CUENTOS BREVES (del manual de la masturbación)

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CUENTOS BREVES
(del manual de la masturbación)

(15)

GLADYS (I)

 

Rosalía estaba en la piscina, dormitaba en la tumbona, con su sombrero fucsia y brillante de protector solar. Yo sentí ganas de tomar una espumosa y fresca cerveza para aplacar la sed de aquel ardiente día de agosto.

La tía de Rosalía estaba en la cocina, sentada a la mesa con una taza de café; una caja de azucaradas galletas danesas estaba abierta. Separó de su boca la galleta redonda que casi rozaba sus labios y me dijo si quería una taza. «Me muero de sed; prefiero una cerveza». Sonrió y yo le devolví la sonrisa.Llevaba una camisa blanca transparente. Iba sin sujetador y los pezones se marcaban claramente, grandes y picudos; las tetas caían ligeramente. Era una mujer de cuarenta y ocho años, de tez aceitunada y cabello negro, hermosamente madura.

Abrí la botella y sorbí paladeando el suave amargor del lúpulo. Ella bebía de su taza con la mirada perdida hacia la piscina. «¿Duerme?», me preguntó. «Siempre lo hace a esta hora», respondí apurando las últimas gotas. Sin poder evitarlo erupté; «Perdón», dije. «Está haciendo mucho calor, hasta en la piscina». Asentí. Ella se desperezó llevado las manos a su nuca y haciendo giros con el cuello. «Me duelen horriblemente las cervicales». Sonreí tontamente. Ella me estaba mirando de una forma electrizante. «¿Me haces un masaje?», dijo seguidamente.

Dejé la lata vacía de cerveza sobre el mármol gris del poyo de la cocina y me acerqué. Eché vun vistazo por la ventana. Rosalía seguía dormitando imperturbable, con la cabeza levemente a un lado y los brazos colgando de la hamaca. No había ni una nube en el cielo áspero y liso.

Me acerqué a Gladys. Su cuerpo desprendía un aroma de delicado perfume. Había inclinado su cabeza, los cabellos quedaron a un lado de la nuca; la piel era clara y lisa, como la de una mujer joven, con un pequeño lunar junto al nacimiento de los hombros. Con la mano derecha sujetaba los largos mechones de cabello oscuro.

Puse las dos manos sobre la curva que iba de las vértebras cervicales a los hombros, por encima de la camisa. El calor de la piel traspasaba la fina tela. Apreté entre los dedos y la palma de mis manos los músculos y tendones y comencé a hacer un masaje despacioso. Estaba nervioso, inseguro; interesado pero suspicaz... Mi interior masculino estaba agotado, intranquilo, como con una angustia que mezclaba algo mágico con un deseo impuro, una agitación punzante. Traté de reprimir el extraño gusanillo interior, lo aparté de mi cabeza con una orden vacilante.

Oí los sonidos que intermitentemente salían de la garganta de Gladys; eran los sonidos satisfechos que mis dedos provocaban destensando los nudos del trapecio. Extendí tímidamente el masaje hasta los arcos del comienzo de los brazos. Es difícil distinguir entre los dedos que masajean y los que acarician. Entre los labios de Gladys se entrecortaban sonidos bajos mientras yo hacía rotar, retroceder y avanzar, apretaba ligeramente y liberaba la carne suave. Había un intercambio de nuestras desajustadas respiraciones. Ella hacía pequeños giros de cuello para facilitar el masaje; subís y bajaba los músculos del cuello. Recogió sus cabellos y los llevó al lado opuesto. Y emitió una especie de largo suspiro. En ese momento me separé de su espalda porque noté el endurecimiento de mi órgano masculino; no quería que la tía de Rosalía se fuera cuenta de mi creciente e inoportuna erección.

De alguna manera intuyó algo, porque dejó caer el pelo y llevó las manos al cuello de la blusa  y la desabotonó bajo las solapas. Miré desde la parte de arriba de su cabeza y vi las dos grandes masas de sus mamas distenderse. Se giró hacia mí; sus ojos despedían ondas que penetraron en mis pupilas: «sigue...». Vi cómo abrían sus labios, recorrí aquel perfil sinuoso, ligeramente abultados, de un rosa profundo, algo húmedos... mi excitación carnal se acentuó; mi corazón cabalgaba. ¿Fue una sonrisa lo que hizo que la blancura de sus dientes destellasen? Seguí dando toques, tamborileando sobre la carne caliente de sus hombros; bajé algo mis manos hasta llegar a las clavículas... Su mano sobre la mía, de repente..., la condujo dentro de la camisa y la dejó sobre el seno, el pezón grueso y firme, caliente, el circulo granulado de la aréola, la punta dura, muy dura, tan dura como mi verga...

Introduje la otra mano en la blusa y empecé a magrearla las grandes tetas. Las dos esferas... las apreté y las hice moverse en las palmas de las manos... Gladys gimió y chasqueó los labios. «Uhnmmmm...ahhhhh» salió de su boca. Mi respiración subió de velocidad. Mi capullo destilaba flujos; el deseo irreprimible de apoderó de mí. Miré a través de la ventana: Rosalía continuaba inmóvil en su tumbona. Tomando la iniciativa le dije en la oreja: «¿Quieres follar?».

Gladys retiró la silla y se levantó. Me miró como miran las panteras negras a sus presas, me cogió la polla y la movió debajo la rígida tela del vaquero, esparciendo la secreción testicular por el bañador. Llevó sus labios a los míos e introdujo la lengua, rápida, húmeda, ardiente, en busca de la mía. La atrapé, succioné su saliva, jugamos a sujetarlas, abrazarlas iba con la otra, chupamos y sorbimos. Ese beso con lengua me electrizó, mi polla buscaba desesperada su coño ardiente.

Mientras nuestras lenguas se acariciaban, mis manos bajaron presurosas a su pubis, mis dedos, como tentáculos se metían entre la goma de la braguita y acariciaban un vello púbico suave, rizado, completamente mojado. Escuchaba sus jadeos en la lejanía, ya que los míos eran tan intensos que no podía pensar en nada más. Baje esas braguitas de encaje y la ayude a sentarse en la mesa de la cocina. Su mirada de deseo hacía que mi polla no entrara en mi bañador. Ella metió la mano y agarró mi tranca. A punto estuve de correrme, cuando al oído me susurro que le comiese el coño y soltó mi polla al notar un espasmo en ella. Hambriento de deseo, metí mi boca en su sexo, besé su vulva con ahínco, comencé a lamer su chocho mojado. Ella comenzó a mover sus caderas, gimiendo y estallando en un orgasmo intenso, mientras mi polla estaba dura, con la punta del capullo chorreando flujo y deseando el abrazo de aquel coño que se abría ante sus ojos. Metí mi tranca con un intenso gemido, con movimientos rítmicos de sus caderas, mi polla entraba y salía perdiendo la noción del tiempo, sólo existía un intenso placer, una necesidad de explotar, de dejarse ir, de perderse en el deseo. Me quedé en blanco mientras jadeaba y mi polla expulsaba en oleadas incesantes mi leche. Notaba su densidad, con cada espasmo, mi respiración se entrecortaba, no podía parar. Noté sus espasmos en mi polla, cómo se corría de nuevo, mientras yo eyaculaba sin parar en aquella cocina, con aquel café a medias y ese botellín de cerveza vacío.

Rosalía seguía dormitando en su tumbona, ajena a este desenfreno. Jamás había disfrutado tanto del sexo como aquel día con Gladys. Sin duda repetiré, tal vez acompañado de Rosalía."


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