Las montañas de la lejanía
Por Traficante de Ideas
Enviado el 05/01/2025, clasificado en Ciencia ficción
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El chico salió del instituto y, como todos los días, se dirigió a su casa a comer. Para ir del instituto a su casa tenía que atravesar las calles de siempre, las que, según le parecía, conocía desde el día en que nació.
Y es que nunca había salido de aquel pueblo con poco más de 20.000 habitantes que se encontraba rodeado de montañas. A sus padres no les gustaba viajar y siempre que les decía que le gustaría salir a ver algo más de mundo le respondían lo mismo: "¿Qué quieres ver que no haya en el pueblo? Si aquí tienes todo cuanto necesitas".
Durante las mañanas, mientras la profesora daba alguna de sus inacabables y tórridas lecciones, él se pasaba las clases mirando por la ventana a las majestuosas montañas que se veían de fondo, preguntándose qué habría tras ellas.
Obviamente podía hacerse una idea muy aproximada de lo que habría allí fuera, pues, aunque su pueblo fuera bastante anticuado, tenía buen acceso a internet, televisión y hasta llegaban los periódicos... Pero nunca sería lo mismo ver por el televisor cómo unos intrépidos astronautas pisaban la Luna que ser uno mismo uno de aquellos astronautas.
Mientras proseguía su monótono camino de todos los días sumergido en sus propios pensamientos volvió a fijar la mirada en las montañas del horizonte, le atraían de manera intensísima. Detuvo sus pasos. Aquel día no tenía hambre, había desayunado y almorzado bien. ¿Por qué no emplear las horas restantes de aquella tarde en realizar un pequeño viaje hacia esas montañas, subir por ellas y echar un vistazo hacia el mundo exterior? No eran montañas muy altas, probablemente ni siquiera llegaban a ser medianas, no hacía falta ser ningún escalador para ascender por ellas... Sus padres se enfadarían por no haber ido a comer y a la vuelta le esperaría una buena regañina, pero ¿qué más daba?, aquello merecía la pena y no le llevaría más que unas 4 o 5 horas, es posible que pudiera estar de vuelta en casa antes del anochecer. ¡Había que intentarlo!
Tomó su rumbo y estuvo bastantes horas caminando. Las montañas parecían mucho más cercanas desde la distancia que cuando uno decidía aproximarse a pie hacia ellas.
Cuando llegó al pie de uno de los montes más bajos y fáciles de escalar que había, la fatiga de sus piernas no era nada en comparación con la emoción que sentía. Dejó en el suelo la mochila que llevaba cargando sobre sus hombros durante todo el camino para recogerla más tarde, cuando hubiera descendido, y comenzó a subir.
En el momento en el que llegó a la parte alta ya había anochecido pero aquello no hizo ninguna mella en el ánimo del chico, el cual corrió por la parte superior de aquel monte ansioso por asomarse hacia el otro lado y ver qué podía divisar. Quizás las luces de otros pueblos, quizás arboledas o quizás más montañas, no importaba, lo único importante es que podría mirar más allá de lo que había visto durante toda su vida.
Pero al acercarse al filo contrario por el que había subido y mirar lo que había detrás, todo cuanto vio fue un infinito abismo de oscuridad. La luz de la Luna no reflejaba nada más allá de las montañas, no había bosques, no había pueblos... No había suelo. Solo había un inmenso y amenazador abismo que parecía a punto de engullirle de un momento a otro.
El chico corrió alejándose de allí todo lo rápido que pudo. Más tarde no recordaría haber bajado el monte, y tampoco se acordó de recoger su mochila del suelo, solo podía pensar en huir, en llegar de regreso a su querido pueblo, del que ojalá nunca se hubiera alejado.
Años más tarde el chico ya era un hombre, nunca le contó a nadie lo que vio más allá de las montañas, pues se autoconvenció de que fue la oscuridad propia de la noche y la absoluta ausencia de luz eléctrica en aquella zona lo que le dio la falsa impresión a su mente casi infantil de que lo que allí había visto era un terrible abismo. Se autoconvenció de que su pueblo y las montañas que lo rodeaban no eran lo único que existía, de que había muchísimo más mundo allá fuera.
El chico (ahora hombre) nunca salió del pueblo, y cuando su hijo le dijo que le gustaría viajar más allá de las montañas él le contestó: "¿Qué quieres ver que no haya en el pueblo? Si aquí tienes todo cuanto necesitas".
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