La novicia que no llegó a profesar al probarme (2ª parte. Final)
Por El Manso Embravecido
Enviado el 20/01/2025, clasificado en Adultos / eróticos
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Me comenta que es virgen, que se lo haga con delicadeza. A mis 19 años de entonces, Ángeles era la primera mujer que iba a desflorar. Hasta entonces, solo había conocido a chicas muy golfas y guarras que ya tenían el coño bien abierto desde la pubertad. No me desagradan este tipo de chicas, ¡ojo!, pero de vez en cuando echarse a la boca un caramelito sin desenvolver y ser el primero en chuparlo, pues se le agradece a la vida.
Pusimos en el suelo unas mantas, colchas y sábanas. Ángeles se acostó sobre ellas con las piernas dobladas y bien abiertas. Yo acerqué mi cara a su cueva todavía sin explorar por ningún Livingstone, y se la comienzo a lamer. Con mis dedos le separo sus labios vaginales y le meto bien adentro mi lengua. Noto que no tiene himen. Al fin y al cabo, ya era mayor de edad. Montando en bici o con sus propios dedos se lo habrá roto. Mejor, así no tengo que rompérselo con mi lengua y tragarme los correspondientes fluidos sanguinolentos.
Ángeles gime y se retuerce sobre las sábanas. Estaba experimentando el éxtasis verdadero, el carnal y no el místico.
Le martilleaba el clítoris con mi lengua. Me tragaba con gran devoción todos los caldos que iba soltando. ¡Cómo lubricaba aquella monja! Por supuesto, me soltó un buen orgasmo en toda la cara. Mi nariz, boca, barbilla y hasta mofletes fueron testigos privilegiados de sus espasmos, contracciones y chorros incesantes de líquido viscoso.
Llegó la hora de meterle mi cipote, entero hasta los huevos, hasta el mismísimo útero si fuera posible. Pero eso sí, con mucha suavidad. Su virginal almeja estaba abierta y receptiva para mí.
La postura del misionero es la mejor en estos casos y poco a poco se la voy introduciendo. Ángeles reprimió algún pequeño chillido de dolor, pero gracias al cunnilingus que previamente le hice, estaba tan lubricada que le entró bien. Mis 18 cm de rabo se acoplaron en aquel chumino sin mucha dificultad. Y eso que de perímetro tiene casi 14 cm, le faltan 2 milímetros. Pero se la endosé bien adentro, hasta hacer tope con mi pubis. Empecé con un mete-saca muy lento y utilizando solo 4 cm de mi tranca. Poco a poco, sin acelerar el ritmo, fui metiendo y sacando más cacho de carne, unos 8 cm.
Ángeles estaba como ida. Tenía el rostro desencajado. Le caía la babilla y todo. Babilla que yo recogía con mi lengua, por supuesto, y me la iba tragando.
Tuvo un segundo orgasmo incluso follándomela a fuego lento. ¡La muy beata era multiorgásmica! Aceleré el ritmo, ahora sí a tres embestidas por segundo, sacando y metiendo el máximo de cantidad de carne que podía sacar y meter sin que se me saliera el nabo, y aún no pasados ni 10 minutos Ángeles vuelve a tener otro orgasmo. El tercero.
Le sugerí que se pusiera a cuatro patas. La polla en esta postura entra rascando más las paredes vaginales, y sobre todo, el clítoris. Es la postura preferida por la mayoría de las mujeres.
La cogí por la cintura y le di caña, sin contemplación. Con cada arremetida nuestras entrepiernas chasqueaban. Ángeles tenía tan caliente y húmedo el chumino y para colmo mi polla entraba tan apretada en ese coño recién desflorado, que no pude aguantar mucho más y me corrí en sus entrañas. Ella también consiguió el cuarto orgasmo.
Nos tomamos un respiro. Nos acurrucamos mientras hablábamos de diversos temas. Del interior de su vagina comenzaba a salir mi lefa. Ángeles se quedó sorprendida, pensaba que se quedaba dentro y se echó a reír. Yo entonces le propuse que se colocara en cuclillas. Ella así lo hizo. Empezaron a salirle unos chorros de lechada que acabaron formando un pequeño charco en las sábanas. Le dije que mojara unos dedos y se los llevara a la boca para comprobar el sabor. No tardó ni un segundo en ponerlo en práctica. Le encantó. Volvió a mojar los dedos en varias ocasiones en el charco de esperma, hasta dejar las sábanas sin restos prácticamente. Se chupeteaba los dedos con gran entusiasmo.
–Está riquísimo. Sabe cómo a clara de huevo. En el convento tomamos muchos huevos crudos. Yo sorbo la clara y la yema con auténtica veneración. Me encanta. Y tu semen sabe casi igual –me decía mientras metía los dedos, esta vez en el chocho, buscando algunos restos de mi descarga para llevárselos a la boca. Rebuscaba por todos los rincones de su almeja con ansiedad.
Esa visión de una chica tan recatada buscando y rebañando semen con gran fervor por cualquier parte, como si fueran pepitas de oro, me la estaba poniendo dura otra vez.
No pude reprimir más mi lujuria y le dije:
–Súbete a mi polla y cabalga un buen rato a buen ritmo hasta que te corras otras dos o tres veces y yo también te vuelva a llenar el chumino con mi leche calentita.
Ángeles, para ser su primera vez, cabalgaba bastante bien. Era una buena jinete. Se notaba que alguna película porno había visto. Ella ponía cara de estar en el Séptimo Cielo. Por fin había descubierto el verdadero clímax sobrenatural, el Paraíso. Yo le pedí que me escupiera en la cara de vez en cuando. No se lo pensó dos veces. Cada poco tiempo me soltaba un buen salivazo en la cara. Esto la excitó aún más. Tuvo unos orgasmos que la volvían literalmente una poseída. Yo no pude aguantar más y apretándole mi nabo bien adentro le descargué mi segundo viaje.
Ángeles volvió a hacer el numerito de “Tragar lefa de un charco”. Estaba aprendiendo rápido a ser una buena golfa.
Volvimos en varias ocasiones más a nuestro particular nidito de amor. Hasta que por fin llegó el día del concierto.
Verla en el coro vestida de forma recatada y con un comportamiento modoso (cantando estrofas que decían “Yo soy la esclava del Señor. Hágase en mí su voluntad”), me excitaba hasta límites inconcebibles.
Unos días después, Ángeles colgó los hábitos negándose a profesar para monja y yo me libré de la mili. ¡Dos magníficos premios de Navidad!
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