Veinte y seis de diciembre III

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Fuimos cuatro personas con un tren “accelerat” hasta Barlad. De allí, nos llevaron con coche, arriba, en el altiplano de la localidad, en casa donde mi abuela había pasado sus últimos años.

Cuando entré en la habitación había gente y mucho humo de velas. La mesa central donde mi abuela estaba estirada, se veía por la mitad, porque un armario tapaba la vista.

Me quedé junto con la puerta.

Le vi las manos unidas en el pecho, las uñas un poco crecidas, con un poco de “impuridades” a dentro, y recordé cuantas cosas llevaba con aquellas manos, los años que yo necesitaba ser cuidada cómo todos los niños.

Aquellas manos, aquellas uñas tan bien conocidas!

 

... va a seguir


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