Abrió los ojos. Ella estaba allí, no lejos, cerca, tan cerca que casi alcanzaba sus alborotados cabellos castaños. Pudo ver sus ojos, ahora cerrados por el viaje de los plácidos sueños, su boca levemente abierta, sus bellas mejillas delicadas y blancas; una mano salía entre el embozo de su cálida sábana...
Recitó:
«La distancia no se mide por kilómetros, sino por latidos. Ella estaba a cientos de kilómetros, pero en cada mensaje, su risa llegaba a su corazón.
A veces, la palabra puede recorrer más que cualquier viaje.
Al final, la cercanía se siente en el alma, no en el mapa.»
Mirando su cara relajada, pura, liviana, su respiración acompasada y lenta escribió cuidadosamente sobre la manta que cubría su hermoso cuerpo, para no desvelar su viaje nocturno:
No hay distancia entre los latidos cuando los kilómetros se miden por las risas. El corazón está más cerca que las lejanías. El alma recorre el mismo viaje. Siento el calor de tu cuerpo en el mío. Estoy fundido con tu alma. Recorramos tus palabras sensibles y encendidas.
Dejó su flor escrita con las yemas de sus dedos sobre los pétalos cerrados de los dedos de sus pies, sopló un beso con la palma de su mano y volvió a cerrar los ojos musitando su nombre sumergiéndose en el vals de los sueños reencontrados.
(Viaje con M.)
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