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En un rincón del parque, Juan siempre tenía una broma lista. Su risa contagiosa iluminaba los días grises. Un día, mientras contaba un chiste sobre un pez que no sabía nadar, su amiga Noa, que no estaba pasando su mejor momento, comenzó a reír sin parar. En ese instante, comprendió que el humor era un tesoro raro, capaz de convertir lo cotidiano en magia. Muchas veces, los verdaderos amigos son los que nos regalan risas y momentos inolvidables, dándonos cada día la cercanía y el cariño que necesitamos sin pedir nada a cambio.
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