El tiempo se ha ensañado con nosotros. El frío cala hasta los huesos, un frío penetrante que se aferra a la piel y hace temblar cada noche. Mis extremidades se entumecen y la respiración se convierte en una lucha constante contra el aire helado. Necesito desesperadamente mi sábana tipo edredón. La recuerdo cálida y reconfortante, un pequeño oasis en medio de esta gélida realidad. La escondí entre las ramas de un viejo árbol en la 18 Calle y 9a Avenida, un lugar que consideré seguro en su momento.
La idea de ir a buscarla me reconforta, pero sé que debo esperar a que caiga la noche. Durante el día, la zona bulle con la actividad de vendedores ambulantes y transeúntes. Intentar escalar el árbol a plena luz del día sería una invitación al conflicto. Sus miradas de reprobación y sus posibles intervenciones me detendrían. Prefiero la oscuridad, el manto protector de la noche que me ofrece cierta invisibilidad y me permite moverme con mayor libertad.
Afortunadamente, tengo a Max. Su presencia es un verdadero salvavidas en estas noches implacables. Su calor corporal es un refugio contra el frío que amenaza con consumirme. Sin él, ya me habría rendido al entumecimiento, quizás incluso a la muerte por hipotermia. No puedo imaginar lo que sería enfrentar estas noches solo.
La crudeza de la calle no solo se manifiesta en el clima. Anoche, un peatón me despertó con una patada brutal. Según él, estaba "estorbando" su camino. La indiferencia y la hostilidad son compañeras constantes en este entorno. Afortunadamente, Max siempre está ahí para protegerme. Aunque él no atacó, su sola presencia fue suficiente para que el hombre apresurara el paso, intimidado por su tamaño y su porte. Él es mi escudo contra los peligros que acechan en cada esquina. Yo, en cambio, soy vulnerable. Mi complexión pequeña y delgada, producto de una alimentación precaria y constante, me impide defenderme. Mis huesos se sienten frágiles y mis músculos apenas existen.
Max, en cambio, es la fuerza personificada. Su cuerpo, aunque también marcado por la vida en la calle, responde al mínimo esfuerzo. Sus músculos se tensan y se fortalecen con la poca comida que logramos conseguir. Su presencia imponente, su peso y sus dimensiones, son suficientes para disuadir a la mayoría de las amenazas. Aunque es de naturaleza pacífica y prefiere evitar el conflicto, una simple muestra de determinación en su mirada es suficiente para intimidar incluso al más fuerte y agresivo. Esa seguridad que irradia me da la fuerza para seguir adelante. Saber que él está a mi lado me permite enfrentar cada nuevo día, cada nueva noche, con una esperanza renovada. Juntos, hemos aprendido a sobrevivir en esta dura realidad, y juntos seguiremos luchando por un futuro mejor. Después de todo, Max no solo es mi protector, es mi amigo, mi familia, mi otro yo.
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