Pelillos
Dices que estas aburrida de tu espeso matorral de pelos, pero creo que en realidad te aburrió lidiar con su crecimiento constante, con la tarea inacabable que significa recortarlos, a veces extirparlos con cera caliente. Lo peor para ti es lo disparejo que suele quedar el trabajo cuando lo haces sola. En ocasiones resultaba una figura estética, incluso graciosa, por su forma triangular casi perfecta, como trazada a lienza. Pero en realidad te resultaba una molestia solo intentar podar ese seto no vegetal, contenerlo en sus desbordes y evitar que se asomara más allá de los límites de tus calzones, cosa que sucedía a menudo y te descolocaba cuando lo notabas.
A mí jamás me molestó tu efusividad capilar, de hecho, gozaba descubriendo algún pelillo escapado de los confines establecidos, mejor si eran dos o más, una tribu completa formando una suerte de bigote venusino. Menuda excitación me producía ver esos arranques que daban pie a imaginaciones febriles, donde tus barbas parecían llamar a su peluquero favorito. Si, era a mí a quien llamaban, para que ordenara esa situación con esmerado cuidado y delicadeza.
Enfrentarme a ese bosque tupido era una aventura digna de Perseo, intentando no ser convertido en piedra por la visión de la Medusa y sus cabellos viperinos, pero no lo lograba y me convertía en piedra donde tú sabes apenas advertía el volumen de tu selva. Y luego, para completar el panorama, su aroma profundo y embriagador me seducía y atrapaba, obligándome a irme de cabeza, o de nariz mejor dicho, a explorar sus profundidades, donde luego de aspirar hasta la última molécula de tu fragancia me dedicaba a saborear su mayor secreto, escondido apenas por la sombra de tus ramas oscuras. Qué maravilla me encontraba en esas carnes suaves y húmedas donde podría haberme quedado horas dedicado a sorber sus jugos inacabables y explorar con mis dedos sus recovecos incitantes, dudando en su antesala si era conveniente ir más dentro o sólo quedarme dando vueltas en círculo, como un borracho sin rumbo fijo, perdido en el éter de tu hondura vaporosa.
Pero en lugar de pedirme que te arreglara otra vez, como suelo hacer, me has sorprendido pidiéndome que te afeite todo, quieres cambiar y me dejas en ascuas, ¿cómo será la vista de ese monte, desnudo de su cubierta capilar? Mis dudas no te detienen, eres resuelta en tus decisiones y quieres hacerlo con o sin mi ayuda, entonces me resigno a ir por la maquinilla, agua y jabón de afeitar, para piel sensible por supuesto, uno que otro adminículo necesario y ya me podré dar a la tarea titánica que se me ofrece.
Primero me doy al trabajo de recortar la cabellera con una tijerita, pasando desde su largo normal hasta sólo medio centímetro, comienzo a ver lo que asomará a la luz del día, pero no me distraigo y sigo en mi tarea. Hago un poco de espuma con agua tibia y la aplico con cuidado por zonas, no quiero que se seque antes de tiempo. Luego, procedo a afeitar realizando pasadas sucesivas hasta llegar a la piel. Tus labios me dan trabajo, es increíble la cantidad de pelillos que nacen en sus bordes, formando un tallo grueso y resistente, ondulante y altivo. Me río al recordar cómo se levantaba orgulloso cuando lo secabas después de una ducha. Después de hacer varias maniobras delicadas, sujetando tus protuberancias y repasando cuidadosamente cada hendidura, logro dejar la zona limpia.
Me resta la zona interglútea, como me dijiste muerta de risa, la raja , te contesté, y así me di a esa faena donde la densidad pilosa era mucho menor pero no por ello menos compleja. Aprecié la forma de labios fruncidos de tu asterisco y temí por sus movimientos que fuese a escupir un gas y todo se fuera al carajo por la risa que nos daría. Aunque me ahogue por la proximidad al volcán. Pero te aguantaste las ganas y pude cortar todo rastro de pelo, no sin antes aprovechar para acariciar ese lugar prohibido y admirar sus formas exóticas.
Has quedado peladita como una muñeca grandecita. Lo que antes se escondía, ahora es notable a primera vista, una erupción de tus labios, impulsados por la campanita escondida que los corona me está llamando para que la haga soñar. No me contengo, debo probarla y sabe deliciosa, exuberante y explosiva, desbordada de todo límite, sin vestiduras que la oculten se ofrece al tacto y al mordisco leve. Pero quiero compararla con su contraparte dura como madera, a ver qué siente al ser horadada con el tronco en llamas que me dejaste luego de dos horas de trabajo. Me niegas el acceso y, antes que alcance a contrariarme, me pagas con otra moneda, tus labios calientes junto a tu lengua juguetona se encargaron de atenuar esta presión, pero no basta. Pronto deberé salir de mis dudas y despejar el misterio, aunque sé que me encontraré con una creciente aspereza, desafiante rasposa, que como una cama de clavos querrá evitar mi desembarco, no será suficiente defensa, no señor. Conseguiré mi objetivo y derramaré mi pasión caliente dentro de ti. Luego regaré algunas gotas sobre ese campo recién podado para que vuelva a crecer tu selva de pelillos salvajes, y deba hacer todo el trabajo de nuevo. Con gusto lo haré.
Comentarios
COMENTAR
¿Te ha gustado?. Compártelo en las redes sociales