Sexo en un gym 24 h, con tres chicas (1ª parte)
Por El Manso Embravecido
Enviado el 20/01/2025, clasificado en Adultos / eróticos
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Hace un tiempo me apunté a un gimnasio 24 h, de estos a los que puedes ir todos los días del año a la hora que te dé la gana. En alguna ocasión, cuando sufro de insomnio, me levanto a las 5 de la madrugada y me voy al establecimiento deportivo para hacer algo de pesas y cardio y así agotar al cuerpo, para coger el sueño mejor.
Una de las veces que fui al gym de madrugada, a la media hora de estar allí (practicando mis ejercicios sin más compañía que la música que puse en los altavoces utilizando el Bluetooth de mi móvil), pues oigo unas voces en el pasillo de la entrada. Observo detenidamente quién podría ser y descubro que son tres chicas, que venían con una buena curda.
Una, que era la que estaba más perjudicada por el exceso de alcohol, lleva media melena teñida de tres colores (azul, violeta y rubio). Vestía una blusa blanca y un pantalón vaquero acompañado de unos tenis blancos (haciendo juego con su blusa). Luego supe que se llama Ainoa. Es muy hermosa de cara. La tiene ataviada con cinco piercings repartidos por nariz, labios y lengua. En su frente llevaba escrita con rotulador una palabra casi ilegible ya, por el paso de las horas: “Bitch” (“Puta” en inglés).
Otra, tiene el pelo muy corto y rubio, llevaba un vestido entubado y con zapato plano. Esta se llama Frida. Tiene los ojos verdes y los labios muy carnosos y sensuales. La tercera lleva una melena morena larga (casi hasta la cintura), y muy lacia. Vestía un top gris y una minifalda de pana color azul. Se llama Iria. Sus ojos negros te penetran el alma. De estatura, las tres andarían entre el 1,60 m y el 1,70 m. Ainoa y Frida son muy delgadas y casi planas de pecho. Iria es más anchota de cachas y muslos. También tiene más volumen de pecho.
Entraron en la sala de máquinas sin cambiarse de ropa ni nada. Con la ropa de calle pretendían hacer deporte. Seguro que fue una ocurrencia de última hora, para rematar la noche. Ni se molestaron en ir al vestuario.
Ainoa, que tambaleaba bastante, tuvo la ocurrencia de querer practicar sentadillas con barra. Le metió unos 40 kg.
—¿No es un poco peligroso practicar pesas con la cogorza que lleváis? —le pregunto a Ainoa.
—¿Tú de qué vas? ¿De nuestro papaíto? —me suelta Ainoa.
Me coloqué prudentemente detrás de ella. Efectivamente ocurrió lo que me temía. Cuando Ainoa intenta levantar la barra, casi se cae. Gracias que yo acudí a tiempo. Sujeto la barra y la coloco en su sitio. Después agarro a la manceba por la cintura, para que no se desplome en el suelo, y la tumbo en una colchoneta.
—Duerme un poco la mona y deja de hacer la idiota. Y vosotras dos, pegaos una ducha a ver si espabiláis un poco y os despejáis de la curda —les ordeno, casi como un sargento de milicia.
Frida e Iria aún tardaron una media hora en volver de las duchas. Yo, mientras tanto, seguí con mis ejercicios. Hoy tocaba la zona dorsal.
Cuando Frida e Iria aparecieron en la sala de máquinas, estaban un poco más despejadas. Entonces Frida me cuenta:
—El novio de Ainoa cortó con ella esta noche y le dio por beber para ahogar sus penas. Nosotras, para no aguantar su borrachera destructiva, quisimos pillar ese puntito, que te pone contenta, y así intentar animarla con la risa fácil de las gracias tontas.
—Deberíais llevarla a las duchas y que se remoje un poco —digo, señalando a Ainoa.
—Más tarde. Ahora es mejor que duerma la mona un rato. Y a ti, ¿cómo te dio por venir al gimnasio a estas horas? —me pregunta Iria.
—Me desvelé y preferí aprovechar el tiempo haciendo un poco de deporte en vez de ponerme a contar ovejitas —mi comentario les hizo soltar unas carcajadas.
—Pues nosotras es la primera noche de juerga que nos vamos de vacío para casa. Siempre nos tiramos a algún mozalbete con buena planta. Pero esta noche, por culpa de consolar y entretener a Ainoa, nos vamos sin catar a un buen macho. Por cierto, ¿te apetecería rematar, ponerle el broche a nuestra noche, para no romper con la estadística? —comenta Frida.
—La verdad es que estás de muy buen ver, para ser un cincuentón. Además, has sido como nuestro Ángel de la Guarda. Gracias a ti no hemos acabado en el hospital con alguna fractura. A nuestro Ángel de la Guarda tenemos que concederle cualquier deseo que nos pida —soltó Iria, con mucha guasa.
—El gimnasio está lleno de cámaras. Si no os importa ese detalle, por mi parte, estoy dispuesto a montarme un trío con vosotras. La verdad es que sois dos veinteañeras muy buenorras.
—Las cámaras nos provocan más morbo. Nos divierten los voyeurs. ¡Que la persona que controle las cámaras se masturbe a nuestra salud! —dijo Frida, con cierto desparpajo.
Frida se desentuba el vestido y se descalza. Se queda en pelota viva, ya que la ropa interior la había dejado en el vestuario. Lo mismo Iria. Se quitó el top y la minifalda en tres segundos.
Yo estaba algo sudado y les comento que preferiría pegarme una ducha antes de empezar la faena. Ellas me dicen que no es necesario, que les excita muchísimo el observar a un hombre musculado y sudado. Pues me quito mi camiseta, mi pantalón corto y mis tenis y, ¡manos a la obra!
Me encanta disfrutar de unos buenos preliminares. Frida e Iria se tumban en unas banquetas y les voy comiendo la panocha de forma alterna. Me enorgullece el ver la cara de vicio que ponen las hembras, gracias a mis habilidades bucales, cuando les morreo de lo lindo la almeja. Frida ponía los ojos en blanco y no hacía más que decir “Ha sido una buena idea el venir al gimnasio”. Iria bizqueaba y se mordía los labios cuando yo intentaba, con la punta de mi lengua, tocarle el útero. Esta contesta a su amiga con un “Tienes razón, Frida, en la discoteca no creo que encontráramos a ningún niñato que nos comiera el coño con tal destreza”.
En esto que se despierta Ainoa y dice:
—Tengo ganas de orinar y no me apetece caminar hasta los baños, ¿qué hago?
Entonces yo me tumbo en el suelo y le sugiero:
—Orina sobre mi cara. Piensa que soy tu exnovio y véngate.
Ainoa, al ver el despelote que teníamos montado, no se lo piensa dos veces y se desabrocha la blusa, se quita los tenis y se desenfunda los jeans. Llevaba un sujetador color rosa y unas braguitas negras. Se las quita y pregunta:
—¿No debería ducharme antes de entrar en la orgía?
—No hace falta. No me molesta el olor a hembra ebria —le comento.
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