Produciendo plusvalía para mi jefa por varios medios (2ª parte. Final)

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Me la machaca con su boca durante tres o cuatro minutos. Cuando se la saca, escupe una considerable cantidad de babas espumosas en la punta del nabo, que van escurriéndose por el resto de la tranca, llegando a los huevos, y cayendo en forma de hilillos al suelo.

–Tienes la polla casi tan lubricada como mi coño. Noto cómo me palpita el clítoris. Estoy a punto de correrme y lo quiero hacer en tu boca de guarro vicioso –me comenta Rebeca toda excitada.

Ahora soy yo el que se sienta en el sofá y Rebeca comienza a poner en práctica un improvisado striptease.

Se va desabrochando la blusa, botón a botón, hasta dejarme ver un sujetador rojo de encaje muy sexy. Deja caer la blusa al suelo y con unos movimientos de hombros muy sensuales, se baja el sujetador por debajo de sus senos dejando ver un par de melones exquisitos. Sus pezones y aureolas están pidiendo a gritos que los lama y chupetee.

Se desabotona la falda dejándola caer al suelo. Se planta delante de mí con sus bragas blancas de punto, sus medias rojas con los respectivos ligueros negros y subida a sus tacones de aguja. El olor a hembra caliente que desprenden los poros de su piel consigue que mi polla comience a soltar babilla preseminal.

Desengancha los ligueros y va bajando despacio las bragas.

A un metro de distancia quedó a mi vista un chumino con un bello rubio recortado y todo pringoso (por lo mojada y cachonda que ya estaba), que me invitaba a que lo devorara.

Rebeca me indica que me tumbe en la cama. Ella no pierde ni un segundo en aplastar sus prominentes cachas en mi cara y con sus muslazos hace las veces de tenazas, para evitar que me mueva. La sensación de asfixia que en ocasiones yo sentía era angustiosa. Entonces haciendo de grandes males, grandes remedios, comienzo a inspirar fuerte. El aroma a loba salida, que me inunda desde el interior de su cueva, me embriaga, sintiendo una excitación enorme.

Efectivamente Rebeca estaba a puntito de caramelo. Con solo tres minutos lamiendo, relamiendo, chupando, succionando y sorbiendo aquella almeja encharcada, suelta unos alaridos enloquecidos de lujuria desenfrenada y noto cómo me empapa toda la boca con sus caldos. Restriega y frota con fuerza su chocho sobre mi rostro buscando que le limpie bien las paredes internas de su vagina y los labios mayores y menores de su vulva.

–Ahora sí que me estás rindiendo. Me voy a quedar con toda tu fuerza de trabajo. Te voy a dejar en los huesos, cariño. En vez de quedar tres veces por semana, vamos a quedar cuatro. Tengo que exprimirte toda la plusvalía que pueda, hasta sentirme bien saciada y completamente restituida. ¡Joder, qué comida de coño! –dice toda sobreexcitada mi jefa.

Todavía seguimos un cuarto de hora más en esta postura, hasta que Rebeca arranca de sus entrañas un segundo orgasmo, llenándome la cara y boca de nuevo de sus sabrosos chorros vaginales. Me trago todo lo que sale de sus bajos, incluso algún chorrillo de orina que no pudo contener. Le dejo la entrepierna bien limpita.

Luego decido sentarme en un sofá y le indico a Rebeca que se siente sobre mí y cabalgue, mientras le saboreo las tetas.

Mi jefa seguía con el sostén por debajo de los pechos, las medias y los zapatos. No se los quitó en ningún momento de las tres horas que estuvimos en aquella habitación.

Monta sobre mí y cabalga con furia. Estaba deseando alcanzar su tercer orgasmo. Yo le mordisqueo los pezones. Se los chupo como si fuera un bebé en busca de su alimento. Tenía las tetas bien operadas. Turgentes y picando hacia arriba. También le lamo el cuello y le pego unos buenos morreos a esos labios tan gordos.

Ella vuelve a correrse al tiempo que suelta por la boca todo tipo de “vejaciones” hacia mi persona. Se sentía con poder de hacer conmigo lo que quisiera.

Yo le digo que sin bajarse del burro, nunca mejor dicho, cambie de postura dándome la espalda, ahora.

La sujeto por la cintura mientras ella sube y baja por mi tranca, toda embadurnada de efluvios de hembra caliente. Comienza a cansarse y, clavando sus tacones en mis muslos, eleva un poco sus cachas para que yo pueda bombearle el conejo a su gusto. Le separo un poco las nalgas para que el ritmo del fuelle no se frene con sus voluminosas carnes.

Después de estar unos veinte minutos zumbándole el chocho, avisa por fin de su cuarta corrida, la muy puta. Pero esta vez no pude aguantar más y me vacío con ella, llenando su almeja de una considerable descarga de esperma.

Cuando se bajó de su peculiar tiovivo, me dejó unas marcas ensangrentadas en los muslos provocadas por sus puntiagudos tacones. Pero ni me dolió. Sus medias rojas medio rotas y su mejillón bañado en mi esperma y todo chorretoso, me pusieron el rabo duro en un pequeño descanso, y volvimos a la carga.

Esta vez mi jefa se puso en la postura del misionero. Yo le endiñé unos buenos empellones durante casi diez minutos, mientras le babeaba todo su rostro de golfa insaciable. Después, Rebeca, se colocó a cuatro patas y sujetándola yo por las caderas, le di caña, con garra, en aquel chocho pegajoso. La muy furcia experimentó el quinto orgasmo, este ya con menos intensidad, pero la suficiente para hacer que empujara hacia atrás, buscando el calcarse mi polla y meterse toda dentro sin dejar ni un centímetro fuera, para sentirla bien y conseguir estirar la duración del orgasmo.

Yo me salgo de su chocho y me dirijo a su glotona boca. Me follo aquella garganta profunda durante unos minutos y por fin, llego a mi segundo orgasmo. Rebeca abraza con sus labios hinchados como longanizas mi rabo, no lo deja salir. Descargo en su boca de mamona unos ocho chorros de leche merengada. Se los traga todos con mi polla dentro. Cuando a los cuatro minutos permite que me salga de su cavidad bucal, la tenía vacía de todo rastro de semen y saliva. Mi rabo también había salido sin rastro de esperma ni saliva. Con sus labios carnosos lo exprimió tanto que lo sacó limpito.

–Como exprimí tu polla así te voy a exprimir a ti, cariño. Los próximos cuatro meses van a ser un Infierno para ti –me dice Rebeca, mientras se relame y vuelve a succionar la punta de mi pene, buscando el sorber las últimas gotas que salen por la uretra, ya casi sin fuerza.


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