CUENTOS BREVES (del manual de la masturbación)
Por Eunoia
Enviado el 18/02/2025, clasificado en Adultos / eróticos
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CUENTOS BREVES
(del manual de la masturbación)
(14)
AMANECER
Se giró en la cama. La luz de la cercana primavera penetraba entre las baldas de la persiana.
Seguía en la misma postura que cuando se durmió por la noche. Posó delicadamente los labios en su nuca y la besó; siguió descendiendo por las pequeñas lomas de sus vértebras hasta llegar a las sinuosas y firmes colinas de sus glúteos, en los que depositó dos suaves besos. Lo giró cuidadosamente. Las miradas se fijaron y dieron los buenos días.
Comenzó a besar el pecho lamió y chupó los pezones y bajó lentamente hasta el ombligo. El órgano sexual ya estaba erguido. Besó la cúspide del glande. Mateo emitió un largo suspiro. Carlos asió entre los dedos el pene endurecido y caliente y lo acunó dentro de su puño. Descubrió la piel del prepucio y notó como la erección alcanzaba el punto máximo.
Entre el pulgar y el índice acarició el glande. Dejó lentamente que los dedos lo hicieran girar con un ligero apretón, moviéndose desde la punta hasta la violácea corona. Una primera gota de flujo apareció furtiva entre los pequeños labios del capullo a la vez que Emilio dejó escapar un vaso inaudible gemido de placer. Carlos levantó los ojos de la verga y le sonrió con un mohín cariñoso en las comisuras de los labios. «Sigue» musitó Emilio.
Sujeto el mástil del cipote tieso, los dedos de Carlos bajaron la piel y sobre la tersura de la polla las gruesas venas y capilares azulados se destacaron visiblemente. Entonces le acarició los testículos, y jugueteó con ellos, separándolos y juntándolos, trazando su forma con las yemas de los dedos, pellizcando con delicadeza el escroto. Los besó y subió por la carne rígida; lo introdujo en la boca; lamió el glande y percibió el sabor del miembro; lo metió hasta el fondo y lo chupó. Lo hizo subir y bajar entre sus labios, provocando largos jadeos de Emilio. Siguió la felación hasta notar la vibración del cipote...hasta que paladeó las untuosas gotas de esperma. Liberó la verga y chorros calientes brotaron a golpes espasmódicos. El flujo cremoso iba saltando desde la boca del falo y salpicaba el pecho y el vientre de Emilio que gemía casi como un sollozo de deleite paradisíaco.
Carlos esperó hasta que el pene comenzó a mostrarse flácido y blando. Besó el meato festivamente y limpio cuidadosamente el vientre y el vello púbico de Emilio y las salpicaduras del esperma sobre el pecho. Después desapareció en dirección al baño.
Encendió la luz del espejo de baño y miró su sexo. Estaba trempado. La gruesa polla endurecida y deseosa se balanceó cuando pasó a la ducha. Cuando Carlos cerró la mampara se deleitó mirándose en el espejo mural interior. Sintió el latiguillo del arrebato sexual. Sin dejar de observarse a sí mismo, se acarició las pelotas y agarró la verga que había adquirido un tono rosa encendido. Con una mano continúo las caricias en los cojones y con la otra sujetó firmemente la polla. Comenzó a masturbarse vigorosamente. Jadeaba mientras el puño hacia subir y bajar rítmicamente el falo. Un gemido precedió el primer chorro de leche seminal, al que siguieron varios más. Carlos abrió las piernas y miró atentamente la larga eyaculación, los saltitos de la polla en el aire, la sustancia cayendo por la extensión cilíndrica de la tranca, los golpecitos de los huevos en la bolsa testicular, el esperma grumoso sobre el piso de la ducha, un pequeño reguero que discurría muslos hacia abajo por su pierna... Había disfrutado de una placentera corrida, como tantas mañanas, en el claro amanecer mediterráneo.
Tomó una ducha templada y secó su cuerpo. Su satisfecho sexo había adquirido su tamaño de reposo. Sin embargo, aún pudo observar una postrera gira de fluido asomando por el agujero del glande.
Se vistió y salió del baño de vuelta a la habitación. Movió la silla de ruedas y la acercó a la cama. Ayudó a incorporarse a Emilio y lo acomodó en el asiento y el respaldo de la silla. «Gracias, cariño», dijo él con una sonrisa tímida, la de todos los días. «¿Necesitas algo?», pregunto Carlos. «Está bien», respondió Emilio. Carlos lo abrazó y besos sus labios. «Ya es hora. Me voy al taller. Hasta la hora de la comida», dijo, y se fue hacia la puerta de la calle.
El sol ya se elevaba en el arco del firmamento.
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