EL HOMBRRE INFELIZ

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Alberto García era un hombre sensato de cincuenta años, que a pesar de ganarse la vida de administrativo en una Universidad de su ciudad y tener una familia aparentemente normal, así como en sus ratos libres publicaba poemas para una revista literaria, ya que consideraba que esta actividad era el alimento espiritual para su alma, en su fuero interior  se sentía bastante infeliz; más solo que nunca. Y durante varias noches en su lecho sentía una pertinaz deshazón que le impedía conciliar el sueño.

De manera que un día cuando salió de su trabajo para dirigirse a su hogar, le dio por preguntarse el por qué de aquella nefasta sensación. Para él estaba muy claro que el concepto de felicidad, era el reverso de la medalla de la infelicidad que era lo que en aquellos momentos Alberto percibía. Efectivamente no sabríamos valorar la dicha sijn antes haber probado la hiel de la desdicha. Por ejemplo nos sentimos muy felices si tras haber sufrido una enfermedad recuperamos la salud. Claro que las malas rachas son muy largas en comparación con los periodos de felicidad aunque esto era algo circunstancial, porque la felicidad consiste en saber valorarnos a nosotros mismos y un equilibrio interior. Sin embargo ahondando más en el tema Alberto se percató con gran asombro puesto que hasta ahora no había caído en la cuenta dado que solemos vivir con unas gafas oscuras que apenas nos dejan ver la realidad; el leer entrelíneas, de que su genuina manera de ser; su pálpito humano no tan sólo no le importaba a quienes le rodeaban, sino que además se le despreciaba. 

 Era muy significativo que cuando Alberto daba sus puntos de vista a ciertos miembros de su familia; sea su mujer, sus hermanos o los hijos casi nunca lo miraban a los ojos y no se le tenía en cuenta; o en el peor de los casos se le hablaba con desdén. Estaba muy claro que todo el mundo hablaba, pero quizás debido a un extremado individualismo social, auspiciado por las Redes Sociales y ¿por qué no? a una inmadurez mental, parecía que se había perdido la capacidad de dialogar y miucho menos de escuchar, pero a la vez se vivía al abrigo de unas convenciones sociales vacías de contenido. Esto mismo lo señala un joven profesor de Filosofía en un libro.

Por tanto Alberto se sentía como una oveja negra perdida en un rebaño de ovejas blancas, razón por la cual los demás no cesaban de reprocharle, de criticarlo con grandes aspavientos cualquier pequeño error que éste pudiese cometer. Alberto notaba que por debajo de aquellos reproches subyacía un prejuicio hacia su persona. ¿Es que no tenía ningún derecho a ser como le diera la gana? ¿Tenía que comportarse como un muñeco a expensas de los otros como si él no tuviera una personalidad propia? Alberto fue más lejos en su reflexión. El escribía poemas, por consiguiente era un hombre sensible y esta actitud se oponía tajantemente a una idiosincrasia prosaica de los demás. Si esto era así el tan cacareado respeto al prójimo era una falsedad que sólo constaba en el papel, pero no en la práctica, a no ser que él fuese un millonario. Pues vivimos en una colectividad muy materialista que valora más el tener que el ser. Era como si el ser hubiese dejado de existir. El hombre pensó también que esta falta de consideración que se le tenía bien pudiera ser que fuese un reflejo a nivel inconsciente de la crispación política que se enseñoreba en las altas esferas que influye en el ciudadano corriente ya que la postura de los de arriba siempre la asumen los de abajo. Ahora la Oposición al Gobierno de la nación ya no es el adversario, sino el enemigo; el malo de la película a quien hay que combatir y destruir..

A Alberto se le hubiese podido responder que aunque esto era cierto, esta negatividad que él sufría, tenía más que ver con las personas que le rodeaban que con él mismo. Y esto podía ser verdad.. Muchas veces en nuestro ámbito social hay personas tóxicas que nos hacen la vida muy difícil. De entrada el sujeto tóxico que suele carecer de amor popio y de comprensión, detesta y siente una envidia ciega de la persona vital y alegre que tiene a su lado y hace lo imposible para derribarle su seguridad en sí mismo; le hace la guerra para eliminarle su autoestima y le hace sentir culpable de cualquier cosa, y lo calumnia descaradamente con la pretensión de poderlo dominar. Lo que sucede es que por lo general, cuando conocemos a alguien nadie muestra su real fondo interno. El sujeto se presenta como un excelente personaje; hace publicidad de su persona como si de un producto estupendo se tratara, al igual que cualquier objeto que se exhibe en los anuncios de la televisión, pero que dicho producto visto de cerca deja mucho que desear. El sujeto tóxico actúa de igual forma. De entrada aparenta ser muy simpático, pero en la intimidad llevado por el factor de la confianza y al amparo de una falsa libertad de expresión se muestra tal como es.

Alberto se esmeraba en cultivar su felicidad personal como podía, pero se daba cuenta que su malestar anímico como un ser social que era surgía del tan arrogante, frívolo como desagradable comportamiento de los demás; y sobre todo por el desinterés hacia su persona.

 Por algo se dice que nuestra sociedad está enferma. Por su falta de coherencia y por su falta de credibildad en sí misma.

                                                              FRANCESC MIRALLES PÉREZ

 

 

 

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