Produciendo plusvalía para mi jefa por varios medios (1ª parte)

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En una de las pocas veces que tuve que recurrir al llamado “Mercado laboral” (que no deja de ser una metáfora de un mercado de esclavos), me salió un curro de operario en una fábrica de botellas de vidrio.

Era una pequeña empresa familiar con 40 empleados. La dueña es una mujer de unos 60 años, de muy buen ver. Se llama Rebeca, es rubia con una melena ondulada. Andará en el 1,68 m de altura y con algunos kilos de más que se le posan en caderas, barriga y muslos.

De cara a la galería, Rebeca muestra un carácter despótico y seco, para hacerse respetar y guardar las formas, pero cuando coges confianza con ella, es muy agradable y cordial.

Allí hacían todo tipo de botellas. Las había de todas las formas y colores para embotellar diferentes productos: aceite, vinagre, agua, vino, coñac, ron, y un largo etc.

El trabajo era ameno, pero casi todo estaba mecanizado. ¡Son malos tiempos para la artesanía!

El contrato solo era para cuatro meses, de junio a septiembre, para ir cubriendo las diferentes vacaciones de los empleados en plantilla.

Cuando llevaba unos veinte días en la empresa, la jefa me llama a su despacho y me comenta lo siguiente:

–Mira Jonathan, no estás rindiendo ni al nivel mínimo exigible. Hay unos estándares, estadísticas, que marcan lo mínimo que un operario debe producir para que le resulte económicamente aceptable al patrón contratarlo. Tú estás muy por debajo de lo que se exige.

–Ya, la famosa plusvalía, ¿no? –le comento.

–Sí, hijo sí. Si has leído a Karl Marx sabrás que la ganancia o plusvalía del empresario no sale ni de las materias primas ni del producto elaborado. Nuestra riqueza nace de la fuerza de trabajo del obrero no desembolsada y acaparada por nosotros. Nos quedamos con una parte considerable de vuestro esfuerzo y sudor. Solo así se puede competir en el mercado libre con otras industrias del sector. Pero tú eres tan flojo, que poca fuerza de trabajo te puedo extraer.

Yo en aquel momento tenía 27 años y necesitaba el dinero para comprarme un coche nuevo. Después dejaría el trabajo (que no sé por qué lo llaman chollo, porque de chollo no tiene nada), y volvería a mi vida de punk errante. Pero por el momento tendría que sacrificarme.

Rebeca estaba toda resuelta a rescindir mi contrato. Entonces yo la abordé de la siguiente manera:

–Mira Rebeca, yo nunca trabajé en este gremio y es normal que no siga el ritmo de mis compañeros. Pero puedo proporcionarte la dichosa ganancia o plusvalía por otros medios.

–¿Cuáles? –preguntó Rebeca toda intrigada.

–Por ejemplo, comiéndote el berberecho como nunca nadie te lo ha comido ni te lo comerá en la vida, y pegándote unos buenos revolcones, de los de no levantarse antes de experimentar dos o tres orgasmos –y le hice unos juegos malabares con mi lengua (retorciéndola a derecha e izquierda como si fuera una toalla empapada a la que se estruja para exprimir el agua), para mostrarle mis habilidades “lingüísticas” y que supiera lo que se perdería en caso de no aceptar.

Mi jefa llevaba una falda hasta las rodillas que al sentarse le hacía de mini. Tenía las piernas cruzadas. En alguna ocasión cambiaba el cruce de piernas, fruto del nerviosismo provocado por mi exposición, señal de que le picaba la panocha.

–Bien. La verdad es que si te despido en este momento voy a perder más dinero aún, si cabe. Además habrá que contratar a otro chaval, que a saber cómo será. Seguro que más inepto que tú. Así que, para recuperar lo que me estás costando seguirás en la fábrica hasta acabar el contrato de cuatro meses. Poco a poco espero que te vayas amoldando al ritmo de tus compañeros. A parte de todo esto, me harás el amor tres veces por semana en un hotel que yo te indicaré. En el catre me demostrarás tus habilidades. Florituras con la lengua ya veo que haces muchas. Comprobaré, como buena contable que soy, si realmente eres tan bueno follando como dices, y así podré extraerte la fuerza de trabajo y la plusvalía que no me rindes en la fábrica –comentó de forma picarona Rebeca.

A los pocos días, por WhatsApp me manda el lugar, día y hora del primer encuentro.

Acudo al lugar. Es un hotel muy lujoso de cinco estrellas. Tiene 15 plantas. Yo me dirijo a la 9, después de indicarle al recepcionista que voy a hacer una visita de cortesía.

Ya enfrente de su puerta golpeo unas tres veces. Me abre Rebeca. Lleva el pelo recogido en un moño, una blusa blanca con un generoso escote, una falda plisada larga color azul y unos tacones de aguja que la ponen en el 1,76 m, sacándome bastante altura.

Sus dos jamones los lleva enfundados en unas medias color rojo pasión haciendo juego con el pintalabios.

Sus morritos hinchados con relleno de ácido hialurónico desde hace pocos días me inflaban la polla también a mí, como si tuviera un efecto contagio.

Sus ojos negros me hipnotizan. No me hará falta recurrir al Viagra para cumplir con esta zorra en celo ansiosa de que un buen macho la monte y le eche un polvazo en condiciones.

Mi jefa pone música, se sienta en un cómodo sofá haciendo un erótico cruce de piernas y me ordena que haga un striptease.

Al ritmo de la música, lentamente, me voy quitando chaqueta y camisa, quedando mi torso de gym al descubierto. Rebeca se relame diciendo:

–Me gusta lo que veo. Sigue, a ver la parte de abajo lo que me depara.

Continúo quitándome el cinturón, después los zapatos, desabrocho los jeans con mucha parsimonia y me los saco en un abrir y cerrar de ojos.

Allí estaba yo, con solo un par de calcetines puestos y un bóxer, marcando paquete.

Me quito los calcetines poco a poco, para que la espera por el despelote subiera más la tensión y ya por fin, me bajo el bóxer dejándolo caer al suelo.

A la vista de Rebeca me magreo un poco mi verga de 18 cm de larga por casi 14 cm de perímetro. El pubis y el escroto los llevo bien depilados. La polla ad libitum va golpeando contra mi bajo vientre mientras yo bailo al ritmo de la música.

Rebeca me hace un gesto con el dedo índice para que me acerque a ella. Me aproximo con mi mástil enhiesto y observo que ella acerca su rostro a mi entrepierna.

Sus labios rojos, carnosos e hinchados engullen mi glande. Lo lame, lo chupetea y lo succiona con ímpetu. Cuando Rebeca le da un pequeño respiro al capullo veo que lo deja todo rojo de los restos de su pintalabios.

Vuelve a meterse mi cabeza menor en la boca y, poco a poco va introduciendo en el interior de su garganta el resto de mi morcilla, hasta hacer tope con mi pubis. En la punta de mi rabo noto el contacto con su campanilla.


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