EL TRAJE 2

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-¡Holal...! Que gusto volver a verte. ¿Vas de compras? - le preguntó él con una falsa sonrisa.

- Sí. Ya ves. Mi marido regresa hoy de viaje de negocios, y voy al Mercado a comprar una buena comida - repuso ella.

- Tu marido ha tenido mucha suerte de haberte conocido porque eres una dama fantática. Muy pocas mujeres son como tú, creeme - la halgó él.

- Bueno, bueno. No hay para tanto. Cristina también es una mujer estupenda. ¿No te parece? - respondió la amiga de su mujer.

- Sí, sí... Claro. Pero tú tienes un algo especial que te distingue de las demás.- 

- Ya. Pero ahora me voy que tengo prisa- quiso cortar la mujer.

Pero Jaime o el "otro" no estaba dispuesto a dejarla escapar.

-Te acompaño.

- No, no hace falta

El sujjeto se situó con descaro a su lado y empezó a contarle burdas ocurrencias para hacerla reír pero sin ningún éxito. Era evidente que la asediaba como una serpiente acecha a su presa; que la buscaba sexualmente. En un momento determinado cuando se hallaban en un callejón por el que apenas circulaba nadie el tipo le dijo:

- Te voy a hablar muy claro. Tu marido es un imbécil que no te merece. Sólo piensa en sí mismo y me consta que tú te sientes muy sola. Pero yo puedo remediar esto.

-¿Cómo te atreves a insinuarte así conmigo? Nunca lo hubiese creído de ti Jaime. Sepas que yo quiero a mi marido, que es un buen hombre. ¡Y tú no me interesas en absoluto.Pero nada, nada. ¿Te enteras?! - le gritó ella con resolución.

El tipo abrió los ojos con un odio indescriptible. Aquella estúpida fémina lo rechazaba; lo tenía por un miserable aprovechado al igual como lo había considerado una antigua alumna del Instituto en el que había ido en su juventud, que se parecía a la amiga de Cristina y que él en aquellos años la había deseeado.

-¡No, no...Jaime! ¿Qué vas a hacer? - suplicó ella con una expresión de terror en los ojos al comprender que algo malo le iba a suceder.

 Seguidamente en un fatídico impulso vengativo y con una frialdad terrible, Jaime o el "otro" arrastró a la mujer a un viejo y desvencijado portal de una vieja escalera y la extranguló sin piedad. La acción duró apenas unos minutos y nadie presenció el crimen, por lo que no habría ningún testigo que pudiese inculparle.

A continuación Jaime o el "otro" como si nada hubiese ocurrido siguió impertérrito su camino.

Como es de imaginar no tardarron en hallar el cadáver de la infortunada mujer rubia. Un vecino de aquella sórdida escalera lo descubrió al bajar a la calle y enseguida llamó a la Policía, pero nadie había visto nada. Y por supuesto se abió una investigación sobre el caso. Se interrogó a todas las personas que conocían a la víctima ya que era bastante conocida en el barrio, y Jaime como su mujer estaban tan consternados como asombrados por aquel suceso. Como era de esperar los inspectores así como la autopsia habían determinado que aquel crimen había sido obra de algún delincuente común que habría querido robarle sus pertenencias, dado que  la víctima no mostraba señales de violación. La Policía supuso que ella se debió resisitir al asalto y quien fuese contrariado acabó con su vida.

- ¿Quieren que les diga una cosa? - les dijo Jaime a los inspectores de la Policía que se habían personado en su domicilio para interrogar al matrimonio puesto que sabían que Cristina había sido amiga de la difunta; y por otra parte el contable no recordaba nada de su doble vida. Éfectivamente él se había encontrado aquel día en la calle con Gertrudis y al instante le sobrevino aquella rara tensión mental en la que iba implícito una inusitada agresividad que no era propia de él y nada más.-. Si en este país las Leyes fuesen más duras con los delincuentes estoy seguro que muchos se lo pensarían dos veces antes de cometer un crimen.

- Sí tiene usted razón señor. Y muchos pensamos igual que usted. Pero nuestra obligación es la de reunir pruebas en torno a la víctima y tratar de descubrir al culpable - le respondieron los policías..

Jaime se sentía cada vez más atraído por aquel traje de una elegancia trasnochada. Era como si éste tuviera una vida propia o un magnetismo especial que se adaptaba a su cuerpo cono anillo al dedo. Por tanto una tarde Jaime que se sentía muy seguro imbuido en dicho traje, al salir de su oficina se adentró en un PUB de estilo inglés a tomar una cerveza cuando en la barra vio a una mujer rubia que iba sola, la cual le recordó vagamente a la difunta Gertrudis.

- ¿Qué tal? Se está bien aquí ¿verdad? - le dirigió él la palabra a la clienta como si la conociese desde siempre.

Ella afirmó con la cabeza de un modo disciplente.

- Me llamo "Ramon" - mintió el "otro" que dominaba la mente de Jaime-. ¿Te puedo invitar a una copa?

- No, no. Yo ya me iba. Se me hace tarde- dijo la chica con un hilo de voz.

- ¿Acaso esperabas a alguien?

- Sí. Pero veo que no ha venido.

El la miró con fijeza y le lanzó una maliciosa sonrisa.

                                                                   CONTINÚA

 


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