Redención absoluto.

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Estaba recordando la noche del viernes, esa noche, como la cita comenzó con la promesa inocente de un tinto, pero el destino, caprichoso como siempre, nos llevó a encontrarnos frente a cervezas espumosas, la conversación fluyendo como un río tranquilo que escondía remolinos profundos. La conexión era palpable, un campo magnético invisible que nos empujaba sin prisa, pero con la certeza de que aquel encuentro no terminaría con el último sorbo.

Al llegar a ese aposento, no fue necesario pronunciar palabra alguna. Dos almas extraviadas, cargadas de un deseo que ardía bajo la superficie, se encontraron en el único lenguaje que realmente entendían: el del cuerpo. Cada mirada era una invitación, cada roce un desafío que exigía respuesta. El aire se cargó de una tensión tan densa que parecía que podría cortarse con el filo del deseo.

Tu piel contra la mía era un incendio controlado. Cada caricia era una orden y una súplica, un contraste entre el dominio y la rendición absoluta. Me estremecí al sentir tus dedos, como si cada folículo de mi piel despertara de un letargo ancestral. Tu respiración, entrecortada pero feroz, se mezclaba con la mía en un compás caótico, primitivo. Tus labios reclamaban los míos, mordiendo, saboreando, como un lobo que finalmente encuentra su presa tras una interminable cacería.

No éramos dos. Éramos uno. Uno danzando al ritmo de una lujuria que no pedía permiso, de un placer que exigía ser consumado hasta el último suspiro. Cada movimiento era una batalla entre el control y el desenfreno, entre la delicadeza y la brutalidad. Tu rostro, desconcertado pero hambriento, reflejaba el mío. Ninguno se atrevió a detener lo inevitable.

Nuestros cuerpos se devoraron con voracidad, como si el tiempo mismo no existiera. Tus manos marcaban mi piel con el fervor de quien reclama lo que es suyo, mientras yo me entregaba con la misma intensidad, deseando más, necesitando más. En cada embate, en cada jadeo, el alma misma parecía querer atravesar la carne, buscando una unión más profunda, más absoluta.

Y así, en ese instante eterno, en ese frenesí de carne, sudor y deseo, nos encontramos. Fue un baile de amor disfrazado de placer, un encuentro que dejó huellas en el cuerpo y cicatrices dulces en el alma.

29/11/2025 ADML.

-Lera xx


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