EL VIAJE
Bajo el manto estrellado, el tren avanzaba como un susurro. En el vagón, dos buenos amigos dormían frente a frente. Él soñaba ser un revisor; ella, una pasajera sin billete. Al despertar, se miraron sorprendidos: sus sueños eran piezas de un mismo rompecabezas. Entre risas, decidieron seguir soñando juntos, mientras el tren los llevaba hacia un destino desconocido, tejido con los hilos de su imaginación compartida, y siguieron un largo viaje, soñando y diseñando mundos tan reales como sólo pueden serlo los sueños.
El suyo era un sueño nacido del imprevisto, sin apriorismo; su viaje sin destino prefijado: era el viaje por el placer del viaje. Sus escalas en tierras de fuego y en placenteras playas de poesía, sin barrotes ni cadenas aritméticas.
Despertaban abrazados; dormían sin separarse. Disfrutaban secretamente del calor mutuo, del entrelazamiento de sus manos, de su consuelo animoso. Con un soplo sonriente disiparon los prejuicios ruborosos. Su bandera ondeaba libremente. Fotografiaban la realidad, interpretada con los tonos inmaculados de la pasión y la ternura desbordada.
En los cruces de vías férreas, ella, pasajera sin billete, se desnudaba entre risas y se vestía con el uniforme de revisora; mientras él, sin ropa, era el pasajero sin billete al que ella hacía un guiño cómplice a la vez que se abrazaban en las curvas cerradas de la vía, diseñando en un asiento compartido rutas oníricas, desde las cumbres borrascosas hasta los espumosos rompientes que besaban las rocas.
...Y las bellas hojas alfombraban el parque de sus sueños.
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