Mi primera experiencia Sexual 1-2

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(Continuación de "El despertar de mi sexualidad")

La última noche del campamento se realizaba una acampada con sacos en una explanada en el límite de las instalaciones.

En un extremo de la misma se encontraba ese grupo de chicos mayores que me fascinaron en las pozas, y que habían sido mi obsesión durante todo el mes de campamento.

Cuando las conversaciones de susurros declinaron y los fuegos se convirtieron en brasas, con la excusa de ir al baño, me dirigí hacia allí.

Me detuve a un metro escaso de donde sus seis sacos se extendían bajo sus cuerpos apenas cubiertos por unos pantalones de deporte y, no todos, alguna camiseta.

Me quedé observándolos hipnotizada. Sus manos de dedos largos, sus pelos ensortijados, sus rostros, sus vientres planos, sus piernas y sus brazos. Ansiaba tocarlos y que me tocaran.

Estaba absorta, ausente, hasta que de repente mis ojos se cruzaron con los de Pierre (se llamaba Pierre), que, con la cara vuelta hacia mí, me miraba extrañado.

Tras unos segundos, empecé a mover un pie, luego otro, luego otro y, salvando una hileras de piernas, llegué hasta él y me estiré a su lado.

No dijo nada, pero mientras me acercaba se desplazó un poco para hacerme sitio entre él y Paul.

Me tendí a su lado, y sentí como si dos supernovas ardieran en mi interior.

Era una estatua. No osaba hablar, moverme, mirarle, pero mi cuerpo no paraba de gritar. Miraba las estrellas, pero sentía sus ojos clavados en mí, y entonces sentí su mano que, suavemente, se posaba en mi vientre. Temblando cerré los ojos y tensé mi cuerpo como la cuerda de una guitarra.

Su mano subió con delicadeza mi breve top dejando a la vista mi piel, y empezó a acariciarme alrededor del ombligo.

Temblaba sin poderme controlar, pero también fui consciente de su nerviosismo. Juntó más su cuerpo al mío y noté el contacto de toda su pierna contra la mía, en especial la de su parte superior contra mi cadera, que era irregular y abultada. Ese contacto me perturbó de tal manera que me mordí el labio hasta sangrar. Mi mano izquierda quedó aprisionada entre nuestras caderas, y no era capaz de distinguir el contacto de qué sentía en la parte superior de mis dedos. Su mano me impedía pensar con claridad, acariciando con suavidad la parte que dejaba al descubierto mi top, que no era mucha, y yo ansiaba que subiera más en la zona aún protegida, donde mis pechos reclamaban su contacto.

Pero no era preciso que mi cerebro impartiera demasiadas instrucciones. Mi mano sabía lo que quería mi cuerpo y solo le faltaba el valor para explorar los oscuros secretos ocultos bajo la tela de su short.

Y, antes de decidirme, su mano se introdujo bajo mi top y empezó a acariciarme los pechos.

Sentía los pezones erectos, duros y firmes, y me mareaba de placer cuando, al acariciármelos, los doblaba como si ocurriera de forma casual, en el natural deslizamiento de su mano recorriéndolos desde su curvatura inferior hasta la superior.

A partir de ese momento y hasta el final de la velada perdí por completo el gobierno de mis actos. Me abandoné a los instintos que reclamaban saciar los deseos primarios que iba despertando en mí.

La voz que daba vida a esos instintos le gritaba en mi interior que siguiera y que parara, que lo hiciera más rápido y más lento, que me apretara fuerte los pechos hasta hacerme daño o que los acariciara con suavidad como si se pudieran romper. Pero conforme se sucedían los avances más concretaba sus exigencias: pedía que dejara de acariciar y rozar casualmente los pezones y que los cogiera con dos dedos y los rodeara con fuerza hasta hacerme llorar, rogaba que chupara sus dedos y recorriera mis areolas y golpeara los pezones como si fueran canicas o alumnos desobedientes a los que hay que castigar.

Pero él no podía oírla.

Y siendo infinito mi deseo él solo me hacía ver lo que podía llegar a ser, pero no me lo daba. Mi imaginación inflamada por sus caricias iba muy por delante de él, y a mi cuerpo lo estaba gobernando mi imaginación.

Creía poder sentir el olor de mi sexo de lo empapado que lo sentía. Notaba palpitar el corazón entre las piernas con una intensidad que no entendía cómo no se despertaba todo el campamento y, sin poder dominarme, dirigí mi mano libre, la derecha, hacia mi vientre.

En ese momento Pierre deslizó mi top hacia arriba, y yo incorporé mi cuerpo para que pudiera quitármelo, y un sentimiento de pudor me embargó al ser consciente de la desnudez de la mitad superior de mi cuerpo. Un atisbo de consciencia volvió a mí, y al mirar a mi alrededor vi a Paul que, vuelto hacia nosotros, me miraba con ojos desencajados de lujuria y deseo.

El cerebro se me embotó. Como un rayo, me atravesó la clarividencia de la situación que estaba viviendo, y entonces sentí los labios de Pierre que se cerraban en torno a uno de mis pezones, y con la mirada de Paul aún en la retina, cerré los ojos y volví la cabeza al cielo, mientras mi mano, que aún descansaba en mi vientre, se dirigía hacia donde recordaba haber visto la de Paul y la buscaba.

Los dedos de Paul recibieron los míos con una mezcla de ternura y tensión. Me acarició un poco la mano y se liberó para recorrer el interior de mi antebrazo dirigiéndose hacia mi torso desnudo. Yo seguía su recorrido agradecida ante la perspectiva de dar abrigo y calor a mi solitario pecho derecho, mientras me deshacía literalmente en el mar de besos húmedos que dedicaba Pierre a mi pecho izquierdo.

Lo sentía desatado lamiendo sin medida el contorno de mi pezón, y me retorcía de placer al sentir el contacto casual de sus dientes en mis pezones, o cuando chupaba como si fuera una teta adulta de la que pudiera succionar mi leche y sentía como si a través de ellos me estuviera succionando el alma.

Fui consciente de que se me escapaba algún jadeo y me esforcé por contenerlos, pero mi necesidad de exteriorizar mi placer era tanta que no pude evitar tomar por fin parte activa y recuperé mi mano izquierda, que empleé para rodear la cabeza de Pierre y apretarla con todas mis fuerzas contra mi pecho, hasta el punto de que temí ahogarlo.

Me pareció oír como jadeaba él también y juntaba con violencia su entrepierna contra mi pelvis, a lo que yo respondí del mismo modo, con una tensión tal que parecía que algo se fuera a quebrar.

Y a todo esto, entre la cara de Pierre en mi pecho izquierdo, su boca dueña de mi pezón, y nuestras caderas peleándose como gallos furiosos, la mano de Paul se aferraba sin miramientos a mi pecho derecho. No había atisbo de suavidad ni amorosas caricias es su contacto, y me encantaba que así fuera, pues mi cuerpo estaba ya tan fuera de sí que sentía como si solo pudiera apagarse su ardor a base de azotes o con algo que supusiera un dolor físico.


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