DISTINTA
Jacobo escupió el agua que ardía en sus pulmones y en su garganta. Le faltaba oxígeno y creyó que volvería a las tinieblas oscuras de la inconsciencia. Trató de incorporarse de nuevo, pero cayó pesadamente en el manto de arena cristalina.
Un brazo musculoso sostuvo su cabeza. Vomitó un chorro de agua salada. Abrió sus ojos y su corazón saltó, un estremecimiento recorrió su espalda. La plena consciencia le asaltó. El sol le deslumbraba, pero pudo contemplar los ojos rasgados color gris perla, la carnosa boca con una sonrisa cautivadora, el cabello rojizo, corto, ondulado...y la voz como un eco.
Jacobo no podía entender los sonidos, no obstante, pudo comprender lo que decían los sonidos, aquella cadena de tonos y matices que sus oídos captaban; lo comprendía dentro, en su cabeza. Asintió y le invadió una serenidad placentera.
Supo que estaba a salvo allí, sobre la arena caliente. Desfallecido, incapaz de articular palabras de agradecimiento, sin fuerzas para sostenerse. Escuchó. Las olas espumosas. Notó el beso rítmico en sus piernas y su cintura. La canción del mar, el lecho de la tierra, la conjunción de las verdades de la tierra firme y la ingravidez acuosa.
Los ojos grises destellaban. La boca dejó ver la perfecta fila de diminutos cristales redondeados que se abrieron, la lengua rosada, delicada y delgada. Nuevos sonidos; nuevas palabras que sí comprendía.
No te vayas, pensó Jacobo. No te vayas. Llevó su brazo y se aferró al abdomen deslizante. Eran unas escamas de tacto parecido al plumaje de las aves; la temperatura cálida, el movimiento lento de cada escana elevándose y regresando a su posición anterior, cuando los dedos de él acariciaban la superficie larga. Por debajo, carne firme y sólida.
No te vayas, volvió a pensar Jacobo. Sus ojos eclipsson todo lo que no fueran aquellos ojos profundos y tiernos.
Ella se deslizó de entre sus brazos con una suavidad indescriptible. Formó parte de la arena, de las espumas, del aire, y después de un instante en que el agua fue remolino y el chapoteo dejó paso al silencio de las olas acompasadas, dejó de estar.
Desesperado Jacobo trató de levantarse. Semiincorporado, buscó. La nada. El agujero de su pecho... desolación.
Y de repente, su cabeza oyó, cual si estuviera allí mismo, comprendíó: volveré, aquí, contigo.
Con u suspiro se dejó caer sobre la arena y le invadió el beso cálido del sol del mediodía. Revelación: la felicidad era aquello, aquella espera que ahora comenzaba.
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