PIERO

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                              PIERO


   Mi padre le llamaba Piero. En realidad se llamaba Pere y regentaba un negocio junto a su hermana, una manzana de casas más abajo del de mi padre.

Era un hombre aún joven, de aspecto apacible y bonachón no exento de alguna gracia varonil. Solía subir para tener alguna breve conversación y terminar en algunos de los varios bares, que solían  recibir habitualmente a los vecinos de los bloques del barrio.

Como yo era más bien taciturno y escaso de conversación, Piero intercambiaba unas pocas frases conmigo en ausencia de mi padre. Luego se marchaba tan discretamente como había llegado. Hasta que su vida dio un vuelco.

Creo que fue una mañana sorda y liviana como tantas de la primavera cuando vi aparecer a Piero tocado con un sombrero de feria y un cornetín. Entró con paso rápido pero tambaleándose ligeramente y canturreaba en voz alta, con el incordio del trompetín lanzando aullidos a lo largo de la tienda. Yo abandoné mi libro de Economía y levanté la vista. Piero iba con la camisa salida por encima del pantalón, con el cabello ensortijado y revuelto. Sus ojos destellaban como si padeciese de fiebres. Llegó hasta el umbral del despacho, buscando con la mirada a mi padre. Le saludé y él no respondió. "Mi padre ha salido", le informé, pero Piero ya se había girado y caminaba ligero, dispersamente, en dirección a la calle.

Cuando mi padre regresó le informé del extraño suceso. Me puso al corriente de la situación. La mujer de Piero se había cansado de algunas extravagancias de su marido y le había abandonado hacia unas semanas. Al parecer, eso le había trastornado profundamente, según algunos vecinos, o bien su hermana, habían informado a mi padre.

Al escuchar el relato me quedé en suspenso y me invadió la tristeza. En aquella época yo era un ferviente defensor del romanticismo amoroso, y
lo que me refirió mi padre venía a avalar mi idílica visión novelesca.

Piero volvió algunas veces más, pero no llegó al fondo de la tienda, donde yo tenía mi reino administrativo; se internaba un poco y luego retrocedía vestido de forma extravagante; alguna que otra vez con su pequeña trompeta.También le vi por la calle cuando iba a realizar gestiones del negocio.

Un día mi padre se encontró con la hermana de Piero. Él ya no iba al trabajo y era ella quien se hizo cargo de atender al público. De vuelta a la oficina me reveló la triste y dramática noticia. Piero se había suicidado. Según supo, se había lanzado al vacío desde la ventana del piso en que vivía, en el mismo edificio donde tenía la tienda.

Hace una semana volví a pasear por el barrio, pasé por delante de la tienda de Piero y me invadió una ola lóbrega, también, porque no admitirlo, una banda translúcida de nostalgia al recordarlo.



                       (Historias de la calle Córcega)


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