Hacia nuevos placeres (2ª parte)
Por Jerónimo
Enviado el 14/01/2025, clasificado en Adultos / eróticos
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Y me dio de nuevo otro dulce beso en los labios para seguir después con mis pechos otra vez. Yo ya no pude detenerla, en ese momento me di cuenta de que íbamos a llegar hasta el final y qué tal vez yo había reprimido ese mismo deseo que me mostraba Mercedes, más valiente y menos cargada de prejuicios que yo.
Después de besarme las tetas, fue descendiendo, comenzando con el vientre. Yo me había apoyado contra la pared de la ducha, rindiéndome al fin a esa mujer, de manera que mi cadera estaba más adelantada que el resto del cuerpo, facilitando que, cuando Mercedes llegó su altura, pudiera acceder fácilmente a mi vagina. Metió su lengua dentro y empezó a jugar con mis labios y a lamer y chupar el clítoris, haciendo que me estremeciera de arriba abajo.
Echaba mi cabeza hacia atrás y gimoteaba de placer sin poder contenerme. Mercedes me estaba proporcionando un goce del que hacía mucho que no disfrutaba; en realidad, eso no era exacto, pues nunca me había follado una mujer y el goce, por tanto, era completamente nuevo y, aunque me costara reconocerlo, mucho más intenso y placentero que el que había disfrutado con los hombres.
Cuando al final me corrí, la sensación fue de un placer desconocido, intenso, profundo. Mi amiga me había descubierto todo un mundo de sensaciones increíblemente excitantes.
Mercedes se irguió con el rostro radiante. Había conseguido provocarme un orgasmo, pero sobre todo se sentía feliz porque había vencido mi miedo e intuía que eso tal vez había abierto una puerta a algo nuevo entre nosotras.
¿Estás bien?, me preguntó.
Y solo pude responderle con un beso cálido, cargado de gratitud.
Acabamos de secarnos y nos vestimos para bajar al comedor. Entonces, se le ocurrió una idea: mandar que nos subieran la comida a las habitaciones. Estuve de acuerdo. En ese momento no me apetecía romper esa sensación de intimidad, de unión que había surgido.
Mientras esperábamos la comida, Mercedes volvió a besarme. Ya no opuse resistencia, lo deseaba. Disfruté de sus besos al fin sin ninguna barrera moral. Sus labios perfectos eran suaves, esponjosos y su lengua sabía excitarme sin mucho esfuerzo. Mientras me besaba, empezó a desnudarme. Primero desabotonando mi blusa y acariciando mi pecho. Le allané el camino quitándome el sujetador. Después, dejando caer mi falda a los pies. Solo con las bragas, empezó a besar mi cuerpo con verdadera pasión. El momento de la ducha solamente había sido una primera exploración, pero quería más.
Llamaron a la puerta de su habitación y salió por la puerta interior para coger su comida. Aproveché para ponerme un albornoz para poder recoger después la mía.
En cuanto el empleado se marchó, ella regresó a mi habitación. Su rostro se encendió de deseo al verme con el albornoz blanco.
Eres preciosa. ¡Preciosa!
Y volvió a besarme mientras sus manos entraban dentro del albornoz. No deseaba quitármelo, era como si se excitara más acariciándome con él puesto.
Nunca había dado placer a otra mujer. Temía no saber hacerlo tan bien como ella, pero con la calentura que tenía dentro, instintivamente comencé a besarla en el cuello mientras empezaba a desvestirla. Ella seguía acariciándome: los pechos, la cintura, el culo...
Tienes un cuerpo precioso, me decía. Estás muy buena, y reía nerviosa.
Cuando estuvo desnuda, fuimos a la cama y me quité el albornoz. Nos empezamos a besar presas de una urgencia descontrolada. Éramos un laberinto de brazos y piernas abrazándose. Nuestras bocas se buscaban desesperadas para apartarse de nuevo en busca de nuevos territorios que conquistar. Metí mis dedos dentro de ella y gimió con fuerza. Sus brazos se quedaron quietos, su boca entreabierta, y sus ojos se cerraron concentrándose en el roce de mis dedos.
Empecé a masturbarla buscando aquellos sitios que me daban placer cuando me lo hacía a mí misma y conseguía que mi amiga se retorciera de placer. Nerviosa, su cuerpo se agitaba descontrolado. En uno de esos movimientos, ella se quedó boca abajo, pero mi mano seguí firmemente aferrada a ella y apoyándome en su espalda, continué mi exploración hasta lograr que estallara en un maravilloso orgasmo.
Nos quedamos un momento quietas, en silencio, abrazadas.
Va a enfriarse la comida, dije.
Pero la que más me apetece ahora, no, me respondió tocando mi vagina.
Y sin más, volvió a meter su cabeza entre mis muslos comenzando otro cunnilingus delicioso. Su lengua sabía estimular mi clítoris con precisión, mientras sus manos me sobaban las tetas, apretando y pellizcando mis pezones.
Sigue, me encanta. Ahhhh.
No hacía falta insistir. Mercedes disfrutaba comiéndome el coño y me daba un placer infinito. Me corrí de nuevo en un mar de sensaciones delicioso y arrollador.
Nos besamos con pasión y permanecimos abrazadas, desnudas y colmadas, hasta bien entrada la tarde.
Al ver la hora y que nuestros maridos podían llegar en cualquier momento, nos vestimos y nos arreglamos un poco. Pero a cada instante, interrumpíamos lo que estuviéramos haciendo para besarnos o acariciarnos en la mejilla.
Comimos algo, todo estaba frío, pero no nos importó. Teníamos hambre, también de ese tipo.
Desde ese día, Mercedes y yo nos convertimos en amantes. Me di cuenta de que ya no tenía que pelearme nunca más con mi marido por su falta de atención. Mercedes me entendía mejor que nadie y lo que necesitábamos lo teníamos la una de la otra, sin regateos, sin súplicas. Y además, el sexo con ella era mucho mejor que el que había tenido nunca con mi marido. Sabía lo que me gustaba y se preocupaba por dármelo.
La pasión nos desbordaba y esperábamos cada nuevo encuentro con una ansiedad impropia de nuestra edad. Incluso mi marido notó el cambio que se había producido en mí. Estaba más contenta, me arreglaba más, susurraba canciones mientras hacía tareas cotidianas...
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