Hacia nuevos placeres (3ª parte)
Por Jerónimo
Enviado el 14/01/2025, clasificado en Adultos / eróticos
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No podía ni imaginarse a qué se debía mi cambio, pero mi renovada coquetería provocó que tuviera deseos renovados también. Pero a mí ya no me decía nada. Intentaba evitar tener relaciones con él pues, comparadas a las de Mercedes, eran toscas y no me daban ni una décima parte del placer que tenía con mi amante. Alguna vez era casi imposible evitar que me follara y debía resignarme, pero la mayor parte del tiempo terminaba desistiendo si yo me mantenía firme.
Un día que me había citado con Mercedes, estaba arreglándome cuando llegó Mario. Yo estaba en ropa interior aún, frente al espejo, peinándome.
Vaya, ¿tienes una cita con tu amante?
Su pregunta me cogió por sorpresa. Sin querer, había acertado, pero sin imaginar quién era en realidad mi amante ni su sexo.
No seas tonto, respondí. Solo voy de compras y a tomar un café con Mercedes.
¿De verdad? ¿Y por qué te pones tan guapa?
Ya sabes que soy una presumida. Me gusta verme bien.
Me acerqué para darle un beso y noté que estaba empalmado. Me llamó la atención que con tan poca cosa lo hubiera excitado, pero llevábamos más de una semana sin tener relaciones y creo que estaba ya muy necesitado, al límite.
Apresuré a vestirme para evitar que siguiera excitado. Además, si no me daba prisa llegaría tarde a la cita.
Pero Mario había llegado ya a un punto de ebullición que no podía detener. Ya me dirigía a la puerta cuando me agarró del brazo y me besó.
¿No puedes dejar las compras para otro día?
¿Y Mercedes?, argumenté intentado desesperadamente sacarle la idea que rondaba en su cabeza.
Pero fue inútil.
Llámala, anula la cita.
Y volvió a besarme. Notaba que estaba realmente cachondo y me di cuenta de que no sabía cómo detenerlo.
Para, Mario. Por favor.
No puedo, cariño. Estás muy atractiva hoy. Culpa tuya.
Empecé a forcejear intentando liberarme, pero no podía. Me giré, intentando así evitar que me besara, pero aprovechó para empujarme sobre el respaldo del sofá. En esa posición, me levantó la falda y se bajó los pantalones.
Para, Mario.
Intenté levantarme, pero con su mano en mi espalda lo evitaba. Apartó mis bragas y me metió su pene duro ya al máximo con violencia.
¡No!, protesté.
Pero nada podía ya detenerlo. Empezó a follarme violentamente, empujado por un calor provocado por su abstinencia. Yo seguía pidiéndole que parara, pero entre mis ruegos se escapaban algunos gemidos de placer que no hacían más que aumentar su deseo.
Me estaba follando a conciencia, como si fuéramos dos desconocidos, sin sentimientos de por medio. Por suerte, estaba tan excitado que no tardó en correrse. Un poco avergonzado, se subió los pantalones y se fue a la cocina sin decir nada.
Me arreglé el vestido, me peiné, pinté de nuevo mis labios y salí sin decirle nada. De camino a mi encuentro con Mercedes, la llamé por teléfono:
Voy a llegar con retraso. Te quiero.
Habíamos quedado en una cafetería de una zona que nunca frecuentábamos, ni nosotros ni nuestros conocidos, con lo que evitábamos cualquier riesgo.
Le conté a Mercedes lo sucedido y se mostró enfadada.
Te violó, cariño. Si no querías, es violación.
Ya, ¿y qué quieres? En parte es mi culpa. No me apetece ya acostarme con él.
Bueno, eso no tiene nada que ver. Debería respetarte y, si no puede aguantar, que se vaya a un prostíbulo.
Nos reímos, pero tenía razón, que fuera mi marido no le daba derecho a forzarme.
Mercedes, aprovechando que estábamos en una mesa al fondo del establecimiento, libres de miradas, metió su mano debajo de la mesa, tocándome la pierna.
Si alguien tiene que violarte, quiero ser yo.
Sus palabras me excitaron al instante. Solamente imaginarme de nuevo besaba y tocada por ella hacía que me estremeciera de ganas.
Un sábado acudimos a una reunión en casa de unos amigos comunes. Nos reunimos cuatro matrimonios para cenar y pasar la velada. La casa estaba a las afueras y era una mansión, con una hermosa piscina en el jardín trasero frente a la cuál habían dispuesto la mesa.
Los anfitriones era Luís y Aurora, un matrimonio en la cuarentena. Él había sido compañero de Mario y Antonio, pero había montado su propia empresa y nadaba en dinero. Aurora era una mujer aún muy atractiva, alta, morena, con una cara muy bonita. A la otra pareja no la conocía, se llamaban Andrés y Tere, de nuestra edad más o menos. Él era cliente de Luís, un tipo atractivo, y Tere era una mujer realmente guapa y se vestía para demostrarlo, con escotes enormes, tacones altos y un maquillaje algo excesivo, pero aplicado con mucha intención para resaltar su boca carnosa y unos ojos verdes preciosos.
La cena estaba deliciosa y la conversación fue muy agradable. Al terminar, los hombres se quedaron al lado de la mesa, en unas butacas, fumando y tomando una copa. Aurora nos invitó a darnos un baño en la piscina, si nos apetecía. Nos prestaría los trajes de baño o, dijo riendo, podíamos bañarnos desnudas si nos gustaba más.
Mercedes aceptó en seguida, pero yo prefería esperar un poco, no tenía ganas de bañarme en esos momentos. Aurora y Mercedes fueron a cambiarse y enseguida estaban disfrutando del agua.
Yo fui al baño y, al salir, me encontré a Luís y a Tere besándose en la cocina. Me escondí como pude, pues no podía regresar al jardín sin que me vieran. Desde dónde estaba, podía verlos perfectamente y disfrutar de sus jueguecitos. No parecían temer que alguien pudiera sorprenderlos, parecían ajenos a todo. Luís había metido su mano entre los muslos de Tere, que disfrutaba abiertamente del masaje. Pero, al mismo tiempo, ella estaba masturbando a Luís, que tenía la polla fuera de sus pantalones. Entonces, Luís empujó a Tere hacia abajo y ella, obediente, comenzó a hacerle una mamada.
Confieso que la escena me estaba gustando y empezaba a sentir que me acaloraba por dentro. Casi instintivamente comencé a masturbarme. Al poco tiempo, estaba tan cachonda que regresé al baño para seguir el trabajo. Seguía masturbándome y estaba tan absorta que no vi entrar a Tere, que venía la lavarse y arreglarse un poco después de terminar con Luís. No la sentí acercarse hasta que la tuve junto a mí. Al girar la cabeza, aprovechó para plantarme un beso en los labios y agarró mi mano moviéndomela para que no dejara de acariciarme. La sorpresa no me cortó la excitación. Es más, que aquella hermosa mujer estuviera besándome y ayudando a masturbarme la había aumentado. Me dejé llevar y al poco tiempo tenía a Tere de rodillas comiéndome el coño.
¡Dios!, sigue así, sigue. Me corro.
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