EL ININTERRUMPIDO RECORRIDO ESTELAR

En la penumbra de la noche, la oscuridad del viaje acariciaba su rostro. Cerró los ojos y se dejó llevar. En un instante, las estrellas se convirtieron en faros que guiaban su tren de los sueños. Recorrió vías brillantes, alrededor de ellas los árboles hablaban y las hojas eran páginas de libros por leer. En cada rincón, un secreto; en cada sombra, una historia.

El amanecer, despertó con el eco de risas lejanas, sabiendo que, aunque la noche había terminado, el viaje no había hecho más que comenzar. Ella le acompañaba, daba nombre a las estrellas, las verdes hojas iban conformando el territorio desconocido, donde el susurro de los árboles narraba secretos inconfesados.

La luz del sol, era sustituida por los puntos del espacio y el tiempo, una madeja intergaláctica, un eco misterioso del pasado que se podía recuperar a la velocidad de las ondas lumínicas; así era cada noche, desde aquel verano de revelación, cuando su voz le llegó cristalina, directa, franca.

Ambos despejaban las sombras entre risas compartidas. En efecto, el viaje apenas acaba de comenzar. A la noche le sucedía el día, amanecían despertando en la distancia, pero con la cercanía de sus historias. Vínculo, nexo, hilo, lazo de juegos, la intensidad del fuego de la piel y la ternura de la compañía.

¿No se sienten las caricias en el rostro cuando se proyectan los deseos más profundos?