El chófer cobra por sus servicios
Por Arquimedes
Enviado el 20/01/2025, clasificado en Adultos / eróticos
1233 visitas
Clarita era una de las hijas de familia rica a la que yo tenía que conducir por ahí. La chica tenía 18 añitos y nunca llevaba sostén bajo sus camisas blancas, así que sus pechos tersos, rosados y redondos se veían con cautivante facilidad. Casi siempre llevaba falda, que se subía casi hasta el culo. Me había pillado mirándola varias veces mientras subía y bajaba del coche y me miraba con cara de repugnancia.
Yo era repugnante, es cierto. Era un tío de pelo canoso y piernas rechonchas. Tenía una gran barriga cervecera, barba sin afeitar y papada que me colgaba de la cara. Estaba hecho mierda.
Ese día fue el último en el que la vi, porque cambiaba de trabajo y ella lo sabía. Conduje el coche hasta la universidad y esperé a que Clara bajara. Pero no bajó. Me giré para ver si pasaba algo, y la encontré buscando algo entre los asientos. Me dijo que se le había perdido el teléfono.
Al verla de ese modo, agachada, a la altura de mis piernas, no pude contener la emoción. Se me levantó la polla como si volviera a tener 20 años. Por supuesto, ella lo vió. Y se rió, la muy zorra. Cogí un cabreo tremendo y, como por impulso, me bajé la bragueta. Ella me miró toda seria y, sin apartarse, alargó la mano hasta mi miembro.
-¿Crees que he sido mala contigo? -me dijo con una sonrisa pícara-. Tal vez merezca un castigo.
Clara entreabrió la boca. Sus ojos me miraban con una lujuria salvaje, y mi polla ardía intensamente, contrayéndose como si fuera a correrme allí mismo. No pude aguantarlo más. Acepté su invitación casi sin pensarlo. Con una mano le agarré la boquita entreabierta y con la otra le aparté el pelo de la cara.
Embestí contra su boca unas cuantas veces, mientras ella chupaba y chupaba con una destreza admirable. Me lamía la punta del pene como si fuera lo más delicioso que jamás había probado. Yo embestía cada vez con más rabia, como si me estuviera desahogando por fin. Dejé ir un gemido grave. Le agarré la cabeza y la ayudé a chupar más deprisa. Me follaba su boca como si fuera la única mujer a la que me había follado jamás.
-Estás hecha una putita, ¿eh? -le dije, y ella me respondió chupando con más fuerza-. ¿Te gusta mi polla?
Clara dijo que sí con la cabeza. Yo seguí apretando su cabeza contra mi miembro, metiéndole los huevos hasta la garganta, pero ella ni se inmutaba. Al contrario. Apretaba sus labios con fuerza. Gemí otra vez, esta vez más alto, como si no me importara que me escucharan. Me estaba follando a la princesita de un ricachón, y me iba a correr en su boca. Empecé a sentir que estaba a punto de correrme, así que subí el ritmo mucho más. Mis huevos le daban con fuerza contra la barbilla, y podía escucharlos: "¡plap!¡plap!¡plap!". Le metía la polla hasta la laringe con cada nueva embestida, como si tuviera miedo de que no fuera a correrme dentro de ella. La agarré fuertemente del pelo, empujando con fuerza, gimiendo a pleno pulmón hasta que, en una de esas embestidas, me corrí todo lo que pude y más. Le llené la boca de semen y noté los espasmos en la polla, intentando lanzarle más corrida hacia la garganta. Jamás me había corrido de esa forma. Le había vaciado los huevos en su boquita de princesa. Ella se levantó y se pasó la mano por la cara, la muy guarra, como si le hubiera gustado la comida.
-¿Eso es todo? -se mofó ella.
Aquello me cabreó. Como si mi cuerpo se hubiera recompuesto en dos segundos, volví a tener los huevos hinchados.
La agarré de la cintura, le di la vuelta y apreté su cara contra el asiento. Ella se rió, como si le pareciera gracioso. Me hervía la sangre en las venas y me ardía la polla con más fuerza que antes. Levanté su faldita corta y le arranqué las bragas de un manotazo.
-¿¡Te parece esto gracioso!? -le grité.
Y le metí la polla hasta el fondo. Ella gritó de placer, como si le hubiera sorprendido aquello de mí, y no dejó de gemir mientras yo me la follaba como a una perra en celo, como si todo lo malo que me pasara fuese culpa suya.
-Cállate ya -le ordené-, te van a escuchar. ¿Qué le parecería a tu familia ver que te corres con el viejo de tu chófer, eh?
La embestía cada vez con más ímpetu. Le tapé la boca con la mano, porque Clarita no dejaba de gemir de placer. Sujetaba su cinturita con una mano, y su espalda, flaca, tersa y lisa, se curvaba cada vez que le metía la polla. Yo gruñía con cada golpe y resoplaba, porque para mí aquello era un esfuerzo tremendo. Pero era como que me daba igual. La penetraba una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez. Y ella se agarraba a los asientos como para no salir disparada. Metí una mano por debajo de su camisa y le agarré una teta, que tenía el pezoncito puesto de punta, y me incliné para lamerle la mejilla. No ralenticé el paso ni un instante. Me incliné hasta su boca, girándole la cara para que me mirara, y le susurré:
-Te voy a llenar de semen. Te meteré la polla hasta el fondo y me correré dentro de ti, so guarra. Eres una zorra muy caprichosa.
Luego le abrí la boca y le metí la lengua hasta la garganta, y la perra se dejó hacer. No pude contenerlo más. Finalmente, con un montón de violentos espasmos y entre gruñidos, me corrí dentro de su coño. La llené de lefa una vez más. La embestí varias veces para vaciar los huevos, y ella me miró con lascivia mientras lo hacía.
Me limpié la polla en sus bragas y se las devolví, y luego la hice bajar del coche. Encendí el automóvil y, sin decirle nada, me marché de allí para no volverla a ver. La dejé de esa forma: en la puerta de su universidad con mi lefa resbalándosele entre las piernas, una corrida monstruosa en el coñito y el sabor de mi semen en la garganta.
Comentarios
COMENTAR
¿Te ha gustado?. Compártelo en las redes sociales