Un párroco blasfemo, sacrílego y muy lascivo (2ª parte. Final)
Por El Manso Embravecido
Enviado el 23/01/2025, clasificado en Adultos / eróticos
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Yo, después de todo lo que iba descubriendo y a medida que iba conociendo al personaje, me temía que aquellas reuniones eran para todo menos para hablar de temas parroquiales.
Como tenía una copia de la llave de su casa (para llevarle la compra cuatro veces por semana y para otros menesteres), decidí una noche allegarme por allí, bien pasadas las 21 h, para dar un cierto margen de tiempo.
Desde fuera se veía luz en el salón. Abrí la puerta con mucho cuidado para no hacer ruido, me descalzo y me acerco a gatas hasta el umbral del salón. Me sentía protegido por la oscuridad del pasillo.
No por esperado me causó menos conmoción. Tuve que santiguarme tres veces ante lo que estaba viendo. No me lo podía creer.
Postrada en un sofá estaba la directora de catequistas, semidesnuda. En una de sus manos tenía un crucifijo, de aspas redondeadas, el cual se introducía por el coño y con el que se follaba así misma, a buen ritmo.
En medio de la sala estaba a cuatro patas la presidenta de la Asociación. Don Antonio sujetándola por detrás le zumbaba bien el conejo mientras le zurraba el trasero, en ocasiones, con las palmas de las manos.
Tenía algo que le envolvía la base del pene. Fijándome bien me di cuenta de que era un Rosario de plata. Con cada embestida este chocaba con fuerza en la vulva de la presidenta y hacía el característico sonido metálico.
Aquellas personas de mentes perversas, que tenían a su cargo la formación moral de nuestros niños y el cuidado de nuestros ancianos, veían en lo sacrílego un motivo para el regocijo y el deleite.
Descubrí que a don Antonio también le excitaba blasfemar, pues cada vez que abría la boca soltaba perlas como “Me cago en Dios y en la guarra que lo parió”. Y esta era de las más suaves.
Cuando don Antonio estaba a punto de correrse la sacó del coño y sacudiéndosela unas tres o cuatros veces, comenzó a eyacular y a llenarle las nalgas de semen a la presidenta. Esta también, unos minutos antes, había tenido un orgasmo que la hizo chillar como una perra en celo.
La directora, al ver el espectáculo que tenía delante, aceleró su particular follada con el crucifijo y se corrió emitiendo un alarido tan fino, que casi me daña los tímpanos.
Se tomaron un piscolabis y unas copichuelas mientras recuperaban fuerzas.
Sus conversaciones giraban sobre la ingenuidad del populacho y de lo fácil que es manipularlo para que sirva dócilmente a los intereses del Trono y del Altar… y por supuesto, de los poderes fácticos como el Capital, la Banca y la nobleza.
A medida que seguían haciendo escarnio del pueblo llano se iban poniendo a tono.
Don Antonio se sentó en un sofá. La directora se montó encima y comenzó a cabalgarlo, mientras lo besaba con pasión. La presidenta de vez en cuando le sacaba la polla y se la chupaba un rato antes de volver a meterla dentro del chumino de su compañera de juergas. Don Antonio iba cambiando de jinete alternativamente, pero esta vez quiso correrse en el chochito de la directora.
Antes de que salieran del salón para ir a la cocina o al cuarto de baño, decidí que ya había visto bastante y que sería mejor marcharse, para no poner en riesgo la operación por causa del exceso de curiosidad… y también de morbo, porqué no decirlo.
No perdí la fe aunque me cuesta cada día más creer en la jerarquía eclesial.
Esto me contó mi colega Juan hace prácticamente 30 años. Por suerte para él, aquel sacerdote a los pocos meses se fue, dejando el puesto al que llegó de forma definitiva. De hecho, aún continúa allí a día de hoy.
Juan me llamó hace unos meses para informarme de que don Antonio había fallecido a la edad de 74 años.
No se me ocurrió otra cosa que expresar un “¡Que Belcebú lo tenga en su Gloria!”.
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