Una enfermera muy eficiente (1ª parte)
Por El Manso Embravecido
Enviado el 04/02/2025, clasificado en Adultos / eróticos
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Hace trece años, a la edad de 37 años, tuve que ingresar en un hospital para ser operado de una hernia inguinal.
Todo el personal sanitario fue muy atento conmigo, pero desde el primer día de mi ingreso noté que una enfermera ponía mucho interés en mí. Para ella había sido un flechazo, amor a primera vista. El hecho de enterarse de que yo tenía pareja, no le hizo desistir de su actitud insinuante. Los flirteos y tonteos hacia mi persona siguieron con todo descaro.
La enfermera se llamaba Paula, tenía 29 años y era de aspecto muy interesante. Talla 1,60 m, de cuerpo delgado, con media melena color castaño hasta los hombros y usaba gafas de pasta que le daban un aire de empollona muy característico de algunas enfermeras (con el tiempo descubrí que se empollaba de todo).
Cuando me traía la bandeja con el desayuno o el almuerzo siempre me decía frases como “Este guapetón que no pase hambre” y yo pensaba “Contigo en la cama seguro que no la pasaría”.
Casi siempre se despedía de mí con un guiño o con una sonrisa picarona.
Ya el primer día de estancia me había puesto tan cachondo con sus coqueteos y roneos que aquella misma noche me la tuve que cascar de lo lindo. Al no poder moverme de la cama me la limpié como pude con unos Kleenex y me quedé dormido muy relajado.
Paula siempre hacía o el turno de mañanas o el de noches, así que, nunca coincidía con mi chica pues esta solía venir por las tardes a visitarme.
El caso es que por la mañana irrumpe Paula en mi habitación para asearme y rasurarme la entrepierna ya que unas horas más tarde me llevarían a quirófano para la intervención.
Me lava todo el cuerpo con mucha parsimonia y como recreándose con la vista, contemplando mi cuerpo desnudo bien trabajado a base de deporte.
Cuando llega a mi entrepierna me coge el pene y me lo descapulla. Se da cuenta que por la noche me masturbé al ver restos de mi semen dentro del prepucio. Estaban cuajados ya. Paula me mira de soslayo con una media sonrisa y me dice:
–Ya veo que ayer tuviste juerga. ¿Echas de menos a tu chica?
–La verdad es que cuando me la pelé no pensé en ella, precisamente –le contesto, intentando tomar la delantera y ser más descarado que ella.
–¿Y en quién pensabas entonces?
–Espero que no te ofendas, pero mientras me la zurraba pensaba en ti.
–Vaya, vaya –fue la escueta respuesta que me dio mientras con una esponja frotaba con fuerza mi glande y prepucio para dejarlos bien limpios de restos espermáticos y de orina. No pude evitar que el miembro se me pusiera morcillón.
Después cogió una maquinilla de afeitar y comenzó a rasurarme el pubis y las ingles.
También la pasó por el escroto y el pene. Este ya estaba más tieso que un mástil.
Paula actuaba como quitándole importancia al asunto, pero la verdad es que no todos los pacientes reaccionan de esta manera. Ella era consciente de que mi verga estaba enhiesta por su actitud de tonteos y piropos descarados del último día. Se sentía responsable y la enorgullecía. En ocasiones soltaba algún suspiro y gemido acalorados, mientras seguía rasurando la zona.
Se pasaba mi rabo de mano en mano al tiempo que cogía la maquinilla con la que le facilitaba mejor el rapado inguinal.
Una vez terminada la rapa, al ver en qué estado estaba mi miembro (todo empalmado y ya goteando incluso), me dijo:
–Y ahora, ¿qué hacemos con esto? ¿Vas a ir así al quirófano? Jajaja
Abrió un bote que contenía gel cicatrizante y me lo fue untando y repartiendo por pubis, ingles, testículos y polla. Me masajeaba con ímpetu. En el nabo se paraba más, agarrándolo por la base con las dos manos y soltándolo al llegar a la punta del capullo. Repitió esta operación varias veces. Me dejó todo el tronco del nabo bien empapado de aquella crema. Luego recogió los utensilios y se despidió con un “Buena suerte en la intervención, guapo”.
–¡Joder con la calientapollas! –pensé–. ¿Y ahora qué hago?
No podía masturbarme porque en un rato me llevarían al quirófano y tampoco era plan de llevar la polla llena de restos de semen. La única solución era distraer a la mente con temas que no tuvieran nada que ver con el sexo para que se me bajara el hinchazón.
Cuando me vinieron a buscar y me sacaron por el pasillo, todas las enfermeras me desearon suerte y Paula con una sonrisa socarrona y con mucha sorna me dijo:
–A ver si consiguen bajarte la hinchazón… de la hernia.
Yo pensé para mis adentros “Menuda faena me has hecho. Me las pagarás en cuanto vuelva”.
Volví, pero con tanta anestesia que se me pasó buena parte de la tarde sin enterarme de nada. Por la noche, ya más despejado, aproveché para machacarme la picha, aunque con cuidado para no dañar los puntos de sutura que me pusieron en la ingle. Pero era más mi ansia de procurarme algo de alivio en los huevos, descargando una buena lechada, que el dolor que pudiera provocarme en la ingle recién intervenida.
Por la mañana volvió a aparecer Paula, para depararme las labores higiénicas de rigor.
Otra vez me lava todo el cuerpo parándose con mucho esmero en la zona operada. Después vuelve a limpiarme los genitales. Observa que tengo restos de cuajada y me comenta que soy muy guarro, que parezco un mandril.
–Pensarías en mí, al menos, cuando te la sacudías, ¿no? –me suelta.
–Por supuesto. Sobre todo porque me dejaste con la miel en los labios y eso incrementó mi deseo en ti –le contesto.
Paula no hacía más que frotarme el capullo con unas toallitas para eliminar todo resto de lechada que pudiera haber. A continuación me untó esta vez un gel hidratante por el pubis, verga y cojones. A medida que me lo untaba me magreaba con energía la entrepierna. Volvió a conseguir ponérmela más tiesa que un bate de beisbol. Friega que te friega sobándome los huevos y la polla. De repente, acerca su cara a mi pubis y se zampa medio rabo. Me lo mastica como si quisiera saborearlo al máximo. Le pega unos buenos morreos al capullo. En eso que se escucha una voz en el pasillo que dice:
–Paula te reclaman en la habitación 5. Acude enseguida por favor.
En esto que Paula se despide de mi con un piquito en la boca, dejándome el sabor de mi polla en los labios y se retira diciéndome:
–En un cuarto de hora vuelvo y remato la faena, ¡tío buenorro!
–¡Otra vez se va dejándome un calentón de aúpa la muy calienta-braguetas! –pensé, ya mosqueado.
Y otra vez me toca hacer otra gayola pensando en lo puta interruptus que estaba resultando ser esta Paula.
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