Mi primera experiencia Sexual 2-2

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Y Paul me lo daba. Me cogió el pezón entre los dedos y lo estrujó con violencia, y volví a morderme el labio haciendo aún mayor mi herida, pero incluso eso me provocaba placer, y entonces sentí como el cuerpo de Paul se aproximaba al mío. Sentí como su short quedaba apoyado en mi mano derecha, que tenía recostada a mi lado, y por fin di rienda suelta a lo que quedaba por dar, e introduje mi mano en el interior de su pantalón.

Rodeé su pene como si de un tótem sagrado se tratara, con reverencia religiosa, y palpé con infinita delicadeza toda su anatomía. Era grande, y muy duro, y muy caliente, y estaba bastante mojado en la parte superior, donde la piel se movía dejando libre otra capa de piel, aún más fina, que estaba empapada de un líquido muy viscoso que hacía el tacto terriblemente agradable.

Me moría literalmente de placer. No es posible describir con palabras mi excitación mental y física. Estaba en un estado catártico de descontrol absoluto, y en cuanto al plano físico, empezando por mi corazón, que estaba totalmente desbocado, mi excitación se concentraba en mi entrepierna, donde tenía la impresión de que, de no atender aquella urgencia, simplemente moriría.

Y mientras seguía explorando las intimidades de Paul, empezó a besarme. Nuestras lenguas se enzarzaron en una batalla lasciva e irracional. Parecíamos perros babosos recorriendo nuestras bocas en un mar de saliva que sentía rebosar mis labios y resbalar por mis mejillas y mi cuello.

Y en algún difuso momento de aquel entonces, se desató el final de aquella locura incontrolable de desenfreno.

Pierre me lamía más que besaba el cuello y la oreja izquierda, donde introducía la lengua provocándome estremecimientos de naturaleza desconocida, y su mano izquierda retorcía y sobaba mi pequeño pecho izquierdo, que yo imaginaba colorado de dolorido que lo sentía. Finalmente, su mano libre cogió la mía y la introdujo en el interior de su pantalón.

Paul seguía comiéndome la boca descontrolado. Se había recostado sobre mí de tal modo que su torso quedaba ahora encima de mi pecho, aplastándolo y matándome de placer al contacto de su piel suave y caliente, con la firmeza y dureza que yo había imaginado desde que los viera bañándose en las pozas. Creía poder sentir el latido de su corazón atravesándonos como si fuera un tambor africano llamando a la batalla. Su mano izquierda me sujetaba por la nuca, obligándome innecesariamente a besarle con rabia y casi sin poder tomar aliento. Su otra mano, bendita fuera, aferraba la parte superior de mi muslo derecho. Parecía no atreverse a llegar más allá, a profanarme como yo deseaba que lo hiciera con toda la fuerza de mi ser. Sus dedos rozaban apenas uno de mis labios vaginales, y yo erguía desesperada mi pelvis para conseguir ese contacto que casi tenía al alcance, pero que no llegaba.

Y les adoraba sus partes íntimas con caricias que a cada momento que pasaba perdían la reverencia para convertirse en atrevidos apretones y estrujaba cada vez con más fuerza sus miembros que latían desbocados entre mis dedos. Los dos se movían como si fueran bestias salvajes, llevadas por puro instinto a restregarse contra mis manos reclamando que los frotara recorriéndolos de arriba abajo para satisfacer una necesidad primigenia. Y yo respondí a su urgencia. Introduje aún más mis manos en sus intimidades y aprisioné sus miembros contra sus vientres y, por fin, alcancé las bolsas que les colgaban en la base.

En sus vaivenes notaba que sus prioridades consistían en el frotamiento de sus miembros, pero yo estaba ávida de descubrir más, de sentir más, y agarré sus bolsas con las manos y las retorcí con respeto, sintiendo en su interior el contorno claro de dos bolitas que se movían a mi antojo. Me extasiaba intuir que se revolvían por lo que interpreté les resultaba un placer insoportable.

Y la sensación de control de su placer me provocó un sentimiento de lujuria absoluta.

No obstante, necesitaba más, e introduje mi rodilla entre las piernas de Paul, exponiéndole cuanto podía mi zona genital, que por fin él presionaba tímidamente con su dedo anular.

Y creo fue con esa foto cuando se inició la reacción en cadena, que arrancó por mi flanco izquierdo.

Empezó entre las piernas de Pierre, materializada en un inexplicable mayor incremento de la tensión de su miembro, una convulsión seguida de una rigidez absoluta de su cuerpo, un gemido ahogado en mi oreja, un súbito apretón de mi pecho, y su corazón se trasladó al miembro para emitir unas palpitaciones intensas y profundas, como las de un animal furioso, y a cada latido lo acompañaba una descarga de un líquido más viscoso que el que ya lubricaba mis manos y mis antebrazos.

Y la reacción se propagó a mi cuerpo. Respondió a su explosión con convulsiones que me recorrieron desde las puntas de los pies hasta la nuca, que me impedían más acción que sufrirlas sin morir en el intento. Por un momento, Pierre y Paul dejaron de existir. Me convertí en una figura estática recibiendo sus besos, incapaz de articular un músculo de forma consciente. Cuando los temblores generalizados remitieron fui consciente de los que se concentraban en algún punto de mi zona genital, que palpitaba incontrolada como antes lo hiciera el miembro de Pierre.

Y volví en mí cuando reparé en mi mano derecha. Igual que el resto de mi cuerpo, había reaccionado de forma espasmódica para castigo de Paul, que tomó el relevo de la reacción y, previa rigidez y jadeo, se encogió levemente como víctima de un estertor y comenzó a verter emisiones del mismo fluido que antes vertiera Pierre.

De nuevo la oleada de lujuria y placer me invadió al sentirme dueña y señora de su deseo, de poseer en la palma de mi mano sus corazones latientes. Mientras Pierre era un pelele a mi lado y su miembro perdía su presencia entre mis dedos, yo me regodeaba como un niño metiendo las manos en mermelada sintiendo el pringue cálido del producto de su placer.

Y mientras languidecían los latidos del miembro de Paul, y mi mano izquierda adoraba del mismo modo el miembro pringoso y flácido de Pierre, una segunda oleada de placer insoportable me invadió y, en un arrebato irresistible, liberé a Pierre de mi garra y me aferré a Paul con mi mano libre para responder, era mi turno, a mi necesidad primigenia de restregar mi vientre contra otro ser humano.

Rodeé a Paul con mi pierna izquierda y mientras todavía le agarraba el miembro ya casi exangüe y agotado con una mano, le introduje la otra bajo el pantalón y le agarré el culo apretándome contra él con toda la fuerza de mi ser.

Hundí mi rostro en su hombro y ahogué los gemidos mientras mi entrepierna se estrellaba contra su cadera, y sentía como mi empapado bóxer apenas podía contener los flujos con los que estaba impregnándole mientras me restregaba como una perra en celo.

En algún indeterminado momento volví a tomar consciencia de mí misma mientras, poco a poco, recuperaba el aliento y el juicio colmada de placer saciado y henchida de satisfacción.


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