Pathé-Baby

Por
Enviado el , clasificado en Drama
109 visitas

Marcar como relato favorito

 

Cinco años hace ya que utiliza la misma silla y vuelve a observar el jardín tras los gruesos barrotes, ahora adornado de setos resecos, árboles desnudos y un montón de hojarasca debatiéndose por efecto del viento en bailes de aquí para allá, a caballo entre intermitentes soplos de aire e inaudibles melodías. La melancólica visión se le ofrece al observador en tintes de blanco y negro, como aquellos fotogramas de películas proyectadas con la Pathé-Baby, aquella vieja máquina de segunda mano que un día compró en el mercadillo del barrio, allá por los años sesenta.

A su anciana madre le encantaban aquellas películas mudas protagonizadas por los actores de su pasado tiempo, desde el galán Max Linder hasta Harold Lloyd, sin olvidar al gran maestro Charlot. Siempre que podía las alquilaba para reproducirlas en el salón de la casona que ambos habitaban desde hacía muchos años. La irregular pared era la puerta de entrada al mundo de la magia y las ilusiones, adornada entonces por unos feos cuadros que representaban cuadrúpedos faunos persiguiendo aterradas féminas desnudas, extraños seres mitológicos y dioses fieros y vengativos. 

Odiaba aquellos óleos. Desde niño los había odiado; pero eran los raros gustos pictóricos de su padre. Por eso le encantaba descolgarlos y ofrecer a la Pathé-Baby un rectángulo generoso donde la luz de su incandescente bombilla pudiera dar vida a los extravagantes y geniales gestos del gran Charlie Chaplin. Recuerda ahora cómo su madre reía a carcajadas, pletórica su cara escuálida de alegría infantil, batiéndose entre el estruendo de estertores huecos, a veces silbantes, que producía su risa al encontrarse con el vacío de las inexistentes piezas dentarias.

Cinco largos años hace que usa la misma silla, una pesada silla de hierro que día tras día arrastra hasta el amplio ventanal que da al jardín… Procura a propósito hacer ese ruido estridente, raspando con sus patas las baldosas del salón de reuniones donde cada cual rememora a su estilo los motivos de su estancia en aquel lugar de locos de atar. Ahí se juntan todos durante la mañana después de abandonar los dormitorios, al cuidado atento de los enfermeros, allí donde el tiempo no pasa y es un invitado más a sentarse en silencio con ellos.

Y Émile… Siempre está a su lado el joven Émile, el eterno acompañante-lapa al que viene escuchando en silencio desde su ingreso, locuaz hasta la saciedad para contarle la misma, truculenta y repetitiva historia de cómo asesinó a su hermana menor por quitarle su colección de chapas de Coca-Cola. Él no le contesta, jamás lo ha hecho, siempre está callado y ausente, se limita a escucharlo con la mirada fija en el jardín exterior, quizá contando sus viejos fantasmas y abriendo las innumerables puertas de la mansión, descolgando los cuadros y sentando en la mecedora a la octogenaria madre frente a la pantalla para proyectar las películas mudas en la Pathé-Baby…

¡Aquello sí era cariño de hijo…! Pero no pudo evitarlo… Fluyó aquel sentimiento de odio incontenible cuando descubrió que durante años le había ocultado las cartas de un amor al que creyó perdido entre el silencio de su incomprensible olvido.

Le hizo daño, mucho daño con su egoísmo…

Ahora es feliz... Ya son suyas, las tiene en sus manos para siempre, nadie se las quitará, y aprieta contra el pecho esos viejos folios que destilan los dulces recuerdos de la guapa chica que nunca olvidó.

-¿Verdad, mamá, que ahora vas a ser buena?… -murmura entre dientes con una sonrisa malévola recordando el hacha que cayó con fuerza sobre su cabeza.


¿Te ha gustado?. Compártelo en las redes sociales

Denunciar relato

Comentarios

COMENTAR

(No se hará publico)
Seguridad:
Indica el resultado correcto

Por favor, se respetuoso con tus comentarios, no insultes ni agravies.

Buscador

ElevoPress - Servicio de mantenimiento WordPress Zapatos para bebés, niños y niñas con grandes descuentos

Síguenos en:

Facebook Twitter RSS feed