EL DESTELLO DE LA LUNA CRECIENTE
EL DESTELLO DE LA LUNA CRECIENTE
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La mujer se ve apresada por unos brazos fuertes como ramas de un árbol. El gigante de cabello rubio la arrastra y la conduce a un callejón tenebroso y la arroja contra el suelo. Acto seguido, se tumba sobre ella. La mujer intenta gritar pero una gran manaza cierra su boca y su nariz; casi le impide respirar.
El agresor rasga sus ropas. Sus pechos y su vientre quedan desnudos. El hombre se baja el calzón. Ella abre los ojos desmesuradamente. De repente un brillo plateado se desprende de otra figura. Una mano deposita en la crispada de ella una daga. La mujer de un certero tajo abre la garganta del gigante de lado a lado. Un chorro de sangre caliente la salpica y el hombre queda inmóvil tras unos espasmos.
La mujer se levanta y trata de cerrar sus vestiduras rotas. La figura recupera su daga, caída junto al cadáver y abandona con paso lento y seguro el escenario del incidente por el camino de la entrada del callejón. Inmediatamente después la mujer sale corriendo tras la sombra oscura.
«Espera, grita».
Ya, a la luz pálida de la luna en creciente, se revela a sus ojos la figura. Es un hombre de piel oscura, vestido con una amplia capa gris. El brillo plateado que viera en el pestilente callejón vuelve a destellar en la noche: es un gran pendiente en forma de luna, que cuelga de la oreja izquierda del hombre; es un arete en forma de luna que parece gemela a la que ilumina la calle desde el cielo de invierno.
La figura encapotada se detiene y se gira hacia la mujer. Ella, sujetando sus ropas desgarradas, mira a los ojos del hombre y dice: «Quería agradecerte...». El hombre de piel negra, cráneo rasurado y ojos brillantes, por toda respuesta inclina su cabeza ligeramente. Se quita la amplia capa gris y cubre los hombros de la mujer.
«¿Por qué me prestaste tu daga?».
«Porque eres una üshta, una inmortal; y también porque tu vida es sólo tuya».
El hombre a modo de saludo se toca el corazón, se gira y vuelve de nuevo, caminando hacia las afueras del silencioso poblado.
«Espera; llévate tu capa», dice apretando sus ropas. Vivo cerca». El hombre vuelve sobre sus pasos y recupera la larga y pesada prenda
Sigue su camino. A cada paso, el pendiente va desprendiendo reflejos de plata bajo la luz enigmática de la luna.
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