Desde que te conocí, dejo abiertas mis ventanas. El aroma de las noches contiene el olor puro de la tierra mojada de los senderos de tu parque, el brillo erótico de los brotes tiernos de las ramas de tus árboles, las velas desplegadas de un viaje sin destino, sin escalas, sin tiempo, sin geografía.
Los paisajes son diversos. Intercambiamos risas y compartimos cansancios implícitos del mundo fuera del mundo nuestro, del tuyo, del mío.
La intermitencia del rocío en los pétalos divinos de nuestro jardín me ha convertido en un devorador de los instantes, un libador sin exigencias.
Apuro el néctar de los sueños. Soy el caminante de tus rutas, el feliz acompañante integrado entre tus líneas, porque tú eres la vida, el motor de la vida, el corazón palpitante que germina entre los astros e ilumina mi alma.
(Al hechizo del amanecer de Castilla)
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