Él era una energía antigua, una chispa que había vagado por eones buscándola. Cuando al fin la encontró, fue como si el universo entero respirara aliviado. Juntos, flotaron en el vacío, entrelazándose en una conversación silenciosa que solo las almas comprenden. El tiempo, ese concepto efímero para seres como ellos, pasó sin prisa. Compartieron risas que resonaban como ecos en la eternidad, y sus luces se fundieron en un baile cósmico que iluminó galaxias enteras. Fueron felices, tan felices que incluso las estrellas parecían brillar más fuerte en su presencia.
Pero un día, ella lo notó distante, inquieto. "¿Qué te pasa?", le preguntó, su luz titilando con preocupación. Él se mantuvo en silencio, sabiendo que su tiempo juntos se agotaba. No quería decirle que pronto tendría que partir, que los ciclos del universo lo reclamaban de nuevo.
Pasaron los ciclos, y ella lo buscó en cada rincón del cosmos, en cada destello de luz, en cada sombra. Pero él ya no estaba. Su ausencia dejó un vacío que ni las estrellas podían llenar.
Y entonces, él despertó. Lloró al salir de una cavidad oscura y cálida, un lugar que no recordaba. Al mirar sus manos, supo que había renacido, pero algo en su pecho le decía que una parte de él seguía perdida, flotando en algún lugar del universo, esperando encontrarla de nuevo.
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