RELACIONES LÍ QUIDAS 1
Por franciscomiralles
Enviado el 13/02/2025, clasificado en Cuentos
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A una hora crepuscular de un día cualquiera, a mediados de los años 60, al salir de la escuela que estaba ubicada en el barrio industral de Barcelona llamado Pueblo Nuevo que actualmente linda con la Villa Olimpica que era donde yo vivía, me dolla terriblemente la garganta a la vez que me sentía febril hasta el punto de que mi entorno parecía que había adquirido una aura irreal.
De manera que cuando llegué a mi casa y se lo notifiqué a mis progenitores estos me tomaron la temperatura con un termómetro y pudieron comprobar que en efecto estaba enfermo, por lo que enseguida me instaron a que me metiera en la cama.
Seguramente a muchos jóvenes lectores les sorprenda si les digo que en aquel lejano ayer cuando un sujeto enfermaba por leve que fuese su indisposición éste la incubaba en el lecho durante una semana y algo más.
-Habrá que llamar al doctor Fullat para que venga a visitar a Guillermo - le dijo mi padre a mi madre.
- Claro - convino ella-. Llamalo ahora que estará en la Consulta.
Como es de imaginar aquella noche tuve sueños confusos debido a la fiebre, y a la mañana siguiente entró mi madre en la habitación para saber cómo me encontraba, y también para comunicarme que el médco vendría a verme antes del mediodía.
Mientras tanto Adela- que era la criada de la casa, ya que en aquel entonces se estilaba que muchas familias de clase media por poco que pudiesen disponían de aquel servicio doméstico y eran unas chicas del medio rural procedentes de diferentes tierras de la Península Ibérica económocamente deprimidas, quienes por un módico sueldo, comida y cama se hospedaban en el mismo hogar en el que trabajaban hasta que encontraban novio y se casaban; aunque algunas también se desviaban hacia el servicio público del sexo- ella decíamos se dedicó a instancias de mi madre a hacer "sábado" que consistía en limpiar a fondo el piso para que cuando llegara el médico viese un ambiente suficientemente saneado y aséptico en beneficio del paciente.
El doctor Fullat era un hombre cordial que rondaba los cincuenta y tantos años, el cual sin más dilación procedió a auscultarme con su estetoscopio. Seguidamente pasó a mirarme la garganta con la ayuda de una cochara y una pequeña ilinterna dando lugar a que llegara hasta mi olfato la fuerte aroma de la Agua de Colonia que emanaba de su cabeza, mientras que por la ventana de mi habitación se filtraba un rayo de sol dibujando un luminoso triángulo rectángulo en pretendidos dibujos persas bordados en la colcha de mi cama.
Y en el transcurso de aquel reconocimiento percibí que mi familia en pleno - padres y abuelos maternos- se hallaban expectantes a los pies del lecho esperando el diagnóstico del doctor. Aquello era todo un ritual puesto que a pesar de todo el facultativo seguía conservanto la aureola de "mago" de la trbu, en aquel caso urbana; era el sabio que se suponía que conocía a la naturaleza humana ; la vida ajena estaba en sus manos y por tanto merecía toda la consideración del mundo.
Por otro lado, si tanto mis padres como mis abuelos estaban presentes en mi habitación era porque de hecho en aquellos años los miembros de las familias todavía vivían muy dependientes los unos de los otros, según el modelo tradicional de la época.
-¡Nada serio! Este chico tiene unas simples anginas que se solucinonan con unas pocas inyecciones - dijo el médico sonriendo.
Entonces todos los allí presentes respiraron de alivio.
-¿Y qué tal está su esposa? Hace unos días que no la veo en el Mercado- le preguntó mi madre distendida al doctor Fullat.
-Oh, mi mujer está muy bien, gracias a Dios.
- ¿Y su hijo? Sabemos que siempre ha sido un buen estudiante.
- Sí. Ya lo creo. Muy pronto será sacerdote y podrá oficiar Misa. Será un ministro del Altísimo - respondió el doctor Fullat muy orgulloso.
- Usted médico del cuerpo, y su hijo médico del alma. Una buena conbinación- apostilló mi abuela que era una mujer un poco teatral.
El doctor hizo una risita de compromiso.
Aquel cálido ambiente familiar confería tal seguridad en la sociedad que nadie sospechaba lo que sucedería unos años más tarde.
Cuando dejé de ser un niño elegí la carrera de ingeniero industrial y al terminar mis estudios y empezar a trabajar en una importante empresa de mi ramo.Un sábado por la tarde asistí a una Fiesta que se celebraba en la Facultad de Filosofía y Letras y fue justamente allí donde conocí a la mujer más hermosa que había visto jamás, llamada María Teresa Rocafort. Era una dama de unos veinte años años; alta, morena y con unos ojos grandes de color gris, la cual tan pronto como le dirigí la palabra ella no vaciló en confraternizar conmigo con una inusitada simpatía, por lo que entre los dos se estableció un fuerte nexo de complicidad que dio lugar a que aquel evento quedara relegado en un plano muy lejano de nuestra percepción personal.
Salí con ella varias veces y como era de esperar nos enamoramos con pasión; y decidimos casarnos al cabo de unos meses.
María Teresa era la hija de una familia muy conservadora de Pueblo Nuevo quien se había formado en un colegio de monjas donde la habían educado en unos principios morales para ser una buena madre de familia, que al parecer ella había asumido sin ningún problema y posteriormente había estudiado la carrera de Filosofía y Letras.
CONTINÚA
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