pero ella parecía muy segura de sí misma, como si hubiera pensado que yo iba a disfrutar de la experiencia.
Nuevamente me dio otro beso, esta vez mucho más intenso y buscando mi lengua con la suya. Sin poder evitarlo, al notar la presión de su lengua, abrí mis labios y nuestras lenguas se juntaron y empecé a devolverle el beso cediendo a la excitación que empezaba a sentir. Sin embargo, en un momento dado me separé.
No, para. Esto no me parece bien.
¿Por qué?, no hay nada malo. Me gustas, y mucho.
Y volvió a besarme. De nuevo me sentí incapaz de rechazarla y correspondí a ese beso. Entonces ella descendió con su boca por mi pecho y empezó a besarme las tetas mientras sus manos acariciaban mi espalda, bajando hasta el culo que empezaron a apretar con suavidad. Confieso que sus besos y caricias me estaban gustando, pero seguía pensando que todo eso no estaba bien y volví a repetirle que parara. Ella levantó su cabeza hasta la altura de la mía y me dijo suavemente:
Querida, no va a pasar nada que no desees.
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