Mi vecina masajista

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Soy un hombre de 40 años, divorciado. Gracias a un anuncio en internet conseguí una masajista que me visitaba cada domingo en la tarde y por un porcentaje extra me daba placer manual al final de la sesión. Lamentablemente para mí, ella comenzó a trabajar en un importante spa y dejó de ofrecer servicios a domicilio.

Una noche llegando del trabajo me crucé con mi indiscreta vecina en el pasillo del edificio. Ella es una mujer madura de más de 50 años que luce muy atractiva para su edad, también es divorciada, tiene hijos, pero vive sola y se nota que ha sabido cuidar su cuerpo. Me dijo haber notado que la chica que me visitaba los domingos no había regresado y preguntó si era mi novia.

Le conté la situación, me preguntó cuánto pagaba por masaje y le dije la cifra. “Por varios años trabajé como masajista, pero en mis tiempos pagaban mucho menos” dijo sorprendida. Me preguntó sin pena alguna si por ese precio me daban un final feliz y le confesé la verdad. “Aún tengo la camilla para masajes y estoy dispuesta a ofrecerte el mismo servicio, todo incluido, mis manos hacen maravillas” afirmó mientras agarraba uno de mis brazos. Acepté sin dudarlo y acordamos vernos el domingo en su casa.

Toqué su puerta a la hora acordada, me hizo pasar a su sala donde ya tenía todo preparado para el masaje. Me dio una toalla y me dijo “quítate todo, te acuestas boca abajo y te tapas con esto”. Me quité la ropa, sonriendo al ver que ella no apartaba su mirada de mí. Me acosté y comenzó el masaje.

Inició en mis hombros, sus manos eran delicadas, pero fuertes, siguió por mi columna hasta mi espalda baja tomándose el tiempo necesario, haciendo un excelente trabajo. Luego recorrió mis glúteos, mis piernas hasta mis pies y me pidió dar la vuelta. Ella tenía puesto un vestido rojo ajustado a su figura, pude notar que no llevaba brasier cuando arrimó sus senos en mi pecho. Pasaba su cintura y sus glúteos cerca de mi cara mientras recorría mi abdomen y mis brazos y provocó que estuviera duro como una piedra hasta que terminó el masaje.

Sin decir nada quitó la toalla y descubrió mi erecto pene listo para recibir también su masaje. Untó un poco de aceite sobre la punta y con sus manos lo esparció hasta mis testículos. Lentamente, movió sus manos de arriba a abajo, ella suspiraba y mordía sus labios mientras lo hacía.

De repente sacó sus tetas del vestido, con una mano las apretaba y con la otra seguía masturbándome, ahora con más velocidad. Inevitablemente, con el paso de los minutos, llegué a un orgasmo, pero ella rápidamente puso su boca como recipiente para mi semen y chupó mi pene sin derramar una gota.

Pensé que ya habíamos terminado, pero ella se quitó por completo el vestido, removió su panti ya mojada y desnuda se subió a la camilla poniendo su vagina en mi rostro. Con mis manos separé sus nalgas y ella con sus movimientos controlaba dónde iba pasando mi lengua, desde su clítoris hasta su ano, lamí con mucho gusto su sensual humedad. Mi cara estaba empapada encerrada entre sus muslos.

Me puse de pie, la acosté sobre la camilla, mi verga estaba aún más dura y se la enterré lo más profundo que pude. Se sentía fantástica, estaba tal vez ante la concha más deliciosa que había penetrado. Ella gemía con cada empujón y me pedía más fuerza. Fui aumentando el ritmo, cada choque de nuestros cuerpos sonaba intensamente. “MÁS, MÁS, MÁS” gritaba ella, sus ojos se volteaban, sus manos intentaban agarrarse de lo que fuese y se vino a chorros, con fluidos recorriendo sus piernas y las mías mientras temblaba y me miraba.

“Tráelo aquí” me dijo haciendo el típico gesto con un dedo, tomó mi pene y lo pasó por sus tetas. Mirándome a los ojos me pidió “Cógeme la boca”, se recostó, lo puse sobre su lengua, agarré su cabello y comencé a meter y sacar. Ella apenas podía respirar, pero si me detenía pedía que siguiera, que la escupiera, que la tomara con más fuerza, lo hice más rudo, su cara estaba roja, sus ojos con lágrimas y cuando estaba a punto de llegar me empujó. “Dámela en la cara, quiero más leche de esta verga gruesa, dámela toda” repetía mientras me masturbaba vigorosamente.

Acabé en su rostro, ella sonriente recibía cada chorro y cuando terminé, con sus dedos fue limpiando su cara, llevando a su boca todo el semen que pudo recoger. Lo tragó todo y me mostró su boca abierta como prueba de que no había dejado nada.

Nos sentamos a tratar de recuperar el aliento y le pagué por el masaje. Luego de vestirme me preguntó “¿Estoy contratada vecino?”, solo respondí “Nos vemos el próximo domingo a la misma hora” y me marché pensando en lo afortunado que soy. Tengo una gran masajista y una veterana sexual como vecina.


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