La ducha

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El amanecer del nuevo día vino en soledad, como últimamente acostumbraba ser. Ella se desperezaba aún entre las sábanas estirando sus brazos que palpaban la matutina ausencia cotidiana. Llevaba sola al menos dos horas, como de costumbre, ...de nada o poco sirvieron sus galanterías, su camisón de seda fino, sus piernas desnudas, atractivas a la vista y al tacto, sus muslos experimentados, pero aún sugerentes, y su esbelto y generoso pecho, sostenido por los encajes de seda del atuendo femenino, bordado el escote para acentuar el espectacular descenso de sus preciosos senos, que regalaban a cualquier mirada un premio inmerecido.

Ella se fue sola a la cama, quedando dormida mientras esperaba a alguien que ya tarde ocupó su lugar, al otro lado de la cama. En otro tiempo ella se arrimaba nada más presentir su llegada, para que sus suaves muslos fueran acariciados, siendo la chispa detonante de una fusión de pasión y fulgor que desembocaba en riadas de placer y éxtasis. Ahora su cuerpo, ante tal indiferencia por quien derrochaba esa fortuna de oportunidades, mecanizó la quietud absoluta ante su siempre tardía presencia.

Aún así lucía espectacular, siendo un regalo para quien no se encontraba allí, alguien que, por tenerlo y no valorarlo, o por rutina, o por sabe Dios qué misteriosas razones, se estaba convirtiendo en un extraño, en una especie de desertor, que abandona a su escuadra antes del amanecer, justificado en cualquier pantalla de ordenador, supuestamente para avanzar en su trabajo tan exigente.

Se estiraba de la cama con languidez, sintiendo la suavidad de su camisón de seda deslizarse sobre su piel. Sus movimientos son sutiles, pausados, como si prolongara por unos instantes más la sensación placentera del descanso.   Se incorpora lentamente, apoyando sus manos en la cama con gesto refinado, permitiendo que la tela de su atuendo resbale suavemente por sus brazos y piernas, acariciando su piel con ligereza.

En su camino hacia el baño tiene tiempo de recrearse en el alargado espejo de cuerpo entero: su cabello, liso y moreno, algo desaliñado por el lógico movimiento nocturno caía cubriendo las curvas de sus pechos. Pasa su mano por él para recogerlo parcialmente y dejarlo caer por su espalda, dejando así en primer plano su madura pero sugerente silueta reflejada.    Tras pasarse ambas manos para levantar algo sus senos, decide entrar en el baño y despojarse del camisón, dejando caer sutilmente los finos tirantes por sus hombros desnudos.

Una vez sin prenda alguna, se acaricia los muslos con un movimiento lento y suave hacia sus caderas. Ella ya ha dejado atrás la derrota moral que significa la indiferencia, se ha cansado de esperar, y se ha cansado de culparse a sí misma, teniendo un reflejo más altivo; esa mañana se recreaba en sí misma, quería seguir viéndose y palpándose.

Con una emoción que le era excitadamente novedosa, giró el pomo del agua caliente y las primeras gotas empezaron a caer sobre sus hombros, resguardando en un principio secos sus cabellos. Conforme se mojaba con esos primeros hilos, el vapor de agua comenzaba a emerger y a envolver su figura, curva y graciosa; inmóvil y con los ojos cerrados, empezó a sentir el calor que iba ganando peso desde los hombros hacia su pecho, contra el cual empezó a verter gel de ducha con fragancia de jazmín.

La sensación de la descarga en sus senos la trasladó a otros momentos de gloria, donde ella había sido protagonista de eclosiones de gozo extremo junto a alguien que ahora se encontraba ausente, alguien por el que ella había perdido incontables veces la razón y el sentido, y por el que había acabado descendiendo a los infiernos de la baja autoestima. Cada trazo era pausado y fluido, como un pequeño masaje que no solo limpia, sino que también ofrece una sensación de relajación profunda. El roce sutil, pero lleno de intención, era un acto de cariño hacia su propio cuerpo. Son tales sus sensaciones que decide aplicar más cantidad, dejando fluir una catarata cremosa de exquisita fragancia sobre las ondulaciones de sus pechos. Ahora la cascada espesa del gel esparcida copiosamente por sus preciosas tetas la estaban excitando sobremanera, comenzando así a masajear todo su bello busto de arriba a abajo, formando un crisol jabonoso, con espuma y vapor de agua.

Sola se auto abastecía de pasión, renovando la espuma de sus pechos y jugando con sus pezones erectos y duros. El agua caliente seguía cayendo alrededor de su cuerpo, y aún secos sus cabellos, iba contagiándose de excitación de un extremo a otro.   El frenesí que sintió en ese momento por acercar sus dedos más abajo de su trabajado abdomen obtuvo respuesta, y empezó a acariciar su modelado vello púbico con restos de la espuma que iba cayendo a borbotones por sus pechos. Tras aplicar un poco de gel íntimo en su dedo, comenzó a masajear suavemente los labios vaginales, estremeciéndose cada vez más a medida que deslizaba la yema de sus dedos por sus pliegues.

Con un ritmo cada vez más acelerado sus dedos fueron recorriendo todo el entorno de su valle rosáceo, y tras enjuagar bien la zona pélvica y asegurarse que sus dedos estuvieran libres de espuma, inició una penetración anular a través de su concha, ávida de placer. Su dedo fue explorando esa gloriosa gruta, dándole pronto la bienvenida a un segundo compañero, que hizo que el movimiento ganara en vigor y velocidad.  Mientras continuaba a su ritmo, su cuerpo se iba retorciendo más y más, entre suspiros y jadeos, y sus bellos glúteos, se acompasaban solapados a ratos contra la mampara. Fue entonces cuando al agua empapó todos sus cabellos, y los gemidos comenzaron a cobrar fuerza.

Tras una explosión de gozo y placer se apoyó nuevamente sobre la mampara, estampando sus muslos "acristaladamente" apetitosos, y soltando un último e intenso alarido que le valió por todos los orgasmos que le habían negado en meses. Había llegado a la cima, ella sola. Esta idea la había encumbrado elevándose por el horizonte grisáceo que se había cernido sobre ella desde hacía meses. No necesitaba por el momento nada más, se bastaba y se sobraba, y sabía que esta idea sería la base para erigirse como lo que realmente era: una bella y muy atractiva dama que no iba a permitir que su vida cayera en picado.

Tras salir de la ducha, su cuerpo desnudo y mojado se fundió con los tejidos del albornoz, mientras secaba de manera coqueta y juvenil su cabello mojado.   Alguien había escuchado cierto ruido más allá de la estancia, y con supuesta preocupación parecía interesarse ofreciéndose seguidamente a preparar un café para tomar juntos.

Ella, haciendo un gesto de ceñirse más fuerte su albornoz, como si hubiera sido sorprendida por una persona ajena y distante que irrumpe en su intimidad, y tan sólo dejando entrever lo inevitable del pliegue del atuendo responde:

No gracias, prefiero arreglarme tranquilamente, y tomármelo luego, yo sola.


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