Mi nueva compañera de trabajo

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Me sorprendió verla entrar en la cafetería en la que trabajo. Y más aún me sorprendió cuando oí que le decía al jefe que ella era la nueva que tenía que empezar hoy.  

Aquella chica había sido el bombón del instituto, la chica con la que todos los chicos (yo no era una excepción) habíamos fantaseado en la intimidad de nuestros cuartos. Ahora, esa chica superaba por poco los treinta años. Ya no era el pibonazo que haría estremecerse a cualquier adolescente varón, pero aún así conservaba belleza. Seguía siendo claramente una mujer guapa.  

El jefe nos presentó y me ordenó que me hiciese cargo de orientarla durante su primer día de trabajo. Si Ainara me reconoció (cosa que dudo, ya que nunca tuvimos apenas trato, para mi disgusto) no lo demostró. Se limitó a saludarme con corrección ("encantada").  

En un primer momento, me dio mucha vergüenza que me viera vestido con el uniforme del ReindeerCoffee. Camiseta azul, delantal azul por encima y, sobre todo, un llamativo gorro del que sobresalían unos grandes cuernos de reno rojos. Yo siempre me veía ridículo con ese uniforme, principalmente con el gorro, pero el jefe nos exigía llevarlo durante todas las horas de servicio. Pude darme cuenta de que Ainara se fijó en el gorro, ya que le dedicó un par de miradas casi de reojo mientras nos dábamos los dos besos de cortesía. Estuve convencido de que reprimiría una sonrisa, al igual que hacían muchas otras chicas al verme con él puesto, pero ella no lo hizo. Tardé unos segundos en caer en la cuenta de que la razón por la que no le hizo gracia el gorro fue que en ese momento estaba tomando conciencia de que, en apenas unos minutos, ella llevaría uno igual sobre su linda cabecita rubia. Aquello me excitó.

Le enseñé a Ainara el pequeño cuarto en el que guardamos las cosas, saqué el uniforme que el jefe tenía preparado para ella, se lo ofrecí y le indiqué la ubicación de los baños para que se cambiara. Ainara cogió con las dos manos el uniforme, del que destacaba en la parte superior el gorro de reno. Ella lo miró mientras lo sostenía.        

     -¿Es obligatorio llevar el gorro?.  

No pude reprimir una amplia sonrisa ante la pregunta, formulada con tono inocente y con una pequeña pizca de tono suplicante, de mi excompañera de clase y ahora nueva compañera de trabajo.        

     -Sí, el jefe es muy exigente con el tema del uniforme, y debemos llevarlo en todo momento mientras dura la jornada.   

(No, bonita, no te vas a librar).   

Ella asintió mientras clavaba su mirada en aquel gorro. Yo me quedé plantado observándola, esperando con expectación su reacción, que tardó unos segundos en llegar. 

     -Voy a cambiarme.

Dijo ella finalmente con resignación.        

     -Perfecto.

Respondí yo con satisfacción.  

Cuando salió del baño, lucía tan ridícula como yo. Aquellos cuernos le sentaban bien, pensé con ironía. Además, el uniforme y el delantal conseguían que su figura no resaltase. Ya no parecía tan guapa ni tener un cuerpo tan bonito.  Noté que al principio tendía a bajar la mirada casi hasta el suelo. Había perdido esa confianza en sí misma que tanto irradiaba durante su época del instituto. Ahora me sentía aún más excitado.  

Ella había sido una chica top de la que, al parecer, yo, un chaval mediocre, no me merecía siquiera un atisbo de su atención. Pero ahora estábamos igualados. Los dos lucíamos cuernos de reno, un uniforme que nos empequeñecía ante el mundo, y los dos teníamos que servir con la misma docilidad y amabilidad a la clientela a cambio del salario mínimo.  

Sí alguien sabía que la vida era injusta, ese era yo. Pero ahora veía que hasta en la injusticia había una cierta ironía que podía traducirse en justicia paródica (que no poética, ya que nuestra situación, de poética tenía poco). Al final, el sistema social bajo el que vivimos todos había puesto a la chica top del instituto a mi lado, en el mismo eslabón humillante en le que yo me encontraba.   

En un momento en el que yo estaba en la barra, de espaldas a ella, Ainara me llamó por mi nombre (seguramente por primera vez en su vida). Me giré y la vi ridícula, con un par de cuernos de reno que le quedaban que ni pintados. Supe que ella me estaba viendo a mí igual de ridículo que yo a ella, pero no se rio ni me miró por encima del hombro. 

     -¿Me recuerdas dónde está el azúcar, por favor?  

Otra sonrisa irreprimible acudió a mi rostro.        

     -¡Claro! Entra a la barra y te lo enseño todo de nuevo.   

La chica de los cuernos de reno me dio las gracias con docilidad. De forma completamente imprevisible, mi trabajo en ReindeerCoffee se había vuelto más excitante de lo que nunca pude imaginar. 


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